Están nerviosos. Ya tienen su nuevo “Prestige”, su nuevo “15 M”. La crisis ha sido un gran estímulo para sus ansias revolucionarias. Si Mariano Rajoy consigue enderezar la economía y cumplir alguna de sus promesas electorales, estos señores revolucionarios nuestros tendrán que pasar por los quirófanos cardiacos. No podrán resistir el disgusto.
Todo está muy bien calculado. Agitación, agitación y más agitación. Y si algún policía se pasa un poco de la raya, el regalo está servido: ya tendrán su mártir. Su añorado mártir.
No importa que en Portugal la crisis sea mayor que la nuestra y que nadie pretenda un cambio de régimen. Y que lo mismo suceda en Italia, en Francia, en Irlanda, etc. Ellos lo que quieren es aprovecharse de este momento de desánimo nacional para traer “su República”, digo que sea la “suya” porque nunca han pretendido que fuera la de todos.
En aquella noche de triste memoria del once de febrero de mil ochocientos setenta y tres, aquellos diputados progresistas disgustados con la fuga de Amadeo I, por su cuenta y riesgo y sin ninguna consulta al pueblo español, proclamaron la primera República. Unos eran partidarios de la República centralista como Castelar, y otros partidarios de la República federal como nuestro paisano González Chermá. El corolario de semejante desacuerdo fue la revolución cantonal, la “bacanal cantonal”. Hasta Chermá proclamó aquí un cantón que duró tres o cuatro días. Aquello fue una locura. Nadie se ponía de acuerdo con nadie.
Otro momento crucial de desaliento general: La proclamación de la Segunda Repúbica. Otra vez sin consultarle al pueblo español. Otra República para exclusivo provecho de los republicanos. El resto a verlas venir y, si por casualidad ganaban las elecciones generales, como sucedió en el mes de noviembre del año mil novecientos treinta y tres, pues ya se sabe: la revolución asturiana, (esa Revolución que nunca sucedió según el gran historiador Cándido Méndez) y la proclamación separatista de Companys.
Y ahora, otra vez, el intento más o menos soterrado del desgaste del Rey Y después, pues lo de siempre, la República excluyente. Pero esta vez se encontrarán con un bloque constitucional que, para disgusto suyo, no cederá.