Después del fracaso histórico del marxismo, han surgido en occidente otras ideologías con pretensiones revolucionarias, no ya políticas, sino culturales y sociales, y una de ellas es la autodenominada ideología de género, muy aireada por los movimientos radicales feministas y del orgullo gay. No es sólo un movimiento reivindicativo, sino también una “ideología”, esto es, una filosofía sobre la persona humana, y concretamente en su condición sexual, que pretende subvertir desde sus mismas raíces; como todas las ideologías, es un sistema cerrado de ideas a semejanza de los credos, porque ha de admitirse en bloque, y no admite diálogo. Y es una ideología de “género”, una palabra que hay que entender en su significado gramatical de género masculino, femenino o neutro, porque abarca estas tres acepciones; aunque se presta a una cierta ambigüedad, la palabra está elegida con una intención bien precisa y calculada: cambiar las ideas que tenemos sobre la persona humana.
La ideología de género puede definirse de esta manera: aunque la persona humana nace con una determinada anatomía, el ser hombre o mujer o ambas cosas a la vez, no viene determinado por la naturaleza, sino que es una opción que cada uno elige libremente de acuerdo con sus preferencias o inclinaciones. En otras palabras: el nacimiento o la naturaleza no nos ha hecho hombres y mujeres, sino que la varonía o la feminidad es un rol o papel que cada uno representa en la sociedad según los cánones culturales establecidos en ella. Nada es naturaleza y todo es cultura, y, según eso, nos comportamos como hombre o como mujer según la educación recibida y los prejuicios sociales. De ahí que la homosexualidad no ha de ser considerada como una desviación de la naturaleza, sino como una libre opción y con los mismos derechos que la heterosexualidad. Y es esta, justamente, la ideología en la que se justifican todos los movimientos modernos del orgullo gay.
Si se considera detenidamente, esta tesis fundamental de la ideología de género nos llevaría a una revolución social y cultural de hondísimo calado, porque sus consecuencias e implicaciones van mucho más allá de una mera reivindicación de derechos. Los tres aspectos de la identidad sexual de las personas -sexo biológico, sexo psicológico y sexo sociológico- dependerían enteramente de la libre elección de los individuos, cuyas consecuencias afectarían gravísimamente a las relaciones y funciones fundamentales del ser humano. De llevarse a cabo esta revolución, tendríamos que hablar de muy distinta manera a como hablamos del amor, de la familia, de la maternidad, o de la paternidad, porque estas realidades humanas dependen enteramente de la diferenciación natural entre hombre y mujer. Es necesario, por tanto, que nos opongamos frontalmente a esta ideología poniendo de relieve su perversidad; está en juego, no una política, sino el sentido mismo de lo humano.
Rebelión contra la naturaleza
Lo más grave de la ideología de género y lo que la hace totalmente rechazable es negar la naturaleza humana, o más precisamente, rebelarse contra ella, puesto que la naturaleza impone sus exigencias independientemente de nuestra voluntad. Y como dice el papa Benedicto XVI, rebelarse contra la naturaleza equivale a la rebelión de la creatura contra su condición de creatura: –pretender liberarse de las exigencias de su propio cuerpo, hace que el hombre se considere un ser autónomo que se construye a sí mismo, un pura voluntad que se auto-crea y se convierte en un dios para sí mismo. Olvidan los propagadores de esta ideología que el ser humano, desde su misma concepción, es un ser sexuado, esto es, un ser que se estructura y se desarrolla anatómicamente y psicológicamente en clave de varón o en clave de mujer. Y esto no es una idea cultural, sino datos de pura ciencia: hombres y mujeres razonan, sienten y experimentan de forma distinta, porque su sistema hormonal es distinto.
Negar que el hombre tenga una naturaleza fija no es una teoría novedosa, sino que viene respaldada por el neo-marxismo y el existencialismo ateo en el pasado siglo. Subordinando toda reflexión sobre el hombre a la tesis de su alienación social e histórica, el marxismo atribuye todos los males que padece la humanidad, no a su naturaleza egoísta, sino a las estructuras culturales que favorecen a la clase dominante capitalista; y esta dominación cultural la extiende W. Reich, uno de los representantes del neo-marxismo, al tema de la sexualidad, propugnando su total liberación como fin de la alienación humana. El existencialismo ateo de J.P. Sartre, por su parte, al decir que el hombre no es naturaleza fija, sino libertad total y absoluta, hace depender de la libre elección humana construir su humanidad de la manera que quiera; es famosa la afirmación de la existencialista S. de Beauvoir, que la ideología de género ha convertido en uno de sus lemas: “La mujer no nace, sino que se hace”.
Es un grave error filosófico que en nuestro tiempo no se hable apenas de la naturaleza humana en los distintos problemas que se plantean, pero sí se habla, y excesivamente, de la cultura, una de las herencias envenenadas del marxismo. Naturaleza y cultura son dos dimensiones de lo humano que no pueden contraponerse. El hombre tiene una naturaleza, con sus necesidades y sus leyes que no se pueden cambiar, y crece y se desarrolla en una determinada cultura, que perfecciona su naturaleza mediante la educación y la convivencia social. Las dos dimensiones se complementan, y se debe hablar de una ética natural en el comportamiento humano, independientemente de las variaciones culturales de la historia. Cuando se ignora o se perturba el orden ético natural del hombre, vienen los desórdenes y desastres morales en los individuos y en la sociedad, tal como está sucediendo en nuestro tiempo: ni el amor, ni la familia pueden tener estabilidad alguna.
La “decostrucción” perversa
Rechazando de plano que no existe una diferenciación natural entre hombre y mujer, sino que lo masculino y femenino son roles culturales producidos por la sociedad, la ideología de género propugna la “de-costrucción” una palabra inventada de todo lo construido por los prejuicios e intereses de la sociedad. Todas las instituciones sociales cuya base sea la diferenciación del hombre y de la mujer, tales como el amor, la familia, la paternidad, la maternidad, la religión y muchas profesiones, son producto de una sociedad machista y patriarcal, que ha creado esta diferenciación para tener sometida a la mujer a los intereses de los varones. Suprimir estas instituciones, por tanto, no sólo es desmontar grandes prejuicios culturales, sino conseguir la liberación total del ser humano. Sin normas morales que repriman la libre sexualidad, sin familia, sin la servidumbre de ser madre o padre, tendríamos una sociedad verdaderamente libre y feliz por primera vez en la historia.
A parte de la acción política, esta “de-costrucción” que la ideología de género quiere llevar a cabo ha de realizarse a través de la educación desde la más temprana infancia, el medio más eficaz para cambiar las mentes y los comportamientos. La educación ha de cambiar radicalmente de signo porque se realiza sobre el falso supuesto de la diferenciación sexual niño y niña, con vestimenta, actividades, juegos y aficiones propios de ella. En lugar de una educación en masculino o en femenino, la educación ha de ser neutra, dejando plena libertad a la libre elección de la infancia. A un niño, por ejemplo, no deben imponérsele juegos que impliquen violencia, pues tal vez se incline por las muñecas; y al contrario, a una niña no debe imponérsele jugar con muñecas orientándola a su futuro oficio de mamá, pues tal vez le guste otro oficio muy distinto. Más aún: los maestros han de proponer a los niños los diversos tipos de sexualidad, sin ninguna clase de prejuicio, para que ellos elijan libremente según sus inclinaciones.
A la vista de este propósito, se ha de decir que la ideología de género no sólo es radicalmente falsa, sino que es una ideología perversa, por cuanto tiende a destruir el orden natural de las cosas que nos llevaría al nihilismo total. ¿Quién, en su sano juicio, puede propugnar una sociedad sin hombres y mujeres, sin familia, sin las funciones naturales de la paternidad y de la maternidad? ¿Podemos ni siquiera imaginar cómo sería una tal sociedad, que rebasa, por lo disparatado, cualquier creación de una fantasía perturbada? El tipo de educación que propone, por otra parte, contradice palmariamente la realidad y no está avalado por ninguna evidencia científica, sino todo lo contrario. La ciencia nos dice no sólo que los cromosomas del niño y de la niña son distintos, sino que la distinta cantidad de testosterona determina un modo distinto de percibir y de reaccionar, ya desde el mismo momento de su nacimiento, y por tanto la educación ha de ser diferenciada en muchos aspectos.
La politización y el sentido común
Por aberrante que sea una ideología, el más eficaz medio de propagarla e imponerla en nuestro mundo es su politización, y este es el caso de la ideología de género. Se gestó a finales de los años sesenta en algunas universidades de los Estados Unidos por obra del feminismo radical; se introdujo en todas las Agencias de la ONU, tales como el Fondo para la población, UNICEF, la UNESCO y la OMS; desde aquí pasa a la Unión Europea que la incluye en su ideario, y recibe oficialmente su respaldo jurídico y político en la IV Conferencia Mundial sobre la mujer en Pekín el año 1995, donde se logra convertir las reivindicaciones del feminismo en una ideología radical mediante presiones y artimañas. Es muy grave que tal ideología se haya introducido en muchas instancias de las organizaciones mundiales, pero más grave aún es la propaganda que de ella hacen muchos medios de comunicación en las democracias occidentales, sin tomar conciencia de su labor destructiva.
La politización de la ideología de género se ha conseguido mediante dos falacias propagandísticas: presentarla como un derecho de la libertad democrática, por una parte, y como una opción política progresista, por la otra. Ambas estrategias se aprovechan de la confusión de ideas que impera en nuestra sociedad y de la intimidación política que se ejerce sobre la gente. Confusión, en primer lugar, porque si es verdad que los homosexuales y las lesbianas tienen sus derechos, es radicalmente falso que ese derecho suponga la abolición de la diferenciación de sexos, como defiende esa ideología. E intimidación política, en segundo lugar, porque no se puede calificar de “reaccionario” a quien defiende el orden natural humano, ni “progresista” a quien lo quiere destruir. Esta presión política ha logrado algo injusto en el ordenamiento jurídico de muchas democracias: discriminar positivamente a las personas por su condición sexual, ya que la mujer o el homosexual están más protegidos por la ley.
¿Conseguirá la ideología de género su objetivo de abolir la diferenciación de hombre y mujer en nuestra sociedad y liberar a la sexualidad humana de todos sus condicionamientos?… Evidentemente que no, ya que se opone frontalmente a la realidad y al sentido común. Por más filosofías liberadoras que presente, los hombres y las mujeres continuarán atrayéndose mutuamente buscando su complemento afectivo y sexual, los hombres tendrán sus específicas manifestaciones varoniles y las mujeres las suyas, y la paternidad y la maternidad se realizarán muy mayoritariamente en el seno de las familias. Esto es lo natural, y resulta inútil ir contra la naturaleza. Ahora bien, aunque esa revolución social sea imposible, la ideología de género puede hacer mucho daño en las costumbres y en las instituciones, y de hecho lo está haciendo en muchas sociedades democráticas. La crisis de la familia y la depravación moral que hoy sufrimos tienen en ella el respaldo ideológico que necesitaban.
Isaac Riera Fernández es sacerdote Misionero del Sagrado Corazón, licenciado en filosofía por la Univ. Gregoriana de Roma, doctor en filosofía por la Univ. de Valencia y escritor.