Nuestra época

Para cualquier persona medianamente reflexiva, saber cómo es la época en que vivimos reviste siempre un gran interés, por el hecho mismo de que todos somos, para bien o para mal, hijos de nuestro tiempo.

¿Cómo describiríamos nuestra época, ese amplio período de la historia que abarca el siglo veinte y el inicio del veintiuno, con tantos y tan tremendos acontecimientos que han marcado la vida de las sociedades, y con tan profundos cambios en el pensamiento y comportamiento de la gente?. Los historiadores la han descrito de múltiples maneras y desde distintos puntos de vista -políticos, culturales, humanos-, y todos son reales. Aunque algunos acontecimientos sucedieron hace ya muchos años, como las grandes guerras, todavía proyectan su sombra en nuestro tiempo, y por eso forman parte de nuestra época. Las definiciones que aquí damos se refieren, sobre todo, a la cultura y civilización occidentales, y pueden resumirse en las siguientes etiquetas descriptivas.

Época de la ciencia. La ciencia ha sido la revolución más importante que ha conocido la humanidad, y nuestra época se estructura, funciona y progresa fundamentalmente en torno a este poder. El conocimiento de las leyes de la naturaleza ha permitido que el hombre domine esa misma naturaleza, poniéndola a su servicio mediante la técnica y solucionando la mayor parte de los problemas prácticos de la humanidad; más aún, se puede decir que ya no existe naturaleza en estado puro, sino naturaleza transformada por la mano del hombre y a medida del hombre. El mundo en el que vivimos -lo podemos constatar en cualquier parte a la que dirigimos la mirada- es prácticamente una construcción humana: edificios, vehículos, infinidad de cosas y de instrumentos. Y dado que la ciencia progresa indefinidamente, es lógico que el hombre moderno confíe ilimitadamente en ella. Es la nueva fe que ha sustituido a la fe religiosa y de la que se espera la solución de todos los problemas.

Época de la comunicación. Una de las más importantes aplicaciones de la ciencia es la comunicación, que en las últimas décadas ha alcanzado un desarrollo prodigioso. La vida económica, social y cultural del mundo funciona sobre esta base, y ya no es concebible de otra manera. El espacio y el tiempo, las dos dimensiones que condicionan la actividad humana, se han reducido a dimensiones mínimas, permitiendo hacer cosas inimaginables en otros tiempos. La aeronáutica permite desplazarse cada día a millones de personas a cualquier parte de la tierra cubriendo miles de kilómetros en pocas horas, cuando en otra época se necesitaban meses; y la electrónica hace posible comunicarse a todo el mundo instantáneamente por sonido y por imagen venciendo al tiempo, que ya no constituye dificultad alguna para las comunicaciones humanas. El mundo, literalmente, está cubierto por la web, la gran telaraña en la que todo está comunicado con todo.

Época de la imagen. La invención de la imprenta, en el siglo XVI, supuso una revolución cultural enorme con la aparición del libro, de los folletos y de los periódicos, abriendo en la humanidad la época de la lectura; la invención del cine y de la televisión, en el siglo XX, provocó una nueva y más profunda revolución en la cultura de masas, al llevar a los hogares la imagen, con una fortísima influencia en la mente humana. La imagen televisiva es el vehículo hegemónico en las informaciones, en los reportajes, en los juegos y deportes, haciendo que la inmensa mayoría de los seres humanos se hayan convertido en "espectadores", siendo una ínfima minoría los "lectores". Tan profunda es esta revolución, que tendemos a vivir, a pensar y a sentir más en el mundo virtual de la imagen, que en el mundo real de las cosas y de las personas que nos rodean. Y no hay que sorprenderse del deterioro en las costumbres: para la perversión moral, una imagen tiene más fuerza que mil palabras.

Época de la globalización. El hecho de que todo esté tan universal e intensamente comunicado, ha potenciado hasta el extremo la globalización, en la que los acontecimientos que se produce en cualquier parte del mundo repercuten en todo y son vividos por todos. El mundo se ha convertido en "la aldea global", según la famosa definición de M Luhan. Ya no existen compartimientos estancos, sino que todo está unido y es interdependiente a través de numerosos vasos comunicantes. En economía, los mercados financieros y los productos ya no están limitados a una zona o ámbito, sino que se extienden a todo el mundo; en política, se hace cada vez más difícil el aislamiento de los países fuera de una estrategia común; y en las ideas y las costumbres, los estereotipos y las modas son universales, porque no conocen fronteras de razas, culturas o religiones. Si físicamente la tierra es un globo, también se ha convertido en un globo el mundo de los hombres.

Época de las masacres. Aunque estemos viviendo un largo período de paz por ausencia de grandes guerras en el mundo, nuestra época pasará a la historia como época de las grandes masacres. Los nacionalismos exacerbados y las ideologías desencadenaron dos grandes guerras mundiales, donde murieron millones y millones de personas en acciones bélicas o con propósito explícito de aniquilamiento, la tragedia más atroz que conocieron los siglos; el "holocausto judío, de una parte, y los "gulag" soviéticos o la "revolución cultural" china, de la otra, son ejemplos imperecederos de hasta qué extremos puede llegar la maldad humana. Pero las masacres continúan, a pesar de que hoy no hay guerras, con la práctica masiva y la legalización del aborto en numerosos países; miles y miles de seres humanos son sacrificados diariamente en terrible matanza, con el agravante de que no existe conciencia del mal cometido: son matanzas ocultas para no herir nuestra sensibilidad.

Época de las dictaduras. A la altura de este tiempo, nos parece extraño definir nuestra época como la época de las dictaduras, pero así es, y los nacionalismos y las ideologías son, una vez más, la causa de regímenes totalitarios que han privado de libertad a millones y millones de personas. Es la gran paradoja de la edad moderna: proclamar y hacer revoluciones en nombre de la libertad y de la liberación, y caer bajo el yugo durísimo de sus pretendidos liberadores. Como es bien sabido, el siglo veinte, en la mitad de Europa y de Asia, conoció las dictaduras fascista y comunista, la última de las cuales todavía pervive en algunos países. Es un falso espejismo imaginarnos las sociedades de nuestro tiempo a imagen y semejanza de la nuestra; en otras latitudes, una gran parte de la humanidad no ha conocido ni todavía conocen la verdadera democracia, y son muchos los países en los que la gente no pueden ejercer sus derechos cívicos . Y esta es la historia presente, no la pasada.

Época de la democracia. Esta definición no contradice la anterior, sino que la completa, porque todos los políticos, incluso los más dictadores, pretenden aparecer ante el mundo como demócratas. Es la gran palabra de la sociedad postmoderna. En nuestro tiempo, la democracia es el sistema político que, al menos formalmente, se ha impuesto en la mayoría de los países del mundo. Pero lo más significativo no es el funcionamiento real de este sistema, sino la ideología que se ha formado en torno a esta palabra, pues se ha convertido en lo absoluto sagrado. Todo, absolutamente todo, ha de ser valorado sobre esa referencia. En nombre de la democracia se valora si algo es bueno o es malo, justo o injusto, encomiable o deplorable: el concepto de bien y de mal, como premisas de las valoraciones éticas, ha sido sustituido por este otro principio, lo que indica hasta qué punto, en nuestra época, los profesionales de la política han politizado el pensamiento de la gente.

Época del hombre corriente. La democratización de la vida, uno de los signos de nuestro tiempo, ha conllevado la consecuencia lógica de que el hombre corriente, el de la calle, sea el principal protagonista en el escenario social. En otras épocas, este escenario era ocupado por la élite de los que tenían más rango social, más dinero o más cultura; en la nuestra, es el anonimato de la masa quien lleva la voz cantante. La rebelión de las masas, el famoso ensayo de Ortega y Gasset, ha hecho la más acertada descripción del fenómeno social que se produce en nuestra época: el vulgo o la masa ha impuesto su forma de pensar, de sentir y de actuar en detrimento de los selectos. Es el hombre corriente el que acapara las tertulias de la televisión con el simplismo de sus ideas , es el representante de la masa el que impone las modas y las formas de conducta , y es el hombre de la calle, principalmente los más jóvenes, quien ha impuesto un lenguaje chabacano al margen de toda norma.

Época de la mujer y de la Infancia. La reivindicación de los derechos de la mujer ha sido, sin duda, una de las conquistas más importantes del último siglo y que ha transformado profundamente nuestra sociedad. La mujer tiene hoy los mismos derechos que el hombre, ejerce las mismas profesiones, y su marginamiento a la vida y trabajos del hogar pertenecen al pasado; más aún, el feminismo es uno de los movimientos más fuertes de nuestra época, hasta el punto de lograr una protección especial en la legislación de varios países. Y algo parecido sucede con la infancia. Nada hay que despierte más la sensibilidad de la gente que el sufrimiento o el abandono de los niños, y las instituciones que trabajan en el mundo por la defensa y protección de la infancia son muchas y admirables. Pero como suele suceder en los movimientos humanitarios, la sensibilidad excesivamente proteccionista lleva a efectos no deseados: el niño consentido y maleducado es producto de este exceso.

Época de la incertidumbre. El hombre de la sociedad postmoderna ha perdido el sentido de la vida y carece de seguridad en sus ideas; fuera de las certezas que le da la ciencia -lo que se ve y se toca-, manifiesta incertidumbre en todo. Esta inseguridad es consecuencia lógica de un largo proceso. Las grandes revoluciones culturales han llevado a gran parte de la sociedad a desvincularse de la fe y tradición religiosa cristiana, en las que la gente común tenía unas creencias y principios seguros en la visión y orientación de su vida; el proceso de inicia en el siglo dieciocho con la Ilustración francesa, se intensifica con las revoluciones liberales en el siglo diecinueve, y culmina con la revolución marxista en el siglo veinte. A ello hay que añadir el pluralismo de ideas, de culturas y de costumbres en la sociedad postmoderna, que impiden tener certezas en una visión firme y unitaria de la vida. Entre tantas ideas y costumbres distintas, las certezas y convencimientos más firmes sucumben.

Época del nihilismo. La incertidumbre en las verdades como criterios de vida conduce, en lógica consecuencia, al relativismo subjetivista en la visión de las cosas, y éste, al nihilismo o destrucción de los valores morales y culturales de la sociedad en que se vive. El nihilismo ya no se reduce a ciertos filósofos o a grupúsculos anti-sistema, como hasta ahora ha ocurrido, sino que es una actitud muy extendida en amplias capas de nuestra sociedad. No hace falta ser muy perspicaz para caer en la cuenta de que el "progresismo" político y cultural, bandera propagandística de la izquierda, es progreso hacia la nada, porque destruye valores sin proponer otros mejores de recambio. Cuando se pierde la noción de la verdad y del bien objetivos y queremos guiarnos únicamente por la conveniencia subjetiva de "mi" verdad y "mi" bien, la destrucción moral es inevitable, y lo que es peor todavía, irremediable, porque nada es capaz de poner límites al poder aniquilador del subjetivismo.

Época de la ansiedad. Otro de los signos de nuestra época es la ansiedad, una especie de enfermedad con características de epidemia y para la que no hay remedio, porque no es un mal puntual y concreto, sino un estado de ánimo negativo. Las depresiones son "la enfermedad del siglo", como dirían los franceses. Se calcula que el treinta por ciento en la mal llamada "sociedad del bienestar" padece alguna clase de depresión anímica, y lo más preocupante es que esta enfermedad también la están padeciendo los adolescentes. Los males profundos tienen su origen en causas profundas, y el origen de este mal universal hay que ir a buscarlo, sobre todo, en el ritmo trepidante de trabajo, en los problemas e inestabilidad de la familia, en el hundimiento de las creencias religiosas y, en definitiva, en el vacío existencial en que discurren muchas vidas. La sociedad que busca más ansiosamente la felicidad es, paradójicamente, la que se ve condenada a ser profundamente infeliz.

  • Isaac Riera Fernández es sacerdote Misionero del Sagrado Corazón, licenciado en filosofía por la Univ. Gregoriana de Roma, doctor en filosofía por la Univ. de Valencia y escritor.