La primera República -lo hemos dicho alguna vez- se proclamó en contra de lo regulado en el capítulo XI de la Constitución de 1869, que establecía el procedimiento para la reforma constitucional.
Constitución surgida del derrocamiento revolucionario de Isabel II y de la reunión conjunta del Congreso y del Senado, reunión expresamente prohibida por la ley constitucional.
Don Estanislao Figueras, fue el primer presidente republicano, cuyo republicanismo moderador fue incapaz de hacer frente a los graves problemas que España tenía en aquel entonces. Apenas tres meses más tarde le sustituye Pi y Margall, quien a su vez se muestra incapaz de encauzar la revolución cantonal y tras un mes largo de gobierno le sustituye Salmerón que se encuentra con una gravísima situación de guerra civil, cantonalismo y rebeldía militar y cesa el 8 de septiembre de 1873.
Le sustituye don Emilio Castelar, quizás el más preparado y capacitado de todos los presidentes de la primera República. Con su lema de República de todos intenta poner orden. Pero Castelar fue víctima de las envidias de sus propios correligionarios y tras un mensaje de reconciliación nacional dimitió de la presidencia -¿escarmentaremos alguna vez los españoles con tanta necesidad de reconciliarnos?-.
Aquel ensayo frustrado de convivencia política nacional duró exactamente once meses, con cuatro presidentes, y aquella República cayó a consecuencia de las envidias y torpezas de los mismos republicanos.
Aquella noche del doce de abril de mil novecientos treinta y uno, un rey dolorido, pero digno y responsable, sintiéndose abandonado -con grave error por su parte- partía camino del exilio hacia Cartagena.
La segunda República -la niña bonita- se proclamó con algunos de los graves defectos de la primera. Su génesis era anómala, como los acontecimientos vendrían a demostrar, y tampoco era ni quiso ser, en mi opinión, la República con capacidad de integración de todos los españoles, (todavía, tan solo hace unas pocas semanas, un conocido líder republicano de Segorbe, afirmaba que la República futura, necesariamente tendría que ser una República de izquierdas). Aquí, al parecer, algunos no han aprendido nada.
Don Niceto Alcalá Zamora, católico, prestigioso jurista, antiguo ministro de Alfonso XIII, fue su primer presidente. La aprobación de la Ley de Congregaciones Religiosas y del Tribunal de Garantías desató una dura confrontación con don Manuel Azaña, y, por otra parte, se llevó muy mal con los radicales y con la CEDA
El más que discutible hecho de haber disuelto las Cortes dos veces, de acuerdo con la Constitución de 1931, fue el pretexto de la izquierda para aprobar en el parlamento, su destitución como presidente.
Le relevó un hombre culto, inteligente, y muy sectario, llamado don Manuel Azaña, quién al final sintiéndose abandonado por todos, inició el camino del exilio, y desde Colonges (Francia) envió su dimisión al presidente de las Cortes.
La característica de los cinco presidentes republicanos es que ninguno de ellos consiguió una República para todos, como quería Castelar; que todos fueron acosados por el interés sectario de los partidos políticos, que todos dejaron el poder con una gran sensación de frustración y de haberse sentido traicionados, y, especialmente, en todos los casos, con una peligrosa y endémica inestabilidad política.
Canovas y Sagasta, dos hombres de estado, pusieron los cimientos de un régimen que duró más de cincuenta años (¿se convertirá Susana Díaz en el Sagasta que tanto necesitamos?). Un régimen, a cuyo tiro de gracia, no son del todo ajenos los partidos políticos.
Treinta y cinco años de monarquía parlamentaria son muchos años. Y como decía la otra noche el ex ministro Corcuera en un emisora de televisión, a pesar de todas las dificultades y errores, esta monarquía parlamentaria ha sido muy útil para la convivencia entre los españoles. Yo apuesto por ella, venía a decir el señor Corcuera, a pesar de sus ancestros republicanos. Y con el ex ministro, la mayoría de los españoles hacemos la misma apuesta. La razón no siempre va cogida de la mano con los sentimientos.
(Hace doscientos veinticuatro años, los Estados Unidos, aprobaron su constitución. Desde entonces la han retocado -que no reformado- con veintisiete enmiendas. ¿Les dice algo esta sensatez a los inquietos y -oportunistas algunos- políticos nuestros?).