Multiculturalismo

No se puede parar la crecida de un río bebiendo más agua.

El pasado 18 de Julio, el ministro de Exteriores de Países Bajos, Stef Blok, salió al paso de las críticas que le llovieron al hacerse públicas unas declaraciones en las que afirmó que las sociedades multiculturales no funcionan.

Conviene pues aprovechar estas declaraciones, para ofrecer una pincelada de una amenaza que gravita hoy sobre Europa que podría en un futuro dar al traste, si no es correctamente neutralizada, con nuestro sistema de convivencia, que es la democracia pluralista. Me refiero al incremento preocupante que ha experimentado en las últimas décadas el volumen de inmigrantes que, de forma regular o irregular, entran en el territorio de la Unión. Los movimientos migratorios son un fenómeno tan antiguo como la especie humana, y la historia abunda en grandes desplazamientos de personas que, en busca de una vida mejor y de nuevas oportunidades, han abandonado sus lugares de origen para probar fortuna en otras tierras. La propia Europa fue un continente de emigrantes en el siglo XIX y en la primera mitad del XX. Actualmente la situación se ha invertido, y son innumerables los hombres y mujeres que, procedentes sobre todo de África, del Medio y el Extremo Oriente y de Iberoamérica, arriban a la Unión Europea, con intención de instalarse de manera permanente

Este flujo migratorio no representaría una dificultad, sino que, por el contrario, sería una aportación positiva, si el número de inmigrantes fuese adecuado para su correcta integración, si su perfil profesional y laboral fuese idóneo para las necesidades del sistema productivo europeo y si sus valores, su cultura y sus costumbres fuesen compatibles con los propios de las sociedades abiertas que existen en Occidente. Por desgracia, estas tres condiciones no se satisfacen simultáneamente en muchos casos, y en demasiados no se cumple ninguna.

Para poder analizar la naturaleza profunda de este problema, hemos de dejar claro cuál es el modelo de sociedad al que se incorporan los emigrantes que llegan a Europa. Podríamos describirlo como una sociedad democrática y pluralista. ¿Hasta qué punto se puede abrir la sociedad sin que deje de serlo? ¿Existe un grado de diversidad cultural más allá del cual la sociedad pluralista se desintegra?

Si queremos situar este asunto en sus justos términos, es esencial comprender la diferencia entre multiculturalismo y pluralismo y cómo el multiculturalismo, entendido y practicado con radicalidad, puede destruir el pluralismo. Por tanto, llega un punto en que la diversidad cultural no es un enriquecimiento, sino una amenaza. 

Para apercibirse de la naturaleza maligna de multiculturalismo hay que entender a qué llaman “cultura” los multiculturalistas. Para ellos, la cultura no es un conjunto de hábitos de comportamiento. Los multiculturalistas consideran que una cultura es una identidad presuntamente amenazada, ya sea lingüística, religiosa, ética o sexual. Por eso las feministas radicales son multiculturalistas y se refieren a la mujer como cultura, sometida a sus ojos a discriminación por parte de los hombres, con lo que ponen en evidencia que el multiculturalismo es un proyecto ideológico con profundas consecuencias políticas. 

Un postulado central del multiculturalismo es que todas las culturas tienen el mismo valor y, por consiguiente, todas merecen el mismo respeto. Pero, si todas las culturas tienen el mismo valor, el concepto de valor pierde todo su sentido. 

Europa tiene, pues, un problema de muy difícil solución, porque el número potencial de inmigrantes es enorme y por mucho que lleven a cabo regularizaciones masivas el flujo entrante no disminuye, sino que, por el contrario se incrementa. 

La Europa moderna, abierta, democrática y tolerante no nació del multiculturalismo, sino del interculturalismo, que fue el catalizador del pluralismo. 

El 15 de septiembre de 2006, Alejo Vidal Quadras, impartió un conferencia en la Kazakn State University of Al-Farabi en Kazajstán, sobre esta cuestión y dijo: “…los seres humanos necesitamos una identidad que implica alteridad. El problema no es la identidad étnica, cultural o religiosa, que es dato que nos viene dado, sino el lugar que el asignamos en la escala axiológica. Cuando la identidad étnica, lingüística o religiosa se convierte en el valor supremo al que todos los demás –libertad, igualdad, justicia– han de supeditarse, la comunidad pluralista queda aniquilada y la barbarie acecha.

Y en su intervención en el acto de entrega del Premio Mater Salvatoris a los valores éticos, morales y cristianos en Madrid, el 31 de mayo de 2007 comenzó así: “En mi condición de vicepresidente del Parlamento Europeo, he creído que un buen tema para mi intervención de esta noche sería precisamente el de Europa entendida como comunidad de valores, …Esta sociedad pluralista ha sido el fruto de una larga evolución histórica de 2.500 años, en la que han sido ingredientes principales el legado clásico griego y romano, el cristianismo y las Luces.

El siglo XX europeo ha sido calificado no sin razón, “el siglo de los horrores “…

Cabe preguntarse cómo pueblos capaces de alumbrar los más excelsos productos del arte y la literatura universales y los descubrimientos científicos y técnicos más decisivos pudieron caer tan recientemente en abismos de violencia y barbarie tan escalofriantes. La búsqueda de una respuesta, que ha sido ya objeto de muchas reflexiones… está directamente relacionada con la dimensión religiosa del hombre. La civilización occidental, que nació y se desarrolló en Europa, contiene todos los elementos para proporcionar a los seres humanos un modelo de convivencia apto para suministrarles felicidad, dignidad y prosperidad en grados muy notables a los seres humanos.

Pero es una senda que exige constante vigilancia para no caer en los peligros que acechan al abandonarla: el nihilismo, el relativismo moral, el totalitarismo o el fanatismo intolerante. 

Porque no debemos olvidar que la esencia de la cultura europea abierta, humanista y pluralista es la libertad. Y, para los europeos, la libertad es el valor que fundamenta todos los demás, una revelación que nos llegó de los más Alto y que es en si misma una regla completa de vida: “la verdad os hará libres”. En efecto, para los europeos la verdad y la libertad son inseparables. Somos libres para buscar la verdad, pero es su búsqueda es la que nos hace auténticamente libres. Y aquí el orden de los factores sí altera el producto. 

Y, obviamente , una consecuencia de esta relación secuencial entre verdad y libertad es que nadie ni nada está legitimado para imponer su verdad mediante la coacción o la violencia. Dios ilumina la libertad del hombre, no la destruye. La anulación de la libertad humana que perpetran los fundamentalismos religiosos es una forma de sacrilegio, porque un Dios que aplasta al hombre, que le rebaja de fin a medio, no puede salvarle.

Esta es nuestra identidad como europeos, una identidad que no emana de la raza , ni de la lengua ni de historias más o menos inventadas.

  • Mª Ángeles Bou Escriche es madre de familia, Orientadora Familiar, Lda. en Ciencias Empresariales y profesora