En estos días de primeros de septiembre en los que se está celebrando el segundo pleno de investidura en seis meses, he de reconocer que los historiadores estamos siendo muy solicitados. Todos quieren conocer nuestra opinión, saber si se ha dado la misma situación en algún tiempo o en alguna parte del mundo civilizado.
Y si a nuestra situación personal de licenciados en Historia Contemporánea unimos la de interesados en política y colaboradores activos con el sistema democrático como interventores, apoderados o miembros de una mesa electoral en pasadas elecciones, no podemos poner un pie en la calle sin que, en el mejor de los casos, nos pregunten por la grave situación que estamos atravesando y, en el peor, seamos objeto de bromas con un cierto grado de ironía sobre dónde y cómo vamos a pasar las fiestas de Navidad.
Como ferviente defensora del sistema democrático que nos rige, sólo puedo responder a los comentarios con que debemos animarnos a participar todos, todas las veces que nuestro país, España, nos lo requiera, y con nuestra actuación personal debemos contribuir al pacto y al diálogo en todos los ámbitos.
Como historiadora, investigando todo lo posible, tengo que decir que en el mundo democrático civilizado occidental, y especialmente en España, no se había dado ningún caso como el que actualmente estamos padeciendo los españoles. Quedan muchos días para el 1 de noviembre, pero si nadie lo remedia (escribo este artículo de opinión antes de la segunda votación de investidura de Mariano Rajoy) ese día tendremos el más que dudoso honor de alcanzar un récord: ser los únicos en convocar tres elecciones generales en un año.
Los españoles no queremos obtener semejante vergonzoso récord, necesitamos que todos nuestros políticos electos se apliquen a si mismos un principio que escuché en una celebración religiosa: “…ceda cada uno de su derecho (aunque lo crea superior) en aras del bien común”. Sean creyentes o no; es sentido común, el menos común de los sentidos.
Hace muchísimos años que lo oí, pero últimamente he reflexionado mucho sobre él y pienso que todos deberíamos dedicarle, al menos, cinco minutos. Y serían cinco minutos que cambiarían el mundo, empezando por la vergonzosa y delirante situación política española actual.
Mi opinión como historiadora, mi consejo a quienes tienen el poder y el deber de decidir, es que las situaciones cambian y las personas debemos saber cambiar con ellas. Podemos elegir entre protagonizar la HISTORIA o ser arrollados por ella, podemos elegir entre olvidar nuestras apetencias y deseos personales o enrocarnos en posiciones egoístas y tremendamente irresponsables. La historia evoluciona por mucho que nos empeñemos en que no lo haga. No podemos poner palos en las ruedas de las posibles soluciones porque algún día eso se volverá en contra nuestra.
Hasta la fecha, soy historiadora y no futuróloga, quien se ha opuesto a intentos de solucionar situaciones aparentemente irresolubles y no ha aportado nada al debate común, ha acabado sufriendo las consecuencias.
Esperemos, lo digo como historiadora que desearía no estar viviendo una situación histórica, que todos los políticos sean capaces de hacer echar a andar la legislatura, que sean capaces de anteponer a cualquier motivación o deseo personal (muy legítimos, pero poco solidarios y tremendamente irresponsables en muchos casos) el deseo de servir al bien común de toda España, de todos los españoles.