Desde su aparición en la historia, la vida social organizada está regida necesariamente por la política y los políticos, cuya actuación, a su vez, se inspira en ideas, principios y valores aceptados del pueblo. Hasta el siglo dieciocho, fueron las creencias religiosas las que estructuraron la vida social sin discrepancias notables, pero desde este siglo, origen de la modernidad, la religión es sustituida por ideologías de diverso signo.
Se pueden enumerar las siguientes: el racionalismo, el liberalismo, los nacionalismos fascistas y el marxismo; el fracaso de este último ha dado paso a otras ideologías de signo cultural: ideología de género, ecologismo, indigenismo y laicismo radical.
Aplicadas a la política, las ideologías predican una visión irreal del mundo y de la vida basada en la utopía y dirigida a la gran masa social, y por eso constituyen un gran mal del que es muy difícil liberarse. La realidad humana es muy compleja, pero las ideologías la simplifican abusivamente. El más claro ejemplo de ello es el marxismo, que trata de explicar todos los males del mundo, absolutamente todos, por la división de la sociedad en dos clases: el capitalismo explotador y el proletariado explotado, única clave para interpretar la realidad humana. Algo parecido puede decirse del racionalismo, que ponía el fin de todos los males en el triunfo de la razón, o del liberalismo, que lo ponía en el triunfo de la libertad.
La ideología es una especie de religión política, pues presenta una determinada cosmovisión con unos principios y valores en los que hay que creer y por los que hay que luchar, como se hace en las confesiones religiosas. En este sentido, cabe interpretar la sustitución de la religión cristiana medieval por las ideologías modernas en clave de creencias semi-religiosas, y por eso, como dice Eric Voeglin, toda ideología es anticristiana, ya que no se limita a buscar el bien común en el ámbito de la economía o de los derechos, sino que pretende explicarlo todo por sus principios. Y esta es la principal razón de por qué, en la edad moderna, el cristianismo ha tenido y tiene tanta oposición y dificultades con los políticos.
Desde hace un siglo, el prototipo de ideología política es el izquierdismo, que se ha adueñado de las grandes palabras de propaganda política, como son la libertad, la justicia, la igualdad, y que resume en la palabra "progresista", repetida hasta la saciedad en todos sus discursos políticos. Ello quiere decir que las personas cuyas ideas políticas no son de izquierda son acusadas de enemigas del progreso, reaccionarias y "fascistas"; de ahí que la descalificación y el insulto, a falta de razones que analizan la realidad, son las grandes armas para atacar al adversario político. Es lo propio de la demagogia, lo más vil de la vida política, porque su discurso es halagar el sentir de la plebe para hacerle instrumento de su ambición de poder.
Como vemos en la realidad, toda ideología, incluso en los países democráticos, es paranoica y para-totalitaria, ya que tiende a atribuir todos los males al adversario político y utiliza medios eficaces para intimidar a los que no participan de su credo. En el último siglo, los grandes totalitarismos -el fascismo durante veinte años y el comunismo durante cien- han impuesto a la sociedad sus respectivas ideologías eliminando toda clase de libertad, empezando por la libertad de pensamiento. Por fortuna, sólo en dos o tres países sigue rigiendo el totalitarismo comunista, pero continúa esa presión en sociedades democráticas, como está ocurriendo en la actualidad con los nacionalismos e izquierdismos.
Lo peor de las ideologías es haber sido el origen de las revoluciones y guerras más devastadoras de la historia de la humanidad, tal como ha sucedido en el siglo pasado. Las "ideas" marxistas, origen de las revoluciones comunistas en el mundo, causaron más de doscientos millones de muertos y la ruina de decenas de países, y las "ideas" nazistas causaron la segunda guerra mundial con otros cien millones de gente inmolada. Antes, en otras épocas, las guerras se desencadenaban por ambición de dominio o en defensa de la libertad; en nuestra época moderna son las ideas revolucionarias las que causaron y causan los mayores desastres y genocidios. Así son las ideologías.
Al no tener en cuenta la realidad humana, todas las ideologías terminan en fracaso. El comunismo, por ejemplo, que llegó a dominar la mayor parte del mundo, hoy se ve reducido a dos o tres pequeños países y que termina imponiéndose. Los radicalismos políticos, como son las ideologías, no apelan a la razón, sino a las emociones y sentimientos, que por su naturaleza son variables y sirven más para destruir que para construir. Tarde o temprano, todas las ideologías van desapareciendo y es la democracia lo que al final se impone.
Otro gran mal de las ideologías, finalmente, es que contaminan y corrompen las instituciones y la vida social. Son la politización de la cultura. Cuando tienen influencia en sociedades democráticas, no respetan la división de poderes, propia de las verdaderas democracias, tienden a acaparar los medios de comunicación social, e incluso pretenden cambiar los criterios y costumbres éticas y religiosas de los ciudadanos. No es admisible, por ejemplo, que quieran imponer la abolición del matrimonio, el aborto o la eutanasia en nombre del "progreso", o que califiquen en términos políticos la administración de la justicia, o que presentan las conductas éticas de las personas según criterios partidistas.
Isaac Riera Fernández es sacerdote Misionero del Sagrado Corazón, licenciado en filosofía por la Univ. Gregoriana de Roma, doctor en filosofía por la Univ. de Valencia y escritor.