1.- Se llamaba Joaquín Albornoz Giner. Desde los cuatro o los cinco años padecía una terrible enfermedad degenerativa de los huesos llamada fibrosis displásica. El mantener un vaso lleno de agua entre las manos o una simple rozadura del brazo contra un objeto sólido, podía causarle una grave fractura. De hecho sufrió muchísimas a lo largo de su vida. El recordado doctor Massotti le operó más de veinte veces. En algunos momentos de su vida, las escayolas fueron tan naturales en él como la misma piel. Su enfermedad fue estudiada en Madrid y en la Clínica Universitaria de Navarra. Con el fin de proteger la columna vertebral le insertaron una varilla en la espalda. Todo inútil. Este vía crucis existencial se agravó con la muerte de su madre durante los primeros síntomas de su enfermedad. Menos mal que el buen Dios en tan dramáticos momentos, puso a su lado a un Ángel llamado Mercedes Giner –hermana de su madre- que lo cuidó y mimó como a un bebé durante treinta años.
2.-Postrado en la cama durante tanto tiempo carecía de la suficiente autonomía vital para casi todo. Con una paciencia infinita, Mercedes le daba de comer y de beber. Sus manifestaciones fisiológicas más primarias y elementales eran recogidas en el dodot de los bebés que Mercedes cambiaba varias veces al día. Desarrolló un cuerpo diminuto y frágil, con unas extremidades inferiores e inservibles que algún médico aconsejo amputar para evitar las fracturas.. El contraste más llamativo era una voluminosa cabeza que albergaba una poderosa inteligencia.
3.- Joaquín nunca supo lo que era tomarse una cerveza con los amigos en el bar de la esquina, estrenar unos pantalones vaqueros, pasear por la ribera del mar, animar al Castellón en las tardes enfervorizadas del Castalia, participar en las romerías de la Magdalena, darse un garbeo por la calle Enmedio o enlazar sus manos con las de una muchacha.
4.- Le conocí hace muchos años, cuando los profesores del Colegio Menor accedieron gentilmente a darle las clases en su propio domicilio. Años más tarde volví a encontrarme con él. En la UNED me informaron que un joven minusválido se había matriculado en el primer curso de derecho. Un grupo de profesores le atendimos en su propio domicilio –se repetía la experiencia del Colegio Menor- con la misma exigencia académica que al resto de los alumnos. De aquella relación nació una entrañable amistad con todos nosotros. La verdad es que Joaquín suscitaba fuertes sentimientos de amistad; nunca de lástima o de piedad. Aún recuerdo su jocosa y alegre ironía cuando divertido me comentaba la dura exigencia y el rigor del profesor de Derecho Penal, el alférez legionario Vilariño, como él le llamaba cariñosamente. Joaquín obtuvo muchas matrículas de honor y algún suspenso. Al obtener la licenciatura de derecho, se matriculó en un curso por correspondencia de Máster en Derecho Fiscal y Tributario. Ayudado del teléfono, del ordenador y de un fax pretendía atender con toda normalidad a sus futuros clientes. En este sentido, el recordado coronel Jaime Babiloni, un buen amigo suyo, le ayudó con notable éxito.
5.- Joaquín sufrió mucho. Física y moralmente. Nunca sabremos la hondura del sufrimiento, día a día y hora a hora. Pero nunca le faltó el valor para afrontar la enfermedad y un excelente sentido del humor. Poseía una inmensa fe en Dios. Y aunque parezca increíble su vocación frustrada fue la aviación militar. Se sentía muy español y casi más que su enfermedad le dolían los continuos zarpazos nacionalistas a la unidad de España. Inesperadamente, con la licenciatura de derecho recién terminada, una triste mañana –el día 22 de marzo de 1996- el buen Dios le llamó a su lado. Tan repentina e inesperada fue la muerte que don Juan Ramón Herrero, el sacerdote que le llevaba la comunión diariamente –la diaria comunión era uno de los secretos de su coraje vital- al verle muerto, lleno de paz en la cama, profundamente dolorido, exclamó: “Joaquín, hijo mío, ¿pero qué has hecho?”.
6.- La misa de entierro fue concelebrada por siete sacerdotes en Santa María, congregó a cientos de amigos suyos con los ojos empañados de lágrimas. Alojado en la eternidad y liberado de la enfermedad, en atención al temple demostrado y a su vocación militar, en el libro de su vida constará la anotación destinada a los más valientes: Joaquín Albornoz Giner, 35 años, licenciado en Derecho por la UNED. Valor acreditado.