DEL AMOR Y LA PASIÓN

Hoy me siento afortunado. El destino, con frecuencia esquivo con mis deseos personales, ha sido benévolo y me ha permitido presenciar una escena que me reconcilia con una buena parte de la humanidad. En concreto con las mujeres. No así con la otra mitad, los hombres, grupo al que pertenezco. Sé que el tema es muy delicado pues se nos ha puesto la piel muy fina con el tema de las señoras y los señores. Intentaré no ofender a nadie aunque bien sé que si se empeñan algo encontrarán para crucificar al pobre mensajero.

Para ponernos en situación. Paseaba con la señora que gobierna mi vida, no me atrevo a decir mi mujer por lo posesivo del término, por una calle céntrica de Madrid cuando en la acera, esperando a que el semáforo se pusiera verde, alcanzo a ver a un joven, de buena planta, subido a una moto de tamaño adecuado a sus apolíneas medidas. El sujeto en cuestión llevaba puesto un casco, integral creo que se llama, que le cubría la cabeza y casi toda la cara. Solo la visera dejaba entrever unos ojos claros, la nariz y un pequeño fragmento de su boca. 

A su lado una hermosa joven, a cara descubierta, se afanaba con singular vehemencia, poniéndose de puntillas, en alcanzar aquella boca que le vedaba el maldito casco. Su insistencia era digna de encomio. Retorcía su grácil cuerpo esquivando el manillar, el depósito y demás artilugios que puede llevar una moto y que yo desconozco. La ansiedad, y el empeño, que desplegaba por besar aquellos labios tan cercanos y tan prohibidos por el detestable casco me llenó de ternura.

La otra cara de la moneda es la actitud del joven que, de manera displicente, no hizo amago ni de bajarse de su montura ni de quitarse el casco. Puede ser que el beso no fuera deseado por su parte. Si así fuera bájate la visera, arranca la moto y vete al puerto de la Cruz Verde, sitio emblemático de los moteros madrileños, a trazar sinuosas curvas. Allí disfrutarás de la velocidad y del aire de la montaña pero habrás dejado atrás el goce de la pasión sin medida, quizás del amor, que tanto echarás en falta a no tardar, sobre todo la primera.

Mi natural discreción no me permitió comprobar si aquella boca alcanzó su objetivo. Mucho me temo que, por muy habilidosa que fuera, lo máximo que pudo conseguir fue un fugaz y efímero roce mezclado con el frio tacto de la fibra de carbono. Por muy emocionante que sea una curva en moto, soy profano en la materia, no creo que pueda equiparase a un beso como demostración de amor o de pasión. 

Nunca tuve moto pero, cuando en contadas ocasiones los hados me fueron propicios, fui raudo en quitarme el “casco” y adoptar, en la medida de mis limitadas posibilidades, una aptitud más colaborativa, y más complaciente, que la del presuntuoso motorista. 

Me vienen a la memoria los magníficos versos de Sor Juana Inés de la Cruz, insigne poetisa mejicana, que dicen: “Al que trato de amor, hallo diamante y soy diamante al que de amor me trata…”. Hermoso resumen de tantos amores no correspondidos que jalonan la historia de la Humanidad.

Ahora que, como dice la canción, la nieve cruel de los años mi cuerpo enfría, recuerdo con nostalgia momentos en los que, la pasión siempre y el amor alguna vez, proporcionaron de manera significativa, a aquel joven que una vez fui, los incentivos necesarios para solventar, sufrir o sortear, las dificultades propias de una época que, en la vida de las personas, todo parece por hacer.

¡Ay que tiempos aquellos!

¡No todo va a ser historia y política! Vamos digo yo. 

  • .Juan Manuel García Sánchez es Licenciado en Derecho.