Yo quiero ser feliz y ¡Viva la diferencia!

No es mi deseo perder más tiempo comentando las reacciones a la metedura de pata de Irene Montero. Pero si quisiera aprovechar para gritar: ¡VIVA LA DIFERENCIA!

En el libro de Pilar Sordo titulado “¡Viva la diferencia! Complementa tus facetas femenina y masculina y sé feliz“ explica en la introducción que el libro tiene su primera inspiración en los repetidos momentos en que le tocó oír y observar, tanto el discurso verbal como el no verbal de muchas mujeres a las que atendía en su consulta. Realizó una investigación de tres años que le permitió identificar como una tendencia importante el que hoy día se piense y transmita a las generaciones jóvenes que las mujeres sufren más, que las mujeres son más humilladas, que las mujeres son más maltratadas. Esto, en muchas situaciones y en determinadas realidades sociales, es verdad; sin embargo, ello no justifica que en la actualidad se esté traspasando a nuestros hijos y a las futuras generaciones la idea de que para sobrevivir o vivir más felices debemos ser lo menos mujeres posible. Esto provoca muchos daños en nuestros adolescentes.

Por una parte, circula el paradigma a través del cual se plantea que hombres y mujeres somos iguales. No es cierto que hombres y mujeres seamos iguales; “la verdad es que somos absolutamente distintos. Por medio de mi trabajo pretendo demostrarlo y en alguna medida ayudar a que seamos capaces de valorar nuestras diferencias para generar complemento y no motivar la “implacable” igualdad, que tan solo produce competencia.“ (Pilar Sordo)

Igualdad no es lo mismo que equidad. Tenemos derechos que nos igualan y, por lo mismo, deberíamos acceder a las mismas oportunidades; pero esto, no quiere decir, reitero, que seamos iguales en términos psicológicos o sociales. Cada uno aporta a la sociedad y al mundo afectivo que lo rodea cosas distintas que son igualmente importantes y necesarias para la construcción de una familia, una identidad y una sociedad armonía.

La primera gran diferencia tiene que ver con el motor que nos lleva a actuar. El motor que mueve a las mujeres y a lo femenino está principalmente en su vida afectiva. Su trabajo consiste sobre todo en tratar de mantener sus relaciones afectivas en buen estado, es decir, una mujer está bien en la medida en que la gente a la que quiere está bien con ella. En cambio, lo masculino se encuentra bien en la medida en que logra los objetivos y las metas que se propone. Esto plantea que lo masculino estaría determinado mayoritariamente por el logro de las metas u objetivos que se propone a lo largo de la vida.

Lo femenino valora más el proceso; lo masculino, los objetivos. Si acudimos al súper con un hombre, él –mayoritariamente– tenderá a ir tan solo a los productos que le hacen falta; la mujer, por su parte, va a recorrer todos los pasillos.

Lo masculino separa, ordena. Lo femenino reúne, junta. Una tercera diferencia importante entre lo femenino y lo masculino es la dificultad que tendríamos las mujeres, o lo femenino, para poder separar las cosas. Los bolsos son un estupendo ejemplo de cómo a las mujeres nos cuesta tanto mantener todo separado y ordenado, en el bolso de mujer se puede encontrar desde un remedio hasta un útil escolar de uno de sus hijos, y esto debe a que, a nivel de estructura mental, nos cuesta mucho poder separar o dividir nuestros procesos afectivos en distintos compartimentos; aspecto que los hombres o lo masculino normalmente tienen muy bien desarrollado: en un bolsillo el teléfono móvil; en otro, el pañuelo; en otro, la billetera.

Esta dificultad de las mujeres para poder separar las cosas, y esta facilidad que tienen los hombres para funcionar en compartimentos, también se refleja en el aspecto comunicacional dentro de las relaciones de pareja.

Ayuda mucho lo que dice Pilar Sordo al respecto “Cuando el hombre critica a una mujer como madre diciéndole, por ejemplo, que ha sido muy permisiva con sus hijos, solo le está hablando y se está refiriendo a la madre, no a su mujer, por lo que para este hombre es absolutamente posible llegar a tener relaciones sexuales con esa mujer, o pensar en ellas, a los pocos minutos de haber generado la discusión sobre su papel de madre. Pero, como contrapartida, tenemos que para las mujeres, en primer lugar, es muy difícil digerir la crítica y, en segundo, comprender que alguien que nos dijo que éramos ineficientes o que estábamos haciendo las cosas mal quiera, por otro lado, seducirnos y estar física, sexual o amorosamente con nosotras. Para entender esta situación hay que visualizar que el hombre se ha relacionado solo con la madre, no con la mujer. De paso, sirva también de ejemplo para explicar por qué para los hombres es tan importante la dimensión de sexualidad dentro de la relación de pareja, pues para ellos es el único y gran momento en el cual sienten que están con la dueña de casa, la que comparte los gastos, la madre de sus hijos o la compañera social; a su mujer solamente la experimenta y la puede percibir y sentir cuando tiene relaciones sexuales con ella. Es fundamental que las mujeres lo comprendamos y seamos capaces de asumirlo, porque generalmente nuestra lectura frente a esta premura sexual masculina es que ellos solo nos quieren para eso, y no es así; los hombres necesitan el contacto con lo femenino en distintos ámbitos, pero la dimensión de sentir a su pareja pasa necesariamente por el contacto de la sexualidad. “

Sí, lo anterior es tan verdadero que no es un error decir que lo único que diferencia a una pareja de amigos de una pareja real es la vida o la dimensión de la sexualidad; todo lo demás se puede hacer con un amigo. Por tanto, la mujer debe revalorizar la parte sexual y comprender que la necesidad de la sexualidad es un aspecto afectivo de lo masculino, y esto no solamente por la vertiente física de la descarga, sino también en relación –y en forma importante– con el reencuentro con la mujer que él ama y a la cual necesita expresarle afecto para poder relacionarse con ella.

Lo femenino resuelve los conflictos hablando; lo masculino, en silencio. Y podríamos continuar hablando de otras diferencias.

Pilar Sordo, dedica una parte de su libro al tema de la masculinización adolescente y otros temas, y comienza tratando la cuestión de la masculinización y homosexualidad.

“Es de suma relevancia tocar el tema de la masculinización: el aumento del lesbianismo entre las adolescentes se relaciona total y absolutamente con el problema de la masculinización de las mujeres… llama profundamente la atención que, en la consulta, aumenta día a día el numero que se autoproclaman homosexuales o bisexuales con una facilidad enorme, como si pudieran ponerse o quitares esta condición cuando ellas quisieran; lo mismo ocurre, pero en mucha menor escala, con los hombres. Al tratar de descubrir las causas de este fenómeno social, me encontré con algunas variables que resultaban evidentes, varias de ellas de carácter macrosocial, y que podrían explicar esta efervescencia. “Y habla de la externalización de la felicidad. como una de la causas de este fenómeno.

Veamos un caso real. Cuando las adolescentes de mi generación íbamos a una fiesta, teníamos que esperar a que, en primer lugar, nos invitaran o nos “sacaran a bailar”. Llegado el caso, cada una de nosotras bailaba con un adolescente hombre. Hoy, las adolescentes mujeres siguen siendo mujeres y, por tanto, el fenómeno sigue operando en ellas, con la diferencia de que hoy suelen bailar solas o entre ellas, y sucede que el proceso de erotización, se vive entre mujeres; ya no es “fulanito“, es “fulanita”; entonces me quedo con la idea de que las sensaciones de mi cuerpo me las produjo ella y, a partir de un par de experiencias como estas, es bastante fácil decir –en los casos en que hay cierta inseguridad natural sobre la definición sexual– que “ella me gusta”.

Los adolescentes suelen manifestar que frente a las “chicas” tienen dos alternativas de respuesta: o se toman unos “cubatas” para que no les importe el rechazo o se muestran agresivos para lograr su objetivo de conquista. Y es que como ellas tienen un comportamiento agresivo “innato”, pero necesitan sentirse protegidas, entonces no queda otra que ser más agresivos que ellas y la espiral lleva a que no falten los casos en que se viven situaciones de violencia grave, pero que no alcanzan a ser registradas por las estadísticas.

La anorexia, la bulimia y la obesidad son consideradas en la actualidad los trastornos de alimentación más importantes. A principios de la década de los 70, la anorexia se manifestaba en jóvenes de doce a dieciocho años, que querían ser flacas para conquistar a los hombres que tenían a su alrededor. Quienes, además, eran calificadas como “buenas chicas”. Muchachas autoexigentes en exceso, perfeccionistas, con valores rígidos, inhibidas para expresar sus sentimientos y con una tendencia a controlarlo todo, incluido su cuerpo.

Dice Pilar que hoy estos trastornos ya no solo estarían dados por el deseo de atraer a los hombres, sino más bien por el deseo de ganar o estar mejor entre las propias mujeres.

Hoy parece ser tan difícil vivir, vivir bien; más parece que estuviéramos sobreviviendo sin mucha conciencia de los que nos pasa, de lo que sentimos y, algo peor, tampoco sabemos hacia dónde vamos.

No sabemos que se espera del ser hombre y del ser mujer. Pero no estaría nada mal que no pudiéramos hacerlo todo, que advirtiéramos que tenemos una esencia que respetar, un alma que cuidar.

“Soltar y retener parecen ser la clave“ (dice Pilar Sordo). Soltar lo que nos hace poco libres y nos hace daño, y retener y cuidar lo importante: los afectos.

Debemos perderle el miedo a sufrir, a descubrir. Esta sociedad nos tiene convencidos de que la felicidad está fuera, está en adquirir, en el vértigo de la intensidad y la rapidez, en la evitación del dolor y de las verdades. Todo esto nos hace huir, y si huimos de nosotros mismos, muy difícilmente podremos educar a nuestros hijos.

Mujeres DESPIERTEN nos dice Pilar Sordo al final de su libro... Se nos olvidó ser mujeres; se nos está olvidando la ternura, acoger, recibir; se nos está olvidando que, más que estar orgullosas de ser mujeres por los logros que hemos obtenido, deberíamos estarlo de la posibilidad maravillosa de que la vida pase a través de nosotras, porque somos tierra fecunda para amar y para conectar al mundo masculino –el de los objetivos y los logros– con la maravilla de los procesos y los afectos.

Respetemos nuestra naturaleza biológica. Si no cambiamos el “chip”. Difícilmente podremos educar a nuestros hijos e hijas en la maravilla de la maternidad y en la suavidad que implica la palabra mujer.

Volvamos a dar cariño. Que la lucha cotidiana, que tratar de sobrevivir en la jungla masculina, no nos permita olvidar que la fuerza que mueve el universo es FEMENINA, es fuego, es tierra, es mujer. Que predominen el sentir sobre el pensar, la maravilla de la humildad y el perdón como camino de encuentro. No eduquemos a nuestros hijos en el orgullo ni les hagamos creer que esa es la forma de ser queridos y respetados.

Amar y amar bien, parece ser la única forma de alcanzar la felicidad.

  • Mª Ángeles Bou Escriche es madre de familia, Orientadora Familiar, Lda. en Ciencias Empresariales y profesora