El próximo 31 de este mes, Inglaterra nos deja en la UE.
Es decir, el golpe no es pequeño, la segunda economía de la UE no quiere saber nada de nosotros. Quizás tengamos que preguntarnos ¿por qué?.
¿Quizás sea, solo quizás, porque Bruselas se ha convertido en un régimen tiránico que lleva 30 años ocupado sólo de una cosa: destrozar económica y moralmente a todos los países de la UE?.
Veamos, no hay un futuro claro para los jóvenes europeos, los niveles de pobreza alcanzan cotas inimaginables antes de la constitución de la UE, los parados de larga duración se multiplican por millones, los índices de suicidios y enfermedades mentales se encuentran disparados, la gente no puede adquirir una vivienda en propiedad, por lo que el mercado de autocaravanas se ha incrementado exponencialmente, tanto como el de alquileres, y además no hay final del túnel a la vista.
Pero todo esto no es lo único que está pasando. En un continente que se ha destruido así mismo, en donde la ilusión por crear se ha extinguido, en el que no hay esperanza, en el que no existe ilusión más allá de que se legalice el hachís y se establezca una renta mínima de supervivencia para todos.
Un continente al que se le ha obligado a rendirse ante el islam, acogiendo una invasión de millones de musulmanes, a los que desde los poderes oficiales se les respeta y se les mima, bien con jugosas pensiones, bien estableciendo dietas específicas para sus hijos en los colegios, mientras contempla, impávido, cómo ellos se ríen de nosotros, por idiotas.
Un continente que ha abominado de sus raíces cristianas, imponiendo el aborto, destrozando a la familia, intentándolo con la eutanasia, obligando por la fuerza el artificio del matrimonio gay.
Un continente que sigue en sus políticas autodestructivas y degeneradas, importando productos foráneos para que puedan arruinar sus propias empresas, a sus ciudadanos, a sus vecinos, asolando así cualquier vestigio de iniciativa económica en suelo europeo.
Un continente que no ha sido capaz de crear consenso y unión, que tiene como máximos dirigentes a las multinacionales, solo preocupadas egoístamente en sus beneficios, incentivando los independentismos, desconociendo a los ciudadanos, tomando decisiones y juzgando a todo el mundo según les apetece.
Un continente que no es capaz de garantizar la dignidad de sus ciudadanos, a los que ha arruinado y convertido en mendigos, que ni siquiera se ve capaz de poder pagar las pensiones a sus mayores, cuando, al contrario, extrañamente, siempre parece sobrar dinero para los musulmanes.
Un continente sin futuro, envejecido, con una tasa de natalidad inexistente, gracias a las políticas devastadoras de Bruselas, para garantizar siquiera sea el relevo generacional.
Un continente que abomina de sus propias naciones, que les ha enseñado a sus ciudadanos a escupir en sus banderas, que ha perdido su identidad y su orgullo, sus raíces, que niega su historia.
Un continente en el que sus universidades desfasadas ya no cuentan, en el que sus empresas están envejecidas.
Un continente que se encamina al ostracismo mundial, la miseria, el paro, la ruina, la decadencia más atroz y que, además, tiene, además, la desfachatez de llamar a todo esto, estúpidamente, “progreso”.
Quizás no les falte, después de todo, ninguna razón a los ingleses, y quizás lo que debiéramos hacer, si nos quedaran un mínimo de arrestos, es irnos todos.
Imagen: Verónica Rosique