Proliferan los balances institucionales respecto a 2020, y todos prácticamente coinciden en destacar el dolor por la pandemia que estamos sufriendo y el balance positivo para la institución correspondiente.
No sólo Pedro Sánchez, hablando que ha cumplido una cuarta parte de sus compromisos, sino basta repasar balances de presidentes de Diputaciones, alcaldes, o grupos empresariales. Sólo les falta pedirnos que les felicitemos y agradezcamos lo que han hecho.
Lejos de mí pretender que hagan autocrítica en público, porque me parece que es pedir peras al olmo. Pero un poco más de mesura deberían tener, para no hacer el ridículo, no caer en la vanidad vacía… porque quienes les oímos o leemos tenemos memoria, y tal vez esa autocomplacencia aviva el dolor.
Reconozcámoslo claramente: el dolor de 2020 está plagado de incompetencias nacionales y autonómicas, retrasos injustificables y sectarismos. Sólo hace falta mencionar la sanidad o el drama de las residencias de ancianos.
Y en la avalancha que hoy y mañana tendremos por whatsapp felicitándonos el Año Nuevo ya se nota el común denominador: que 2021 sea mejor que 2020.
La diferencia entre 2020 y 2021 es, simplemente, una hoja del calendario. Sé que no es poético recordarlo, pero no hay más. Seguimos siendo los mismos, nos gobiernan los mismos, tenemos una vida igual.
Aunque se trate de un mero paso del calendario, es bueno abonarse a la esperanza siempre, por aquello de que la esperanza es lo último que se pierde. Una esperanza basada en el sentido común, en la prudencia, en el trabajo bien hecho, y no descartando que las chapuzas que hemos comprobado este año en los gobernantes –y dejación de funciones, falta de ejemplaridad, etc.– pueden aplicarse, en cierta medida, a personas de nuestro entorno, o incluso a nosotros mismos.
Yo me apunto a ese planteamiento de esperanza realista y de sentido común, porque detecto –o me lo parece– que de nada de lo que sucede hay culpables, salvo el tópico “la culpa es del Gobierno”, que para algunos es “la culpa la tiene Madrid”.
Una prima mía es médico, y tiene bastante sentido común. Ha publicado un sencillo relato en redes sociales, en torno a un grupo de turistas que se pierden en el monte. Sólo tienen unas latas de comida ya caducadas; se las dan al perro, a ver qué pasa. Al día siguiente, rescatados ya los turistas perdidos, se enteran de que ha muerto el perro, y empiezan a sentir fiebre y malestar general. Uno de ellos pregunta: “¿De qué ha muerto el perro?” Y la contestación no tiene desperdicio: “Le atropelló un coche”.
Hay una pandemia, el coronavirus es muy contagioso, las cifras de muertos y contagiados no dejan de aumentar. ¿Nos vamos a resignar a no hacer nada, tener miedo y atribuir todos los males a la pandemia? Me abono al sentido común.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.