EL FIASCO europeo

Es del dominio público, esta construcción artificial conocida como la Unión Europea, en sus treinta últimos años, solo ha servido para una cosa: para enriquecer a Alemania y Holanda. Para nada más. Antes al contrario, se han generado, como nunca antes desigualdades entre los países europeos que no existían antes de este invento de la UE.

El hecho está constatado: solo dos países se han enriquecido con las políticas de Bruselas, Alemania y Holanda; y el resto, se ha hundido y arruinado.

En estas circunstancias, la devastación promovida de propósito por la UE no conoce límites. Todos somos sus víctimas. Podemos echar la vista atrás. No hace tanto tiempo, con la peseta, podíamos ahorrar, viajar y comer en restaurantes, éramos ricos, sólo que no lo sabíamos; después, en 1.986 entramos en la UE, y ahora, con el euro, en los mejores casos, podemos afirmar que  tenemos menos dinero. En los peores, nuestro poder adquisitivo ha desaparecido o disminuido dramáticamente.

Este engendro conocido como la Unión Europea, que desprecia y humilla a los países que la conforman, creada para favorecer sólo a Alemania y Holanda, tiene una consecuencia directa en nuestra economía: la riqueza se ha evaporado de nuestro país. Este es un hecho que podemos constatar todos los días a condición de que no encendamos la televisión, claro. Si la enchufamos, las ventas de pisos y coches corren como la espuma en una fiesta sin fin.

En estos treinta años, la industria española se ha desmontado, destruido; la minería, cerrado; las fundiciones han quebrado; la agricultura se está eliminando. El número de parados de larga duración es cuatro veces el de antes de la crisis y hay estudios que demuestran que incluso la salud física y mental de los españoles se ha visto afectada seriamente por la dureza de ésta en forma de infartos, diabetes, hipertensiones…. Los jóvenes no pueden independizarse porque nadie les ofrece trabajo y si lo hacen los sueldos que se pagan son tan miserables que es imposible tener cualquier proyecto de futuro. Una tercera parte de la población se encuentra bajo el umbral de la pobreza y este hecho afecta especialmente a los niños.

Alemania y Holanda, se han dotado en este tiempo, de la cobertura legal necesaria para comprar a precio de saldo todos los productos agrícolas que necesitan en países terceros, mientras les vende su maquinaria y hace caja a nuestra costa. 

En el caso Holandés, son sus antiguas colonias, como las de Sudáfrica, las que este último año han inundado de cítricos Europa, haciendo inviables los productos autóctonos.

Esta política económica, hecha a la medida de sólo dos de sus países, tienen sus efectos directos, en forma de desastre. En el campo los efectos de la UE están siendo tan horripilantes que gran parte de nuestro país se está quedando vacío, es lo que se conoce como la  “España vaciada”. Un espacio en el que nadie tiene interés en vivir porque en las circunstancias actuales no se puede producir nada. ¿Para qué? si todo viene, más barato, desde 30.000 km de distancia, aunque sea a costa de destrozar el medio ambiente. Una sangría de despoblación que es especialmente acusada en territorios como la llamada Serranía Celtibérica —con el doble del tamaño de Bélgica, y 7,72 hab./km2, menos que la Laponia ártica— pero del que no se libran otras zonas como Asturias, Galicia o Jaén.

Tal es la realidad de esta situación que por las noches, y casi a diario, se nos invita a inmigrar a través del programa “españoles por el mundo”, a fin de ir viendo destinos, antes de que nuestro país quede nuevamente en manos del Islam; pues esto y no otra cosa es lo que parece se pretende desde Bruselas.

Por otra parte, para cualquier observador, no pasa desapercibido el hecho de que a los países que han optado por salir de la UE se les ponen todo tipo de trabas; ahí tenemos el ejemplo de los británicos, que, sensatamente, llevan ya varios años intentando eludir las garras destructoras de Bruselas, a los que se les enzarza en disputas y riñas interminables sobre la “dureza” de su salida, cuando lo verdaderamente insufrible es estar dentro de este club de citas en que han convertido Europa.

Volviendo a la situación que teníamos antes de entrar, hemos de recordar, si es que todavía nos queda alguna capacidad para ello, que, básicamente, una unión que no es capaz de garantizar la prosperidad de sus ciudadanos no es una unión recomendable. En otras palabras, un club europeo en el que se permite la entrada a cualquiera, con independencia de que sea o no europeo, no es un club europeo, si no como mínimo mundial, y nosotros, en tanto que europeos, no nos interesa estar en “algo” así. En consecuencia, propongo que si sólo beneficia a Alemanes y a Holandeses, que se queden ellos con la Unión. Con todos los respetos, a nosotros nos perjudica.

Y llegados a este punto, es inevitable reconocer que posiblemente nos equivocamos, que en 1.986, nuestros brillantes políticos al parecer eran de todo, menos brillantes, y que no todo consistía en entrar a toda costa. Y que el precio que estamos pagando es ya demasiado alto. Que no se nos ha respetado. Que nuestra gente se merece otra cosa. Basta de destruir nuestra cultura, basta de destrozar nuestra economía.

Máxime cuando también nos damos cuenta de lo insostenible y artificial del edificio europeo, de esta UE adulterada, de su degeneración, de su total ineficacia, de que no es capaz de dar solución a los problemas de sus ciudadanos, de que les desprecia, los ignora, de que las desigualdades dentro de la Unión son la norma; de que ni siquiera se ha sido capaz de crear una unión bancaria, ni establecer un salario mínimo europeo, o un seguro de desempleo común, de que es una unión tan artificiosa y falsa y es tal su nivel de “engendro” que ni siquiera tiene recursos suficientes para su presupuesto anual, (lógico, ¿quien va a financiar algo así?); de que su única institución, que presumiblemente ha funcionado, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que se suponía debía de crear un marco normativo seguro para toda la zona euro, unas leyes comunes, ha fracasado estrepitosamente con escándalos como el de no ayudar a la justicia española en el tema Puigdemon; dejando bien a las claras que todos los países de la unión no son iguales y que si bien se espera de nosotros que cumplamos a pies juntillas con las directrices de Bruselas no podemos esperar que Bruselas haga otro tanto con las nuestras.

Sin embargo, con sorpresa, se constata que el grado de inconsciencia o ignorancia del español medio ante estos hechos sobrepasa todos los límites de lo racional, volcados, infantilmente, como seguimos estando, la gran mayoría, en el papanatismo europeo, en la fantasía idealizada de Europa, cerrando los ojos a la realidad del fracaso de la UE tal y como está concebida y dado que lo está para beneficiar solo a Alemania y a Holanda; y adormecidos y estancados en una situación política irreal y del pasado (el infantil juego izquierda derecha de toda la vida), promocionada hasta la saciedad diariamente desde todas las televisiones de forma incansable.

Obligando a vivir al país, en su conjunto, inconscientemente, en un nuevo servilismo y lealtad inquebrantable hacia el gran “tótem” actual, moderno: la “gran construcción europea”;  ese “algo” que en realidad nadie nos explica en qué consiste ni adonde nos lleva, pues al parecer somos niños a los que no se les puede explicar su destino por miedo a que den pataletas y se rebelen contra él. Una construcción que, mientras tanto, por otra parte, no tiene ningún reparo en destrozarnos silenciosamente, bien económicamente, bien físicamente, o incluso espiritualmente.

Es hora de despertar. Es momento para que comencemos a reclamar lo que nos pertenece. Recuperemos espacios de soberanía, no dejemos que otros decidan por nosotros, reivindiquemos lo nuestro, alcemos nuevamente nuestra bandera, defendamos España. Es momento de tener unos gobernantes que se preocupen por nosotros de verdad, que nos representen; de dejar de ser  solo un rebaño ignorante y mudo, al que ordeñar a base de impuestos, dócil y cumplidor con el poderoso y ciego ante el desastre.

  • José Manuel Millet Frasquet es abogado.