El drama humano de la inmigración exige mente abierta, solidaridad, reflexión y también rigor. Las ligerezas son muy perjudiciales.
No sé cuántos inmigrantes irregulares ha conocido cada lector de estas líneas. Los que yo conozco son de un gran sufrimiento, superando muchos obstáculos –guerra, robos, hambre, heridas-, y se han adaptado a nuestro país.
Por supuesto que es complejo el problema, por eso hay que tener cuidado con las simplificaciones o las generalizaciones. Es sabido que la inmigración es, también, un gran negocio para las mafias, y hasta para ciertas organizaciones en los países de acogida, dato que a veces no se cuenta o se ignora.
Un inmigrante inició su huida hacia Europa en una comitiva organizada por una mafia. Su familia había hecho un notable esfuerzo económico para que él saliera del país. Por la noche, oyó la conversación de los que les conducían en teoría a una tierra mejor, y oyó cómo relataban la venta de órganos de los integrantes de la expedición anterior: lo relató a los que le acompañaban, y huyeron como pudieron. ¿Le contamos a ese inmigrante que nos duele, que no cabe en España, o hacemos algo por él?
Estoy de acuerdo con recibir el barco Aquarius en Valencia, no en el espectáculo que el Gobierno central y valenciano organizaron. Si Malta e Italia no permitían que atracara el barco, no se les podía dejar morir en el mar, como tantos miles.
Es verdad que es un problema internacional, que excede a España y a cualquier país, y hay que buscar soluciones a esa escala. ¿Y mientras tanto nos cruzamos de brazos?
Es verdad que las mafias hacen un gran negocio. Es verdad que la solución pasa por resolver los problemas de África, en vez de seguir explotando África. Es verdad que a Gibraltar no llegan pateras. Es verdad que, entre los miles de inmigrantes ilegales que están entrando en España, puede haber yihadistas.
También es verdad que el asalto a las vallas de Ceuta la semana pasada de más de 600 inmigrantes parecía más propio de una operación militar. Y es verdad que hay que proteger mejor ese punto fronterizo.
España está haciendo un esfuerzo considerable, y por eso anunció ayer Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, que destinará 55 millones de euros procedentes del fondo para África para ayudar a gestionar las migraciones. Puede que nos envíen más fondos. A un esfuerzo de España, Europa ayuda. Italia está desbordada.
La demagogia también está presente. Que desde el Gobierno se acuse de racistas a Casado y Rivera porque proponen una solución legal y controlable no parece ajustado a la realidad, y califican al PP y Ciudadanos como xenófobos, arma ya pre-electoral que no deberían esgrimir. Hay modos diversos de ser solidarios con la inmigración, e invocar el Derecho, la previsión y las posibilidades reales es razonable.
Si asaltan las vallas de Ceuta es porque otros países les empujan hasta allí, para quitarse un problema de encima. Pero desde luego no se puede dejar a la Guardia Civil como voluntarios caritativos ante esa realidad. Defender las fronteras es parte del Derecho, un derecho y un deber, y han de tener los medios adecuados.
No hacer de la inmigración un espectáculo electoral. Calibrar lo que se concede a los extranjeros y lo que aportan, pues un Estado no es una ONG. Destinar a los inmigrantes irregulares o refugiados a pueblos que se están quedando vacíos y necesitan población, y no donde ellos quieran, aunque esto requiere previsión y reflexión. Ya sé que no vamos sobrados de reflexión, se nos da mucho mejor la queja, vendarnos los ojos y comentar estos problemas en piscinas, playas y bares.
Si se piensa en personas concretas, la inmigración se ve con otros ojos. Si nos quedamos en simplificaciones partidistas políticas, sufren las personas y nos “refugiamos” cerca de un ventilador o aparato de aire acondicionado mientras suceden tantas tragedias.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.