Crisis de autoridad

En 1961, Stanley Milgram llevó a cabo una serie de experimentos sobre la obediencia en la Universidad de Yale. La investigación, planteada a raíz del juicio a Adolf Eichmann, pretendía dilucidar la relación de las personas con la autoridad. La violencia del experimento hizo que Milgram fuera tildado de sádico y de monstruo.”

“Experimenter: La historia de Stanley Milgram” es un film de 2015 que narra la investigación real llevada a cabo en la universidad de Yale a principios de los años ’60; el mencionado psicólogo pretendía indagar acerca de la obediencia del ser humano en situaciones donde el poder, la violencia y el castigo a un tercero estuvieran en juego. Por un lado, en materia cinematográfica, la investigación ya fue llevada a la pantalla en 1979, bajo la dirección de Henri Verneuil para el film francés “I… como Ícaro”. Por otro lado, en materia científica, aún hoy en día el experimento en cuestión –a pesar de las objeciones éticas que merece– sigue siendo una referencia teórica obligada en cualquier programa de estudio psicológico y social.

¿En qué consistía el experimento? Un anuncio en el diario solicitaba participantes para una investigación acerca de la memoria: los sujetos eran agrupados en parejas, recibían la paga antes de iniciar la tarea y era el azar el que determinaba quién interpretaría el rol de “maestro” y quién el de “alumno”. Establecidos los roles, el alumno era sujetado a una silla y sus manos se conectaban a unos electrodos que transmitían descargas eléctricas. Una vez finalizada esta preparación –frente a los ojos del “maestro”– éste último era llevado a una sala contigua, desde la cual debía realizarle un test al otro sujeto. Dicho test consistía en la repetición de una serie de palabras y las respuestas del alumno –a quien el maestro ya no veía– eran escuchadas por un parlante. En caso de ser incorrectas, el maestro debía efectuar una descarga eléctrica, la cual aumentaba gradualmente conforme el alumno siguiera respondiendo incorrectamente.

Tres aspectos importantes a tener en cuenta: En primer lugar, la prueba en su totalidad estaba monitoreada por un profesional –vestido con una bata blanca– que se encontraba en la habitación junto a quien efectuaba el rol de “maestro” y se limitaba a tomar notas. Segundo, antes de iniciar el test, el “maestro” recibía sobre su propia mano una descarga de prueba, lo cual le permitía dimensionar no sólo la noción del “alumno” a la hora de recibirla, sino también imaginar la posible sensación frente al incremento de la graduación, cuando las respuestas eran sucesivamente incorrectas. El tercer aspecto, es que el maestro no podía ver pero sí escuchar al alumno: escuchar no sólo las respuestas del test, sino también cada queja y cada grito de dolor; el maestro podía escuchar cada vez que el alumno pedía por favor que se detuviera la prueba. Vale aclarar que esto último, ocurría en todas y cada una de las experiencias realizadas.

Pero como la sinopsis de la película en cuestión lo indica, el experimento era sobre la obediencia y no sobre la memoria, por lo que en realidad, el sujeto que interpretaba el rol de “maestro” era el único y verdadero objeto de estudio. Quien interpretaba el rol de “alumno”, era un integrante del cuerpo de investigadores; y no sólo el sorteo no era tal, sino que no existían descargas eléctricas reales –exceptuando aquella que recibía el “maestro” como muestra al inicio del experimento– mientras que las quejas, los gritos de dolor y las suplicas, eran grabaciones ya listas y pensadas para la investigación misma… La verdadera investigación entonces reposaba en observar la respuesta del “maestro” frente al dolor del “alumno” y en qué medida el primero continuaba con la prueba, a pesar de lo que oía.

Si el simple planteo del experimento resulta alarmante o aterrador, más lo es el hecho de enterarnos que aproximadamente el 70% de los participantes, continuaron con su rol de “maestro” hasta el final, a pesar del claro desconsuelo que manifestaba aquel a quien él creía “alumno”.

Como dijimos al inicio, son muchas las objeciones éticas que merece el experimento de Milgram que aquí no desarrollaremos, pero que “Experimenter: La historia de Stanley Milgram” se encarga de mostrar a la perfección. Aunque lo que en este caso sí resulta oportuno observar, es que al igual que en “The Stanford prison experiment” (2015) –film que relata el experimento sobre cárceles realizado en la universidad de Stanford– la identificación con un rol de poder, la obediencia extrema a una tarea asignada, los alcances de la violencia humana y la aparente falta de empatía, se presentan en ambas películas –es decir, en ambos experimentos– como conductas inherentes al ser humano, presentes en individuos que por fuera de la situación en cuestión, declararon no haberse creído capaces de “llegar hasta ese punto”.

El aspecto crucial es la obediencia. Stanley Milgram inicia la investigación a raíz del juicio a Adolf Eichmann, quien fue un oficial encargado de la tarea logística de reunión de guetos y organización de los transportes hacia los campos de concentración durante el nazismo. Lo interesante –y terrible– en dicho juicio, que despierta el interés del psicólogo, es que Eichmann no negó ninguno de los crímenes contra la humanidad que se le imputaban, sino que sus fundamentos a la hora de la defensa, reposaban en un argumento que lamentablemente ha sido escuchado también en Argentina, dentro del marco de la última dictadura militar: la obediencia debida.

La obediencia debida, es una causa que exime de responsabilidad penal por delitos cometidos, en el cumplimiento de una orden impartida por un superior jerárquico. ¿Qué quiere decir esto? Que tanto Eichmann –y todos los involucrados en el régimen nazi- como los militares que participaron durante el gobierno de facto en nuestro país, alegaron no ser responsables de las acciones cometidas, ya que sólo estaban respetando y acatando ordenes que le eran impuestas. Pero ¿Qué es lo más llamativo aún? Que a los participantes del experimento de Milgram –cuando éste finalizaba– se les revelaba toda la verdad detrás de la investigación, y se les preguntaba por qué continuaron a pesar de los gritos, a pesar de la incomodidad que ellos mismos denunciaban sentir mientras seguían con la prueba; la respuesta de todos ellos era la misma: estaban obedeciendo las ordenes. Suponían que el hombre de bata blanca que presenciaba el experimento “de memoria”, era el responsable de lo que allí ocurría, y si este les decía que “sigan” –a pesar de los gritos del “alumno”– entonces ellos debían seguir.

Son muchos los aspectos que invitan a la reflexión y el análisis en el caso verídico detrás de “Experimenter: La historia de Stanley Milgram”, y es por ésta razón que aún hoy en día se sigue estudiando y continúa siendo provechoso, tanto en relación al comportamiento humano, como a los límites éticos que los profesionales de la psicología –y de cualquier ámbito– deben cumplir. Pero a lo que nosotros como espectadores respecta, este film de 2015 que relata la vida del psicólogo responsable del experimento; así como la ya mencionada “The Stanford prison experiment” también de 2015, resultan dos ejemplos más que ricos para considerar la responsabilidad más allá de lo jurídico, aquella responsabilidad que se empareja con lo humano y su sensibilidad, excediendo lo legal. Así como también, al tratarse de dos títulos que relatan investigaciones reales, ambos casos sirven para replantearse la condición humana y los alcances de su conducta.

En resumidas cuentas, “Experimenter: La historia de Stanley Milgram” se suma a esa lista de películas y series que cualquier aficionado al comportamiento del hombre o cualquier inquisitivo frente a la mente humana, no puede perderse de ver.

¿Puede cualquier ser humano cometer los más atroces crímenes contra la humanidad solo por obediencia a la autoridad? Es una pregunta que muchos académicos se han preguntado a lo largo del siglo XX, sobre todo después de presenciar crímenes masivos contra la humanidad como los campos de exterminio del III Reich o las guerras entre potencias económicas. Circunstancias límite en que la violencia y la muerte eran percibidas con indiferencia por una parte importante de la población.

De hecho, han sido un buen puñado los investigadores que han dado un paso más allá y han tratado de encontrar las claves psicológicas que explican por qué, en determinadas circunstancias, los seres humanos somos capaces de transgredir nuestros valores morales.

Stanley Milgram fue un psicólogo de la Universidad de Yale llevó en el año de 1961 una serie de experimentos cuya finalidad era medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad, incluso cuando estas órdenes pudieran ocasionar un conflicto con su sistema de valores y su conciencia. 

¿Hasta qué punto somos totalmente conscientes de las consecuencias de nuestros actos cuando tomamos una decisión dura por obedecer a la autoridad? ¿Qué complejos mecanismos intervienen en la obediencia actos que van en contra de nuestra ética?

Milgram reclutó a un total de 40 participantes por correo y por anuncio en el periódico en el cual se les invitaba a formar parte de un experimento sobre “memoria y el aprendizaje” por lo que además, por el simple hecho de participar se les pagaría una cifra de cuatro dólares (equivalente a unos 28 actuales) asegurándole que conservarían el pago “independientemente de lo que pasará después de su llegada”.

Se les hizo saber que para el experimento hacían falta tres personas: el investigador (que portaba una bata blanca y fungía como autoridad) el maestro y el alumno. A los voluntarios siempre se les asignaba mediante un falso sorteo el papel de maestro, mientras que el papel del alumno siempre sería asignado a un cómplice de Milgram. Tanto maestro como alumno serían asignados en habitaciones diferentes pero conjuntas, el maestro observaba siempre con el alumno (que en realidad siempre era el cómplice) era atado a una silla para “evitar movimientos involuntarios” y se le colocaban electrodos, mientras el maestro era asignado en la otra habitación frente a un generador de descarga eléctrica con treinta interruptores que regulaban la intensidad de la descarga en incrementos de 15 voltios, oscilando entre 15 y 450 voltios y que, según el investigador, proporcionaría la descarga indicada al alumno. 

Milgram también se aseguró de colocar etiquetas que indicaran la intensidad de la descarga (moderado, fuerte, peligro: descarga grave y XXX). La realidad era que dicho generador era falso, pues no proporcionaba ninguna descarga al alumno y sólo producía sonido al pulsar los interruptores.

El sujeto reclutado o maestro fue instruido para enseñar pares de palabras al aprendiz y de que, en caso de que cometiera algún error, el alumno debía ser castigado aplicándole una descarga eléctrica, que sería 15 voltios más potente tras cada error. 

Evidentemente, el alumno nunca recibió descargas. Sin embargo, para dotar de realismo la situación de cara al participante, tras pulsar el interruptor, se activaba un audio grabado anteriormente con lamentos y gritos que con cada interruptor incrementaba y se hacían más quejumbrosos. Si el maestro se negaba o llamaba al investigador (que se hallaba cerca de él en la misma habitación) éste respondía con una respuesta predefinida y un tanto persuasiva: “continúe por favor”, “siga por favor”, “el experimento necesita que usted siga”, “es absolutamente esencial que continúe”, “usted no tiene otra opción, debe continuar”. Y en caso de que el sujeto preguntara quién era responsable si algo le pasaba al alumno, el experimentador se limitaba a contestar que él era el responsable.

Durante la mayor parte del experimento, muchos sujetos mostraron signos de tensión y angustia cuando escuchaban los alaridos en la habitación contigua que, aparentemente, eran provocados por las descargas eléctricas. Tres sujetos tuvieron “ataques largos e incontrolables” y si bien, la mayoría de los sujetos se sentían incómodos haciéndolo, los cuarenta sujetos obedecieron hasta los 300 voltios mientras que 25 de los 40 sujetos siguieron aplicando descargas hasta el nivel máximo de 450 voltios. 

Esto revela que el 65% de los sujetos llegó hasta el final, inclusive cuando en algunas grabaciones el sujeto se quejaba de tener problemas cardíacos. El experimento concluyó por el experimentador tras tres descargas de 450 voltios.

Las conclusiones del experimento a las que llegó Milgram pueden resumirse en los siguientes puntos: 

A) Cuando el sujeto obedece los dictados de la autoridad, su conciencia deja de funcionar y se produce una abdicación de la responsabilidad. 

B) Los sujetos son más obedientes cuanto menos han contactado con la víctima y cuanto más lejos se hallan físicamente de ésta. 

C) Los sujetos con personalidad autoritaria son más obedientes que los no autoritarios (clasificados así, tras una evaluación de tendencias fascistas) .

D) A mayor proximidad con la autoridad, mayor obediencia. 

E) A mayor formación académica, menor intimidación produce la autoridad, por lo que hay disminución de la obediencia. 

F) Personas que han recibido instrucción de tipo militar o con severa disciplina son más propensos a obedecer. 

G) Hombres y mujeres jóvenes obedecen por igual. 

H) El sujeto siempre tiende a justificarse a sus actos inexplicables.

Tras la Segunda Guerra Mundial, se llevaron juicios posteriores a los criminales de guerra (entre ellos Adolf Eichmann) por el holocausto judío. La defensa de Eichmann y de los alemanes cuando declaraban en juicio por crímenes contra la humanidad fue que ellos sencillamente se remitían a cumplir y seguir órdenes, lo que posteriormente llevó a Milgram a plantearse las siguientes preguntas ¿Los nazis fueron realmente malvados y desalmados o se trató de un fenómeno grupal que podría ocurrirle a cualquiera en las mismas condiciones? ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el holocausto solo siguieran órdenes de Hitler y Himmler?

El principio de obediencia a la autoridad ha sido defendido en nuestras civilizaciones como uno de los pilares en los que se sostiene la sociedad. En un plano general, es la obediencia a la autoridad la que permite la protección del sujeto, sin embargo la exacerbada obediencia puede resultar un arma de doble filo cuando el socorrido discurso de “solo obedecía órdenes” exime de responsabilidades y disfraza de deber los impulsos sádicos. 

Antes del experimento, algunos expertos hipotetizaban que sólo un 1% al 3% de los individuos activaría el interruptor de 450 voltios (y que dichos sujetos además experimentarían alguna patología, psicopatía o impulsos sádicos) Pese a ello, se descartó que alguno de los voluntarios tuvieran patología alguna, así como también se descartó la agresividad como motivación tras una serie de diversos exámenes a los voluntarios. Vistos los datos, Milgram postuló dos teorías para intentar explicar los fenómenos. 

La primera basada en los trabajos de conformidad de Asch, plantea que un sujeto que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, (particularmente ante una crisis) transferirá las decisiones al grupo. 

La segunda teoría, más ampliamente aceptada es conocida como cosificación, y hace referencia a que la esencia de la obediencia consiste en que la persona se percibe únicamente como un instrumento para la realización de los deseos de la otra persona y por ende, no se considera como responsable de sus actos. Así ocurrida esta “transformación” de la autopercepción, todas las características esenciales de la obediencia ocurren.

El experimento de Milgram representa uno de los experimentos de la Psicología social de mayor interés a la criminología a la hora de demostrar la fragilidad de los valores humanos ante la obediencia ciega a la autoridad.

Sus resultados demostraron que personas ordinarias, ante la orden de una figura con apenas un poco de autoridad, son capaces de actuar con crueldad. De esta manera la criminología ha logrado entender cómo algunos criminales que han cometido salvajes genocidios y ataques terroristas han desarrollado un nivel muy alto de obediencia a lo que ellos consideran autoridad. 

Milgram, S. (2002), “Obediencia a la autoridad” Editorial Desclee de brouwer.

Vale la pena , conocer el experimento MILGRAM

  • Mª Ángeles Bou Escriche es madre de familia, Orientadora Familiar, Lda. en Ciencias Empresariales y profesora