La influencia del laicismo en la vida social española

UNA TAPADERA DE LA APOSTASíA COLECTIVA DISFRAZADA DE CONSENSO

Se da en amplios sectores de la población española un fenómeno generalizado de desinformación, empleando el término en la acepción de la Real Academia de la Lengua: “ Dar información intencionalmente manipulada al servicio de ciertos fines”. Esa información, como puntualiza Núñez Ladeveze, con frecuencia es “técnicamente correcta” desde el punto de vista de una valoración aislada de cada acontecimiento, pero –y esto es lo peligroso– es utilizada “como cortinas de humo o factores de diversión respecto a otras noticias más trascendentes que se desea enmascarar o diluir en su importancia dentro del conjunto”. De ese modo se convierte en desinformación”. 

Julián Marías analizaba este doble fenómeno: se observa en la prensa contemporánea española que unos periódicos dicen casi lo contrario de las mismas cosas; y a pesar de eso, existe una gran mayoría de lectores que no consienten leer otro periódico. Esto, que se entiende fácilmente si la información se refiere a temas de opinión, política o cultural, cobra acentos graves cuando se refiere a la Iglesia Católica. La información diaria sobre la Iglesia –donde hay hechos incontestables, se acepte la fe católica o no– es llamativamente distinta según se lea EL PAIS, ABC, El MUNDO, LA RAZON….

Varios de estos medios son de inspiración laicista e intentan diseñar artificialmente la imagen de una sociedad profundamente secularizada. Y alguno contribuye decisivamente a este propósito.

Sin embargo, la sociedad española guarda –aunque se intente velar esta realidad– un fuerte dinamismo espiritual. Las tradiciones espirituales y culturales de nuestro país conservan aún, en medio de cierta disolución de costumbres, la impronta de una fuerte inspiración católica; la cifra de los bautizados alcanza a la mayoría de la población, independientemente de su índice de practica religiosa; y algunas instituciones de la Iglesia tienen una gran influencia en el entramado sociocultural: basta pensar en la labor asistencial de las comunidades religiosas dedicadas al cuidado de los necesitados. Esa España totalmente secularizada –de la que hablan algunos– no es hoy más que la imagen de un fantasma.

Chesterton señaló que “a la Iglesia Católica se la define siempre con arreglo a los términos de la determinada lucha que en cada momento sostiene con unos adversarios determinados en un determinado lugar”, y eso explica que ahora algunos presenten a la Iglesia obsesionada con lo que no son, en realidad, más que sus propias obsesiones. Por ejemplo, se acusa a la Iglesia de estar obsesionada con la moral sexual, cuando la obsesión sexual es precisamente una característica de la sociedad permisiva, que choca, con su visión hedonista, contra la visión del hombre que enseña el Catolicismo, profundamente humana y liberadora.

Al informar sobre la Iglesia, los medios de inspiración laicista rara vez proceden con la frontalidad del filósofo materialista Gustavo Bueno, cuando afirmaba tajantemente que “la Iglesia Católica ya es puramente historia”. La desinformación laicista suele ser más sibilina –y eficaz–; e intenta relegar a la Iglesia y el ejercicio de la fe, en todas sus manifestaciones, al ámbito de los privado. Insiste en considerar la historia humana clausurada en sí misma, negándole cualquier dimensión trascendente; y en aplicar a la Iglesia las categorías de la política, predicando una extraña “moral civil”; y todo con una actitud autoritaria que el cardenal Tarancón calificó certeramente de “dogmatismo laicista”.

“Yo creía, ingenuamente sin duda –escribía el cardenal– que en un régimen laico, que se llama a si mismo el régimen de las libertades, desaparecería plenamente todo dogmatismo. Ahora me estoy dando cuenta de que el pensamiento laicista es más absolutista y dogmático que lo ha sido nunca el pensamiento cristiano. Incluso se atreven muchos –desde su peculiar ideología– a “dar consejos“ a la Iglesia y a exigirle una norma concreta de conducta para que pueda tener “espacio” en la sociedad actual (..)

Lo que me sorprende –seguía diciendo Tarancón– y me escandaliza es que se presente como “infalible“ la ideología laicista y que se “absolutice“ un pensamiento o una actitud de los que no creen en el Absoluto. La actitud dogmática de la Iglesia –en todo aquello que ha recibido de Dios por la revelación– es lógica: es una consecuencia ineludible de la fe. Ella está segura de que posee la verdad de Dios. Si cree verdaderamente lo que dice, ha de ser dogmática –no autoritaria, es verdad: son actitudes distintas –porque tiene el deber de conservar íntegro el depósito que ha recibido de Dios. Lo inexplicable es que se crean “dioses” y poseedores, por tanto, de la verdad absoluta, a la que no tienen más remedio que ajustarse todos los demás, los que defienden verdades –más bien “retazos” de verdades– que no tienen ni el aliciente de la novedad, ni resuelven los problemas más serios que tiene el hombre. y que éste plantea, algunas veces, con angustia durante los años de su vida en la tierra”.

Esta estrategia laicista, que intenta reducir a la esfera de lo privado todo lo relativo a la fe, no soporta que la fe no se resigne a quedarse relegada a la paz de una sacristía: “¿Qué daño hace la Iglesia –se preguntaba Mons. Fernando de Sebastián– para que se la quiera borrar del mapa? Pues se lo diré en pocas palabras. La Iglesia inquieta, porque es una denuncia permanente. No hablo de los documentos de los Obispos que también algunos querrían silenciar. Hablo de la monja que cuida enfermos en un hospital, o del cura que trabaja con su gente en una parroquia de barrio, o de la familia que adopta a un niño, o de unos estudiantes que invierten parte de su tiempo libre en dar catequesis o en visitar ancianos en un asilo…Todos esos testimonios son aldabonazos en la conciencia de una sociedad egoísta, materialista, abocada a meros intereses de bienestar personal. La Iglesia afirma la existencia de Dios. Y se resiente el orgullo laicista. Y rechina ese estilo ateo, y prometeico del hombre que se siente dueño del mundo y de los demás hombres“.

“No deja de ser un fenómeno curioso –declaraba en otra ocasión Mons. Sebastián– que quienes viven desentendidos de la Iglesia y acampan en el mundo del agnosticismo o del ateísmo quieran, desde sus propios puntos de vista, decirnos a los católicos lo que tenemos que pensar y hacer como tales.

Quien no reconoce la presencia de Dios como referencia última y absoluta de la verdad y del bien de las cosas y del propio comportamiento, puede tener y hacer lo que le parezca mejor. Pero, en realidad, no puede tener otra referencia real que él mismo, sus ideas, sus aspiraciones, sus deseos y sus temores. La libertad del pensamiento ateo termina por ser un auto confinamiento del hombre en la jaula de sus deseos. Nada es real más allá o más acá de lo que el hombre descubre en el mundo y en el prójimo dentro del circulo de la propia conciencia. Esto puede resultar embriagador, pero en definitiva, empobrece el espesor de la realidad y deja al hombre sólo en el centro de un pequeño mundo imaginario que no tiene consistencia porque ignora las raíces del ser de las cosas y el ultimo horizonte de nuestra referencia a lo real y a la vida”.

“En general la cosa es muy clara –comentaba Gómez Pérez–: la Iglesia es elogiada cuando está de acuerdo con ellos. Para que el acuerdo sea completo haría falta: una Iglesia a favor de la teología de la liberación de sentido teórico marxista– aunque sin llegar a una revolución que ponga en peligro el capitalismo aquí–. Una Iglesia que ordenase mujeres, que reconociera la licitud de la anticoncepción, del aborto, de la eutanasia, de la homosexualidad.“

Estos son los puntos capitales para alcanzar la moral civil laica, según un diario español: “el matrimonio civil, el divorcio, la cuestión del aborto, el tratamiento científico y no teológico de la contracepción, la reconsideración de las leyes patriarcales y falocráticas como las que atañen al matrimonio”.

Algunos medios informativos defienden un curioso “pluralismo“ que esconde, bajo el follaje retorico, la vieja intolerancia antirreligiosa decimonónica. Josep Sobran afirmaba en The Human Life Review que esta ideología de corte laicista “sólo funciona para negar a los cristianos el derecho de afirmar sus propias tradiciones en sus propias tierras. Esa es su razón de ser. La ideología pluralista sirve para dar a cualquier grupo acogida bajo la sombra liberal –minorías feministas, homosexuales– el privilegio de imponer sus demandas a toda la sociedad, negando a la vez ese mismo derecho a los cristianos (…). Iguala a los creyentes con los que dicen haber visto platillos volantes: los creyentes solamente tienen derecho a sostener privadamente sus opiniones, no a actuar conforme a ellas en la vida pública. En la práctica, niega la posibilidad de la verdad religiosa, así como la validez de cualquier tradición moral de raíces religiosas. Mientras, permite al no creyente conservar, arbitrariamente y sin necesidad de ofrecer justificación alguna, cualquier parte de la tradición que decida sostener, por el tiempo que quiera.

"Es una tapadera de la apostasía colectiva disfrazada de consenso”

  • Mª Ángeles Bou Escriche es madre de familia, Orientadora Familiar, Lda. en Ciencias Empresariales y profesora