Es cierto y comprobable la existencia de unas élites globales. Estas tienen sus propios objetivos, distintos de los del ciudadano medio. Indudablemente, el primero de ellos, es conseguir el poder mundial; que por otra parte no es ningún capricho, en ello les va su supervivencia como tales, de forma que en estos momentos las apuestas están por todo lo alto.
La actual situación, en la que las élites pugnan por ese gobierno mundial, tiene sus consecuencias, como algún autor ha señalado: existe una completa ruptura entre la población, en general, y estas élites. Sorprendentemente, en pleno siglo XXI, unas diferencias mucho más amplias que las que pudieran haber existido, en 1780, entre la nobleza francesa y el pueblo, como ya ha señalado algún autor, puesto que al menos, aquella nobleza histórica era patriota, cuando las élites actuales desprecian a las naciones.
Las élites manejan la economía, dado que son las que la dirigen, son la banca y las multinacionales. No es una élite numerosa, si no un grupo muy escogido y limitado. Y ahí viene el problema, como dijo alguien, es posible que cuatro personas tengan en su mano la economía, pero no es posible que esto ocurra y además haya democracia.
Este punto es clave en la cuestión que nos ocupa. ¿De verdad pensamos que las élites consideran la democracia como una forma aceptable de gobierno?. O, dicho de otra forma, ¿las élites son demócratas?. ¿Quizá todavía puede que haya algún ingenuo que piense que si, que las élites van a someter a votación la forma en la que pretenden dominarnos?. Muy al contrario, la élite piensa que algunos nacen para mandar y gobernar arbitrariamente y otros para ser gobernados, y básicamente, lo que tienen entre manos, es un plan de esclavitud global del ser humano, condenándonos a la opresión y la servidumbre.
El mismo concepto de élite deja ya las cosas muy claras. La élite es, por definición, un grupo reducido, que no considera, ni siquiera, estar al mismo nivel que el resto de los mortales. En ese sentido se constituyen así mismos en una nueva nobleza del siglo XXI, una nobleza especialmente altiva y distante que no pretende si no el poder absoluto, la esclavitud del hombre.
Esto nos lleva a la conclusión de que ambos conceptos, élites, y democracia, son contradictorios, antagónicos, incompatibles, opuestos.
El Coronel y escritor Pedro Baños, experto en inteligencia militar, en un artículo de 1/11/2020 para El Mundo, confirma este hecho. Afirma que estas élites son una auténtica amenaza para la democracia, y amenazan con hacerla desaparecer con su dominio por lo que:
“Nos encaminaríamos a sistemas mucho más totalitarios que ejercerían un control pleno sobre los ciudadanos, por más que aparentemente sigan manteniendo el nombre de democracia», asegura.
“Baños insiste en advertir a los ciudadanos: «Debemos exigir una política diferente.” Debemos de exigir un nuevo contrato social que recupere la soberanía popular, “la esencia de la democracia””.
Dado que el globalismo es el sistema que las élites utilizan para perseguir su primer objetivo, es decir, acabar con la democracia y constituir un gobierno mundial, es evidente que el globalismo nos lleva, directamente, a una nueva forma de tiranía, a un estado totalitario. En consecuencia, ante todo, se ha de ser antiglobalista.
Es fácil de entender. En la visión de futuro de las élites, los estados nación dejan de existir, solo hay un gobierno global que prima y decide por ellos. Nadie se opone a este gobierno supranacional. Este tiene a su servicio medios tecnológicos de vigilancia y control propios de la ciencia ficción. ¿Quién controla a este gobierno mundial?, nadie. ¿Alguien sabe en qué sentido van a ir sus decisiones?, no. ¿Alguien sabe qué decidirán en un futuro, cuando tengan todo el poder en sus manos?, no. Esta posibilidad debería ya de ser suficiente para alarmarnos y oponernos a este sistema.
El globalismo destruye la democracia, ésta desaparece y en su lugar tenemos un estado totalitario, dominado por estas élites y sus siervos. ¿De qué servirá entonces votar en un estado como el nuestro?. De muy poco, las decisiones se tomarán fuera y se impondrán dentro. Incluso este hecho, se está viendo ya hoy día, con una cada vez mayor actitud escéptica ante los gobernantes. Al y al cabo el teatro izquierda-derecha tiene ya poco recorrido.
Por si tuviéramos alguna duda en todo lo que exponemos, citamos una noticia muy reciente, del pasado día 19 de este mes de enero de 2021, en la que se hace eco de que el presidente Sánchez, seguramente preocupado por obtener algún puesto de relevancia global, algo que evidentemente le carcome, no como un país antiguo, irrelevante y atrasado como piensa que es España, se ha “ofrecido a Joe Biden para reforzar un sistema de gobernanza global”, según informa Es Radio. Recordamos que evidentemente Biden es un gran globalista.
Las fuerzas de izquierda, pretendidamente democráticas, harían bien en reflexionar sobre esta cuestión. Defienden el globalismo propugnado por estas élites, se encuentran coaligadas con ellas. Sin embargo, su alianza con ellas, su compromiso con el globalismo, nos lleva, inevitablemente, al desastre, además de llevarlas a ellas mismas a su más completa deslegitimación.
La democracia va desapareciendo día a día; observamos cómo esta nueva tiranía se va implantando. No se puede decir todo. No se pueden mencionar ciertos temas. La actual represión se disfraza de corrección política, pero todos sabemos que sólo hay una palabra que la define: censura. El resto solo es maquillaje, marketing político, algo que manejan especialmente bien. En realidad, la izquierda se ha convertido en una inquisición moderna al servicio de las elites, mientras presume y alardea de palabras como libertad; ante esto, sólo los intelectuales serios se oponen, como ha ocurrido recientemente en USA, donde según una información de “La Vanguardia” de 8/7/2020, unos 150 intelectuales reclaman poder discrepar sin sufrir ostracismo, siendo Noam Chomsky o JK Rowling alguno de sus firmantes más conocidos. En concreto, muestran su “preocupación ante la intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo”.
Además, expresan su preocupación ante las cada vez más frecuentes llamadas para imponer “represalias rápidas y duras a lo que se percibe como transgresiones del discurso y del pensamiento”, y lo más perturbador son lo que ellos llaman “castigos desproporcionados” en lugar de “reformas meditadas”. Es decir, fanatismo e intolerancia de la izquierda, un radicalismo institucional, dictatorial, que desvirtúa la propia esencia de la misma.
Esta evidente intolerancia, esta falta de libertad, es fruto del globalismo y de las imposiciones de las élites. Como consecuencia de todo ello, la tan cacareada “superioridad moral” de la izquierda sobre el resto de fuerzas políticas, está desapareciendo. La gente está descubriendo su juego. ¿En qué consiste hoy día ser de izquierdas?, nos podemos preguntar. Uno no puede aliarse con tiranos y pretender ir por la vida de demócrata. Más valdría que toda la cohorte de universitarios y “educados”, que conforman su panorama actual, reconsideraran sus alianzas con las élites, y su compromiso con el totalitarismo y la esclavitud.