Geopolítica de la diplomacia: de la clásica a la digital (III)

La nueva diplomacia de la era digital. Diplomacia pública

La diplomacia pública consiste en emplear los medios de comunicación adecuados para difundir noticias e información que permitan explicar la política exterior de un país a gobiernos extranjeros y poblaciones objetivo, con el propósito de conseguir e incrementar el apoyo a las políticas estatales propias. También se podría definir, de forma resumida, como las diversas acciones tendentes a influir en audiencias foráneas mediante un contacto directo con la población a través de los medios sociales, con la finalidad de conseguir un clima social y político favorable a los intereses específicos de un país.

La actual difusión de la tecnología relacionada con las comunicaciones ha modificado la forma tradicional de llevar a cabo la diplomacia. Aunque se debe señalar que los fines últimos son los mismos, y se pueden concretar en una serie de ellos que actúan de forma concatenada: fomentar una visión positiva del país y su cultura, que a su vez genere una corriente de opinión favorable a los intereses nacionales, para, como objetivo final estratégico, aumentar la influencia mundial del país. Recurriendo a lo que dice Robert D. Kaplan en La venganza de la geografía, «en los tiempos actuales, con culturas embutidas unas contra otras, y los medios de comunicación como vehículo de denuncias constantes, así como la presión popular ejercida por grupos oprimidos, jamás ha sido tan acuciante la necesidad de una diplomacia discreta y sobria»11.

11 Kaplan, Robert D. La venganza de la geografía. RBA. Barcelona. 2013.

En definitiva, la diplomacia pública se trata de una maniobra de persuasión a escala planetaria para influir en las opiniones de individuos de las partes más amplias posibles del mundo, o al menos en aquellas que pueden tener una mayor repercusión en los intereses propios, de modo que se genere una atracción positiva hacia el propio país.

Ya no basta con actuar solo sobre los gobiernos de los Estados, comunicando con ellos y tejiendo alianzas, pues la ciudadanía ha sido investida de un poder de intervención e influencia en el proceso decisor internacional sin parangón en la historia, que hace necesario también operar sobre ella para conseguir los fines propios de la diplomacia. Lo que implica que la opinión pública deba ser tenida muy en cuenta cuando un país aplique medidas para crear un ambiente propicio que sirva para mejorar su imagen e incrementar su peso global.

El proceso básicamente consiste en llevar un mensaje que aparente ser no impositivo, para que, consiguiendo ganar los corazones y las mentes del público objetivo foráneo, este reaccione de forma favorable a los intereses del país actuante.

En este contexto, los principales países intensifican algunas de sus acciones clásicas – como los programas de intercambio para que los extranjeros conozcan su país, su idioma y su cultura, y así se conviertan en embajadores involuntarios diseminados por todo el mundo-, mientras que exploran la creciente potencialidad que ofrecen las redes sociales y otras plataformas digitales como influenciadores en la opinión pública.

Las acciones llevadas a cabo en el ámbito de la diplomacia pública suelen incluir medidas a largo plazo y de bajo perfil, como pueden ser las dirigidas a mejorar las relaciones bilaterales mediante la promoción de los valores y la cultura del país, consiguiendo así que se genere un sentimiento de afinidad, que podrá ser empleado en el futuro. En este sentido, revisten especial relevancia las actividades formativas y culturales, desde posibilidad de realizar estudios a visitas organizadas al país. Para ello, es fundamental establecer líneas de contacto con la población local, para que se sienta atraída por las características del país. Las medidas en el ámbito de la diplomacia pública se llevan a cabo normalmente en países considerados como amigos o neutrales, no manifiestamente enemigos.

En el caso concreto de EE. UU., se hace evidente los enormes esfuerzos que está haciendo para que predomine también su mensaje en las redes sociales. Como muestra, en 2001, la Oficina de Información Internacional del Departamento de Estado, mediante una agresiva campaña, en apenas tres meses consiguió multiplicar por cuatro el número de sus seguidores en Facebook, llegando a los cuatro millones. Otro ejemplo es el programa llevado a cabo por la Oficina de Asuntos Culturales y Educacionales del Gobierno estadounidense en Túnez, sobre finales de 2011 y principios de 2012, relativo al aprendizaje del idioma inglés desde teléfonos móviles. En poco tiempo se consiguió que el programa fuera usado por medio millón de usuarios únicos al mes, algo realmente llamativo si se considera que la población de este país norteafricano apenas supera los diez millones de personas.

En cierto modo, la diplomacia pública no es más que la adaptación de procedimientos de marketing, pero adaptados a otro contexto, pues el objetivo final es que el público «consuma» el mensaje que se le está enviando. Así mismo, este aspecto de la diplomacia pública está a su vez íntimamente relacionado con el concepto de comunicación estratégica, del que en realidad no sería más que una parte.

Una cuestión importante dentro del espectro de la diplomacia pública es cómo valorar que efectivamente los programas aplicados están teniendo éxito, algo que debe hacerse con regularidad para, en su caso, modificar protocolos de actuación y, cuando menos, para estar seguro de no estar despilfarrando el dinero público en actividades estériles, por muy atractivas y ajustadas a la modernidad que pueden aparentemente resultar. Como sucede con el resto de las relaciones internacionales, en la diplomacia pública también existen países colaboradores y competidores, siendo trascendental identificar ambos, así como hacer un constante seguimiento para identificar cambios de bando.

El desarrollo de estas tácticas de persuasión enmarcadas en la diplomacia pública permiten desarrollar una reputación que, de ser exitosa, tendrá importantísimas repercusiones prácticas, principalmente en el ámbito económico, pues una imagen de solidez, estabilidad e imperio de la ley atrae inversión y turismo, pero que también va a afectar a las exportaciones, a cómo se reciba en otros países a las empresas nacionales que en ellos pretendan implantarse, e incluso a los estudiantes que se sientan atraídos por los centros educativos propios.

Pero para que la diplomacia pública sea verdaderamente eficaz, deben perseguirse objetivos a medio y largo plazo, para lo que es indispensable que esté amparada y guiada por una política de estado no sometida a los vaivenes políticos propios del juego democrático. Al mismo tiempo, se precisan expertos que tengan continuidad en los puestos responsables de las diferentes fases de la diplomacia pública, pues de otro modo se puede arruinar fácilmente el trabajo de años si hay un baile constante de funcionarios.

 

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