Una señora estupenda

Desde hace tiempo, mucho tiempo, mantengo una estrecha relación con una señora estupenda. Es verdad que no empezamos bien, todo eran dudas. De hecho, esa etapa está plagada de luces y sombras. En los años dorados, la cosa cambió sustancialmente. Mis demandas, llevadas a cabo casi siempre con premura, eran atendidas de manera diligente, incluso me atrevería a decir que se ponía interés y pasión en su cumplimiento.

Desgraciadamente, con el tiempo la cosa ha ido empeorando progresivamente. El inicial entusiasmo ha dado paso a una fase de cierta dejadez. Para empeorar aún más las cosas, he llegado a detectar alguna traición, nada grave y quiero pensar que llevada a cabo por descuido. Vamos, sin mala intención, aunque en cualquier caso una traición no deja de ser algo serio que mina la mutua confianza.

A pesar de todo no puedo vivir sin ella. Cómo olvidar los grandes momentos que hemos vivido. Sería ruin por mi parte no reconocer las satisfacciones que me ha proporcionado, los momentos felices y los apuros de los que me ha sacado. Con su inestimable apoyo he podido ir por la vida seguro de mí mismo, dentro de ciertas limitaciones, claro. Mientras todo iba bien, disfrutábamos de la mutua compañía, pues yo, caballeroso, no escatimaba esfuerzos para contribuir a su bienestar.

El amable lector ya se habrá percatado de a quién me estoy refiriendo de manera figurada. Evidentemente, esa querida señora no puede ser otra que la memoria. Esa capacidad que creo que, en mayor o menor medida, tienen los seres vivos, y que el ser humano ha desarrollado hasta niveles increíbles permitiéndole almacenar ingentes cantidades de información; no solo almacenar también clasificar, ordenar y poner a disposición de otras funciones del cerebro los elementos necesarios para la toma de decisiones.

Me atrevo a asegurar que en la enseñanza, de la que hemos disfrutado los de mi generación, se ha abusado, en cierta medida, de esta extraordinaria capacidad. Imposible olvidar, por ahora, las repeticiones de la tabla de multiplicar, los afluentes del Duero por la derecha, la imposible lista de reyes godos, las Bienaventuranzas y otras muchas que seguro nos son comunes. Es posible que, esos datos, no quede más remedio que memorizarlos para que estén a nuestra disposición cuando se requiera su utilización de manera rápida. No obstante, entiendo que no todo se puede aprender de memoria.

Actualmente estamos en el otro lado del péndulo. La memoria está maldita. Se proscribe como si su utilización mancillara las demás capacidades de la mente. Entiendo que para que el cerebro adopte una decisión correcta, o comprenda un razonamiento, debe contar con los conocimientos necesarios para ello.

Una de tantas anécdotas atribuidas a Einstein, que seguramente no lo será, pero que en cualquier caso responde a mis propósitos: cuentan que un periodista pidió al profesor que le explicara la teoría de la relatividad, a lo que este le dijo: de acuerdo pero antes explíqueme usted a mi como se fríe un huevo partiendo de la base que yo desconozco la sartén, el huevo, el aceite y el fuego. Personalmente, se me antoja imposible o, cuando menos, extremadamente laborioso.

Por muy rápida que sea la red aportando información, por ahora, si esta ya está en el cerebro, la disponibilidad es prácticamente inmediata, facilitando con ello el sacarle, si no todas, al menos parte de sus posibilidades, con la rapidez oportuna en la elaboración de sus razonamientos.

Desde mi punto de vista creo que esta capacidad maravillosa es necesario ejercitarla. Desconozco los fundamentos científicos que apoyen dicha aseveración, pero desde luego estarán de acuerdo conmigo que tras un tiempo sin practicar, esta se va deteriorando, al margen, claro está, de los “desagradables efecto de la edad”.

Es cierto que ya le cuelgan ciertas cosas pero, a pesar de todo, espero y deseo que esta estupenda señora siga a mi lado lo que me reste de vida. Personalmente me preocuparé de atender sus necesidades básicas, que tampoco da uno para más, obligándome a escribir torpes líneas para que ella a su vez se esfuerce en buscar, en su “baúl de los recuerdos”, vivencias compartidas y que otrora nos hicieron tan felices.

Al fin y al cabo, a mi edad, me importa mucho mas no olvidar de dónde vengo que saber a dónde voy, pues obtengo más satisfacción añorando el pasado que especulando con el futuro, este último esencialmente incierto y por lo que se intuye poco halagüeño. Perdonen este brote de pesimismo fruto del desencanto hacia la clase dirigente en general, no solo la nacional, que también.

 

  • .Juan Manuel García Sánchez es Licenciado en Derecho.