Contrariamente a lo que se piensa y se dice, la cuestión de Dios no pertenece al ámbito de la creencia religiosa con base en el sentimiento, sino que es una cuestión de la razón, la gran cuestión de la razón filosófica.
Así lo han entendido los grandes pensadores de la humanidad: Platón, Aristóteles, S. Agustín, Sto. Tomás de Aquino, Descartes y Kant, entre muchos otros. Cuando se reflexiona sobre la realidad, es ineludible plantearse la causa primera de todo, y el no hacerlo se frustra a la razón, cuyo fin no es otro que indagar los por qué de las cosas, aunque no sean visibles. En la historia del pensamiento, hay filósofos teístas y filósofos agnósticos, incluso ateos; pero lo importante es saber si se ejerce bien el oficio de la razón o no, porque este es el centro de la cuestión de Dios.
Los filósofos teístas exponen varias demostraciones de la existencia de Dios - las más conocidas son las cinco vías de Sto. Tomás -, pero todas ellas pueden resumirse en esta afirmación: la razón humana tiene que afirmar su existencia para huir del absurdo, tanto en La reflexión sobre el mundo físico, como en la reflexión sobre el hombre. Es un planteamiento en forma de alternativa: o se acepta a Dios como exigencia de la razón, o se cae en la irracionalidad del absurdo. Nuestra razón tiene que aceptar que Dios existe, pero son muchos filósofos y mucha gente que optan por el absurdo, aunque no son conscientes de ello. A diferencia del conocimiento científico, en la reflexión filosófica se puede pensar absurdamente e instalarnos en la irracionalidad, como vemos en el mundo humano.
Si no se afirma la existencia de Dios, no se puede explicar la causa primera del mundo físico, porque tendríamos que afirmar que la materia es infinita y eterna, lo cual es absurdo, o que el universo ha surgido de la nada, más absurdo todavía. Que es absurdo afirmar la infinitud y eternidad de la materia lo vemos claramente, ya que, por su misma esencia, la materia tiene un límite en el espacio y en el tiempo y está en continua expansión; confirmando esta reflexión, la ciencia actual nos dice que el universo surgió de un punto hace dieciocho mil millones de años en una gran explosión inicial (el "bing bang" ). Y que el universo físico no puede surgir de la nada es de simple sentido común, ya que la nada es nada, y es absurdo afirmar que algo pueda surgir de lo que no tiene existencia. Lo único razonable, por tanto, es afirmar una Causa Infinita y Eterna del universo físico, que llamamos Dios.
Si no se afirma la existencia de Dios, no se puede explicar la inmensa complejidad de la materia viviente, ya que caeríamos en el absurdo de que todo es producto del azar a través del tiempo en una evolución ciega. Cualquier organismo de la naturaleza es el resultado de muchísimos elementos combinados y organizados de tal manera, que únicamente así se alcanza el fin de su funcionamiento. Nadie podría afirmar que un aparato compuesto de la combinación de centenares de piezas -un ordenador, por ejemplo- sea producto del azar, sino que vemos con claridad que es un objeto fabricado y estructurado por la inteligencia humana; pues bien, cualquier organismo viviente tiene muchísimas más piezas combinadas que un ordenador, y si vemos con claridad lo primero, tendríamos que ver con igual claridad lo segundo. Lo único razonable, por tanto, es afirmar la existencia de una Inteligencia Omnipotente e Infinita que se manifiesta en la misma naturaleza.
Si no se afirma la existencia de Dios, el ser del hombre resulta incomprensible, sería una pasión inútil, como dice el filósofo ateo J.P. Sartre, en el conjunto de los seres vivientes de la naturaleza, entre los que aparece como un caso único y excepcional. La naturaleza no hace nada en vano, y todos los seres encuentran en ella la realización de sus tendencias; sólo el hombre es radicalmente infeliz, porque sus inquietudes y deseos más profundos jamás los puede satisfacer en este mundo. Hay que plantearse, por tanto, esta alternativa: o afirmamos que el hombre, por su propia naturaleza, es una quimera, un caso fallido, una contradicción viviente, o nos vemos obligados a admitir que ha nacido para ser feliz, no en este mundo, sino en otro trascendente. Lo único razonable, por tanto, es afirmar que el ser humano sólo puede realizarse en el Bien, la Verdad y el Amor que no se hallan en la tierra, sino en Dios.
Si no se afirma la existencia de Dios, la vida moral del hombre carece de sentido, ya que la exigencia absoluta de las obligaciones y principios de la ética implican también una dimensión absoluta del bien y de la justicia, por encima de la temporalidad de la vida humana. Kant, que niega la posibilidad de demostrar con argumentos válidos la existencia de Dios, establece que es necesario creer en la inmortalidad del alma humana y en la existencia de un Dios remunerador, para que sea posible la vida ética del hombre. Es famosa la frase de Dostoievski: "Si Dios no existe, todo está permitido". En efecto, carece de sentido cumplir las obligaciones éticas, si todo, absolutamente todo, termina con la muerte. Los agnósticos y los ateos tienen sumamente difícil justificar una vida ética sin Dios. Lo único razonable, por tanto, es afirmar que Dios, el ser absoluto y el bien absoluto, es la base necesaria de la moralidad humana.
Si no se afirma la existencia de Dios, la vida humana, con sus ideologías, revoluciones y guerras, se convierten ante la razón en una gran tragicomedia, aunque no seamos conscientes de ello. Los agnósticos y los ateos mueven a los pueblos a luchar por la libertad y la justicia, como ideales absolutos e imperecederos, incluso con el sacrificio de la vida. Pero, ¿qué sentido racional tiene luchar y morir por algo perecedero?; si no existe Dios, ¿no se convierte la vida en un gran teatro, a veces de comedia y a veces trágico, en el que los hombres somos simples actores, y al caer el telón todo se termina? Ocurre, sin embargo, que se niega a Dios por prejuicios o por odio, y se divinizan, en su sustitución, las ideologías humanas. Es decir, se introduce a Dios, con otro nombre, por la puerta trasera. Lo único razonable, por tanto, es poner los grandes ideales humanos en el horizonte de Dios, so pena de convertir la historia humana en un gran engaño y en una gran tragicomedia.
Isaac Riera Fernández es sacerdote Misionero del Sagrado Corazón, licenciado en filosofía por la Univ. Gregoriana de Roma, doctor en filosofía por la Univ. de Valencia y escritor.