LAS ÉLITES

“La política sigue un guión. A ningún político ni gobierno le importas. A ninguno. Todos son actores y estafadores que se benefician de la ignorancia de los ciudadanos mientras estos mismos ciudadanos se pelean entre ellos sobre qué amo esclavista quieren que gobierne sobre ellos. En lugar de juntarnos y derrocarlos. El gobierno no se puede volver moral desde dentro.

Debemos co-crear nuestra realidad. Apagar la televisión y dejar de apoyar a gobiernos o a supuestos salvadores. Y en vez de eso, juntarnos con otras personas, ayudarnos mutuamente y crear una nueva realidad.

No caigamos en la trampa de la derecha y la izquierda, el rojo y el azul, ni la ilusión de un salvador. Todo es un gran teatro para mantenernos entretenidos, enfrentarnos unos con otros y no actuar.”

Este texto anónimo circula por wasap. Viene a colación dado que tiene relación con varios temas, ahora mismo candentes: uno es la existencia de unas élites supranacionales que controlarían los gobiernos mundiales, es decir, una plutocracia a nivel planetario; es decir, un gobierno de los ricos; puesto que ¿quién si no va a gobernar el mundo?. Otro es que todo ello sería gracias a la imposición del globalismo como sistema financiero y político y hasta social. En tercer lugar, tendríamos a las corrientes negacionistas, sustentadas por la maldad intrínseca que se atribuye a este sistema que se apunta. Vamos a referirnos, sintéticamente, a todo ello.

Sobre las élites, creo que nadie pone en duda que evidentemente existen y dominan los gobiernos, basta con ver cómo funciona el actual que tenemos en España (que se dice de progreso) y analizarlo reflexivamente, no a un nivel primario o emocional, con ello sacamos conclusiones no fácilmente aceptables por la mayoría.

Las élites son, básicamente, el dinero. El dinero es lo que mueve a este mundo encanallado. Nada nuevo bajo el sol. Y…, ¿quién tiene el dinero?, evidentemente los bancos, y aún más, no cualquier banco. En España podemos verlo con las fusiones bancarias salvajes que se están produciendo, dejando a miles de empleados a inversionistas en la calle; hay bancos que comen y otros son comidos.

En un segundo escalón de las élites, tendríamos a los que hacen rodar, funcionar, circular ese dinero, produciendo más dinero; digámoslo así, las empresas de verdad productivas, las que están haciendo negocio con el globalismo. Es evidente que nos referimos a empresas transnacionales, a multinacionales.

A partir de estos dos escalones, cada uno puede tener mejor o peor situación económica o social, pero lo siento, ya no forma parte de las élites. En este sentido, existen las élites y luego están los demás. Es la no sociedad. Un nuevo feudalismo del siglo XXI. Por ejemplo, Ferrari está batiendo su propio récord de ventas, se manejan cifras millonarias, astronómicas, pero tan sólo es un proveedor más de estas élites.

Como las élites manejan el dinero, los políticos (salvo los antiglobalistas y patriotas, claro) trabajan para ellas; en este sentido son unos empleados más, de lujo, puesto que cobran salarios en algunos casos millonarios, pero empleados. Además, curiosamente, cuanto más a la izquierda, los lazos son más estrechos con estas élites. Recordemos la famosa frase de Paulo Coelho: “cuando un político de izquierda dice que acabará con la pobreza, se refiere a la suya”. No digamos de los políticos de centro derecha, como tantos que conocemos, todos ellos globalistas fanáticos.

Como decimos, todo esto no podría funcionar si no se estuviera aplicando con guante de acero embutido en terciopelo, el más salvaje globalismo. Un sistema que permite enriquecer al 1% de la población y empobrecer, rápidamente, al 99% restante; una catástrofe sin precedentes en la historia que sólo un nuevo resurgimiento, una recuperación de las soberanías nacionales y un nuevo patriotismo, puede combatir eficazmente.

Y en tercer lugar, está el negacionismo, como consecuencia de todo lo anterior. Es decir, si existe una plutocracia, unas élites que mandan, éstas, en buena lógica, tienen sus propios intereses, que, como podemos entender, no son los de la gente normal; pensemos como si fuéramos de la élite: que tal… por ejemplo, que estemos interesados en acaparar cada vez más poder, en sucedernos a nosotros mismos, ser cada vez más ricos, controlar todos los negocios, cómo impedir que alguien les destruya…

¿Y qué decir del planeta?, por que evidentemente se puede ser muy rico, pero el planeta solo hay uno. Esto les molesta, porque, claro, el problema es la gente, que lo ensucia, deben de pensar. Maldita gente. Son sucios y pobres. ¿Se puede decir más? De ahí viene en gran parte, el fanatismo con el cambio climático. El talibanismo con la ecología, hasta el punto de convencer al actual gobierno de titiriteros que tenemos en España, para que declare una situación de “emergencia climática”; lo cual da incluso risa si no fuera por la gravísima situación económica y sanitaria en la que nos encontramos.

Sin embargo, la cuestión llega más lejos. En este divorcio evidente entre élites y población, si las élites son una minoría, para ellas el problema somos los demás, la inmensa mayoría de humanos. De forma que llegan a pensar que el problema del planeta no es sólo que la gente ensucie, si no la misma gente, que se reproduce demasiado aprisa, que son demasiados, que consume recursos, y que, por tanto, es la verdadera plaga para el planeta… De tal forma que el hombre deja de ser el centro de todo, para convertirse en una carga, en un problema. Esto se destila en muchos de los comunicados, artículos, reportajes de medios de comunicación, incluso en la ideología de algunos partidos políticos, asociaciones, puesto que ya sabemos que quien paga, manda, faltaría más.

Esta percepción llega a los de abajo. ¿Acaso nos quieren eliminar? ¿Sobramos?. Pensamos los de la masa. Dado que la élite absorbe todos los negocios en sus oligopolios con sus políticos a su servicio, no somos necesarios. Y en tal sentido, las políticas que vienen de arriba… ¿se hacen para favorecer a la gente o para destruirla? Mucha gente sospecha lo segundo, por lo que llega al negacionismo. Es decir, nada de lo que le dicen desde arriba puede ser verdad.

 

Imagen: www.embajadastv.com
  • José Manuel Millet Frasquet es abogado.