José María Pemán y Pemartín. Escritor. Director de la Real Academia de la Lengua. Un busto suyo colocado apenas hace un año en el vestíbulo del Teatro Principal de Jerez ha sido retirado con motivo del acuerdo municipal promovido por doña Ana Fernández, concejala comunista. Este rencor histórico de cierta izquierda es el cuento de nunca acabar. Ya está bien. Si dependiera de esta mujer, los talibanes de Afganistan y los fanatizados milicianos del Ejército Islámico quedarían reducidos a simples aprendices de la intolerancia y del fanatismo.
Lo primero que le pediría a la camarada Ana Fernández, es que aprendiera historia de España (por cierto, su denostado y odiado escritor José María Pemán es el autor de una bonita historia de España, y quizás, -¿quién sabe?-, su odio venga por ahí). Don José María Pemán nunca fue un fascista. Ni mucho menos. Que se informe bien la vengativa comunista. Pemán fue, ante todo y sobre todo, un gran escritor (merecedor con creces de ese sencillo busto que han retirado); un fervoroso monárquico liberal, fiel seguidor de don Juan de Borbón, quien a su manera, aspiraba a ser el rey de todos los españoles. Especialmente, fue una buena persona, todo un caballero cristiano. Lo acepte o no lo acepte doña Ana, un hombre de bien. Y conste que en los lejanos años de mi juventud falangista nunca fui un enamorado de la literatura de Pemán (me atraía mucho más el verbo sugerente de Federico García Lorca o la épica de Antonio Machado Ruiz) y ni mucho menos sentía simpatía por don Juan de Borbón. Todo lo contrario; a mis pocos años me encantaba la letra de aquella vieja canción jonsista que solía cantar con gran entusiasmo (“que no queremos reyes idiotas que no sepan gobernar..”.). Con el paso del tiempo fui aprendiendo que a este viejo pueblo nuestro, tan ardoroso como intransigente y fogoso, a veces tan irresponsable, lo preferible para una democracia tranquila y apacible era una monarquía parlamentaria como la que estableció y reguló nuestra constitución del año 1978, celosa guardiana de nuestras libertades, como muy bien declaraba a día de hoy en el diario ABC mi cada vez más admirado el ex ministro señor Corcuera. Gracias a Dios nuestra Constitución es un símbolo de la concordia y del buen entendimiento entre la mayoría de los españoles. Siento una gran alegría al comprobar que no me equivoqué.
A doña Ana Fernández, la impetuosa y desorientada edil jerezana, militante de Izquierda Unida, le aconsejaría que leyese y meditase – ¡que lo meditase bien!- el libro de Jesús Cotta, titulado “Rosas deplomo”, donde describe la admiración mutua que sentían entre si José Antonio Primo de Rivera y Federico García Lorca, hasta el extremo de que el líder falangista, al parecer, incluso en algún momento, pensó en encargarle la redacción de la letra del himno de la Falange.
Ana Fernández debe sentirse muy a gusto en ese papel de inquisidora. Estoy seguro que se hubiera encontrado muy incómoda entre los hombres que apostaron –o que apostamos- por la Constitución de 1978. A ella lo que le va es el revanchismo, aunque sea a costa de ensuciar el honor de una persona de bien.