La expulsión del ciudadano de la vida económica

La primera consecuencia del globalismo es esta. La actividad económica es absorbida por multinacionales controladas por fondos de inversión. Se crean fuertes monopolios que impiden la participación de los actores tradicionales (personas individuales, pequeños empresarios, familias) en la vida económica.

En este proceso, se genera, debido a la competencia desleal, la insostenibilidad de su actividad, y, en consecuencia, la quiebra de sus pequeñas empresas. Es lo que estamos viviendo día a día.

Hemos asistido en España al desmantelamiento de gran parte de la industria en aquel proceso durante los 80 denominado fraudulentamente “reconversión industrial” que en realidad habría que haber denominado “liquidación industrial”.

Ahora estamos viviendo la destrucción de nuestro sector primario a manos de los intereses lobistas de Bruselas, en connivencia con nuestros políticos “de turno”. En el primer proceso se perdieron millones de puestos de trabajo que se deslocalizaron y fueron a parar a países terceros como China, actualmente el nuevo imperio del siglo XXI. En este segundo proceso, en este ataque a la agricultura, ganadería y pesca, son las multinacionales del norte de Europa y USA las que intentan quedarse con el mercado, expulsando a las empresas familiares que, desde siempre, durante generaciones, han sido las que han trabajado el sector, alimentándonos y dando trabajo a nuestros vecinos.

Ha ocurrido ya con muchos productos, ha ocurrido en Valencia con sus cítricos, ahora mismo arruinados por los acuerdos de Sudáfrica y Marruecos, firmados por políticos del PP y PSOE, que, en la práctica, permiten la entrada de productos de estos países sin restricción alguna, generando un ámbito de competencia desleal.

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Y está ocurriendo ahora mismo con la pesca. Los lobbyes ejercen su presión en Bruselas, sus ejércitos de burócratas al servicio de los grandes intereses internacionales, compuestos por abogados a sueldo, altos funcionarios en excedencia, políticos renombrados al servicio del mejor postor, científicos vendidos de la misma forma, todo un ejército de poder y talento mercenario que genera las condiciones necesarias para que nos movamos en el terreno más propicio para la más sangrante competencia desleal.

Todo ello es lo que en realidad se cuece en Bruselas, una nueva cueva de Alibaba; actualmente, sin ningún motivo científico real (como decimos, los científicos también tienen coche, facturas por pagar e hijos que van a colegios privados: for sale), pretende el cierre de los caladeros para nuestra flota pesquera, dejándoles sin posibilidad de faenar. Es un viejo truco. Es evidente que las multinacionales del sector están esperando este parón para ocupar estas zonas y sustituir al pequeño pescador con sus flotas gigantescas que además cotizan en bolsa, no respetan el medio ambiente, y finalmente controlarán el mercado, aportando un producto repleto de conservantes prohibidos, pesticidas, insostenible e irrespetuoso con la población, y al precio que ellos decidan marcar.  

No sólo atacan la flota del atlántico, si no que llevan años amenazando con cerrar la del mediterráneo. Sin producto suministrado por nuestros pescadores, estas multinacionales serán las únicas que se queden con el mercado.

Esta expulsión de los pequeños es la deriva que desde hace años lleva Bruselas. El cercenar nuestra capacidad productiva parece ser el primer objetivo de esta UE en manos de los Fondos de Inversión y los Lobbyes, de los que Bruselas está plagada.

Ante esto, la insultante docilidad de unos políticos españoles (¿?), sean del partido que sean, que al parecer trabajan para ellos sin elevar protesta o disconformidad alguna, cobrando auténticas fortunas en forma de sueldos que en realidad encubren lo que todos imaginamos. Y como paño caliente, las paguitas que se van entregando a la gente que se va quedando en el paro, como un soborno para que acepten ceder a la multinacional de turno la cuota de mercado que hasta ahora ellos venían ocupando. Unas paguitas que irremediablemente desaparecen con el tiempo, antes o después, una vez la capacidad de protesta deje de resultar peligrosa o disminuya.

 

  • José Manuel Millet Frasquet es abogado.