La "Normalització" catalana en la Almenara de 1521

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Ricart G. Moya Andreu Torner

Al llegar a ciertos episodios sucios, desagradables, la Memoria Histórica flaquea y degenera en amnesia selectiva; aunque la dignidad de los valencianos que sufrieron traición y muerte por los que hoy presumen de ser custodios de un proyecto geopolítico común, merece un recuerdo, recuerdo hoy silenciado en los textos que estudian nuestros hijos.

Al amanecer del 18 de julio de 1521, con un calor impropio de la fecha, varios miles de «homens de pelea partiren de Morvedre pera Almenara»1. Este ejército de la Germanía —presidido por la Real Señera, custodiada por el Centenar de la Ploma—, sufriría aquel día la derrota que significaría el declive del Reyno que, junto a los hermanos mallorquines, se negó a jurar como rey a  Carlos I: “quiere el Emperador que le juren en Valencia, y los valencianos no quieren”2 La batalla enfrentó a tropas mercenarias imperiales con unas fuerzas de la Germanía sin preparación militar y apenas caballería, salvo la que custodiaba a la Real Señera.

El primer desgaste de los 'plebeyos' (así llamados por la nobleza) lo sufrieron con sucesivas cargas de la caballería imperial y, tras ellos, las acometidas de las asalariadas tropas moras de los nobles. Después de esta dura sangría, los valencianos estaban al límite de sus fuerzas físicas, agotados y sedientos, pero ni la caballería ni los moros les habían podido vencer. Artesanos y labradores la mayoría, no sospechaban que, en la retaguardia imperial, intacto y descansado, el contingente catalán esperaba la ocasión para rematar a los extenuados plebeyos. El historiador Escolano relató la degollina (por cierto, el topónimo Valencia que usa alude a todo el Reino o territorio, no sólo a la ciudad homónima): habían podido vencer. Artesanos y labradores la mayoría, no sospechaban que, en la retaguardia imperial, intacto y descansado, el contingente catalán esperaba la ocasión para rematar a los extenuados plebeyos. El historiador Escolano relató la degollina (por cierto, el topónimo Valencia que usa alude a todo el Reino o territorio, no sólo a la ciudad homónima):

«...por la retaguardia; y fue a tiempo que los Catalanes que venían en ella (…) todos venían con la cruz de San Jorge en los pechos (…) envistieron en el esquadrón de los Plebeyos de Valencia, que andaban ya desalentados, y perdidos de la sed y cansancio, que les havia (sic) causado el pelear tres horas sin parar, el calor de los caniculares, y el alcance que dieron al esquadrón de los Moros. Con esto afloxaron del rigor que peleavan, y se fueron arrimando a la montañuela (...) matando y degollando infinitos dellos (sic); y los demás (valencianos) se escaparon por varios caminos, y llegaron heridos, cansados y destrozados a Murviedro; y saliendo mugeres con cántaros de vino a darles un refresco, acabando de beber se cahían muertos de reventados”3

 

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  1. Soria, Jeroni: Dietari, p.59.
  2. Sandoval, Fray Prudencio de: Hist. del Emperador Carlos, Pamplona, 1634, pp. 86, 177.
  3. Escolano, G.: Década primera de la de la Ciudad y Reyno de Valencia, 1611, p.1568)

 

 

Así era la cruda realidad histórica de ese fantasioso proyecto común del tradicional eje catalán- valenciano, tan repetido en 2017. Los catalanes atacaron a los valencianos para que triunfara el poder centralista que, en aquel tiempo, oscilaba entre Toledo, Segovia y Valladolid.

Tres horas duró la lucha contra nobles y moros, más otras cuatro de agonía y exterminio con la incorporación de los catalanes. Teodoro Llorente recordaba la hecatombe agermanada a manos de moros y catalanes al servicio de Carlos I:

“... en el centro, los moriscos; detrás, lo catalanes (…) tal fue la matanza de valencianos que, según un testigo presencial, había en aquellas viñas tantos cadáveres como cepas”4

Hay una invariable en el comportamiento del pueblo catalán a través de los siglos: mientras el poder central es poderoso, ellos se arrastran y obedecen, sin tener escrúpulos en combatir a los débiles, como eran los valencianos en 1521. Otra cosa era cuando percibían que España tenía problemas, como sucedió en 1642 y, ahora, en 2017. Al percatarse de ello, oteando la ocasión, fingen ser héroes ofendidos y exigen privilegios por encima de los demás pueblos de la Corona de España.

El victimismo catalán se transmite cual dogma de fe a los estudiantes de la Comunidad Valenciana, inculcando que los catalanes han sido nuestros seculares protectores y educadores. Nada más lejos de la realidad. Siempre que han tenido ocasión nos han robado todo lo que han podido, fueran bienes inmateriales o tangibles, desde el idioma y los clásicos a la paella, sin dejar de apropiarse de pintores como Sorolla, arquitectos como Guastavino (autor de los edificios más emblemáticos de la Nueva York del 1900) músicos como Martín y Soler (el auténtico rival de Mozart en Viena, no Salieri), etc.

El proyecto común 'normalitzador' que guiaba a los catalanes en 1521 fue ayudar al más fuerte, al Emperador; y el tema del idioma o lengua no les motivaba excesivamente. Según los hechos, los catalanes que —desde la barrera al norte del río Cenia—, observaban la desigual lucha de los Reinos de Valencia y Mallorca contra Carlos V, dejaron el tema de la lengua. Sí, en la Germanías su obsesión no fue la lengua, sino el cuello; el cuello bien rebanado de los blaveros (luchaban bajo la Real Señera coronada sobre el medieval azul heráldico) que, en aquel sofocante 18 de julio de 1521, anegaron de sangre el campo de Almenara. No hay Memoria Histórica para ellos, mis antepasados, por parte de los colaboracionistas que nos gobiernan y humillan.

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        4. Llorente, T.: Valencia, 1887, p.266)

  • Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.