Debates de investidura
Los debates que se han venido desarrollando en la última semana de septiembre tenían de antemano un claro handicap: el que todos conocíamos el desenlace. Era como ir a ver una película de misterio de la que ya nos han contado que el asesino es el mayordomo. Creer que alguno de los diputados socialistas iba a romper la disciplina de voto basándose en principios y criterios morales conllevaba ignorar que Sánchez había colocado a los 122 diputados entre los políticos más seguros y fieles de su entorno. Y esperar que alguno de los grupos independentistas o comunistas se pasaran al PP -los votos de Bildu, como diría Feijóo, no los quiere, se los regala a Sánchez- es olvidar que estos grupos con nadie estarán mejor que con Sánchez; nadie les permitirá acercarse más a la Amnistía, a un nuevo Referéndum, a un pacto fiscal que condone la escandalosa deuda de 450.000 millones de euros de Cataluña a la Hacienda española.
Seguro que muchos dudábamos de si debíamos o no debíamos conectar la televisión y seguir los debates que, nos temíamos, iban a ser un ejercicio de masoquismo en que el candidato Feijóo iba a recibir andanadas desde todos los flancos y salir escaldado, si no derrotado como líder de la derecha.