No nos engañemos. Ha sido así desde el principio. La Iglesia Católica es un estorbo para todos aquellos que tienen una cosmovisión totalitaria de la sociedad y les molesta que otros puedan competir en un espacio libre y con las solas armas de la fe, de la razón y de la palabra.
Cuando el pueblo judío opta entre Jesús y Barrabás, no lo hace entre un profeta y un vulgar y peligroso delincuente La opción opera –según ellos- entre un molesto agitador que puede socavar los cimientos políticos y espirituales del pueblo judío y un carismático caudillo nacionalista, “un combatiente de las resistencia” contra la opresión romana, como dice el papa Benedicto XVI en su interesante libro titulado “Jesús de Nazaret”. El mismo origen semántico de la palabra Barrabás confirma la tesis expuesta por el papa (Bar-Abbas, quiere decir “hijo del padre”, una denominación típicamente mesiánica).
Con el tiempo cambiarán los escenarios políticos y geográficos, pero la Iglesia Católica seguirá siendo un estorbo para otros dirigentes políticos. Ahí están las persecuciones de Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, etc., Un pueblo politeísta como el romano no se avenía muy bien con la idea de un Dios único y redentor. Suponía un grave peligro para sus ancestrales creencias, su propia seguridad y el orden público romano. La entrada de las tropas de Alarico en Roma sacudió al mundo occidental y la ruina de Roma fue achacada al cristianismo. Idea que tuvo que rebatir San Agustín en su conocida obra “La ciudad de Dios”.
A través de los tiempos la Iglesia ha recibido muchas bofetadas por otras razones distintas al espíritu de la ciudad de Dios. Es cierto; pero también es cierto que ha sabido reencontrar su camino en cada momento. Hace unas semanas, a propósito de la procesión del Corpus, un buen amigo me decía que en un estado laico (sic) no deberían autorizarse las procesiones. Toda esa liturgia –afirmaba- tenía que manifestarse en el interior de las iglesias. Llevarlas a la calle suponía herir la sensibilidad de los no creyentes o de los miembros de otras confesiones religiosas (musulmanes, particularmente). Le repliqué con argumentos meramente civiles (de otro tipo no me hubiera entendido): el derecho constitucional a la libre manifestación. Es más: le argumentaba que a mí tampoco me agradaban ciertas manifestaciones que atacaban a la unidad nacional de España o los mismos insultos al Rey, al himno y a la bandera y tenía que aguantarme. Tampoco quiso entenderme. La Iglesia con su concepto trascendente del hombre, con su visión de la Ciudad de Dios, sigue siendo un rival muy peligroso, según ciertas mentes y creencias.
Maurice Caillet, ginecólogo francés, ha escrito un audaz libro titulado “Yo fui masón”en el que revela su experiencia masónica durante quince años como maestro del Gran Oriente de Francia. El mismo Caillet tenía la misión de informar a los nuevos iniciados en un punto esencial: en el supuesto de colisión entre los principios religiosos y los principios filosóficos de la masonería siempre tenían que prevalecer estos últimos, fundamentados en el culto a la razón y no en la fe ni en la teología. Está claro que para estas gentes la Iglesia sigue siendo el gran obstáculo.
Y lo estamos presenciando en la búsqueda del hombre nuevo que buscan algunas corrientes de la izquierda. Sexualidad libre. Fuera oscurantismos. Fuera la familia. El hombre, esencialmente, es estómago y sexo. La Religión es el opio de los pueblos. Menos mal que algunos de los sectores mencionados son tan cursis y tontos en esta materia que no contribuyen a ganar la partida. Dice Caillet, en el libro comentado, que la ley del aborto francesa fue preparada en las logias masónicas. No me extrañaría que algunas de estas locuras que estamos presenciando tuvieran algunos orígenes ocultos que, por el momento, desconocemos.
Me comentan que la participación ciudadana en la reciente cuestación de Cáritas ha sido generosa. No me extraña. En estos momentos tan graves de umbría económica, dos instituciones odiadas profundamente por algunos sectores de la izquierda extrema -la Iglesia y la familia- están siendo unos eficaces amortiguadores de los efectos revolucionarios y de alteración del orden social que pudieran derivarse de la misma crisis.
Pero, a pesar de los pesares, el odio es tan grande e irracional, que la Iglesia y todo lo que representa sigue siendo un obstáculo. Allá ellos. Por cierto, nuestra adhesión al Cardenal Cañizares. Que sepan que no le dejaremos solo.