La Navidad es, tradicionalmente, un momento para la práctica religiosa con un sentido muy entrañable, que no es un sentimentalismo infantil. También y como consecuencia de celebrar el Nacimiento de Jesucristo, es una época en que se estrechan lazos familiares, surgen buenos deseos, se potencia la solidaridad y la generosidad.
Todos esos sentimientos o reacciones tienen un foco muy claro ahora: la zona DANA, el casi millón de personas afectadas por unas inundaciones devastadoras el pasado 29 de octubre. Hubo una ejemplar reacción del voluntariado en toda España, con imágenes que –a mí al menos– me siguen conmoviendo y me transmiten la convicción optimista de que hay millones de personas con gran corazón, aunque la vileza la han mostrado muchas autoridades y cientos de salteadores de centros comerciales y viviendas.
Miles de afectados dan las gracias a los empresarios Amancio Ortega y Juan Roig, porque sí han recibido de inmediato sus ayudas. Mientras tanto, pierden la esperanza de recibir antes de Navidad las ayudas prometidas por las instituciones, especialmente por el Estado, cuya ejecución de pagos es ¡inferior al 2% según los datos del propio Ministerio de Hacienda!
Vecinos, comerciantes, autónomos están desesperados porque insisten que a ellos no les llega ni un euro. A pesar de los anuncios del Gobierno y de la Generalitat Valenciana sobre los recursos destinados a la recuperación por la DANA, siguen las quejas por la lentitud de los procesos, la falta de información y las recíprocas acusaciones entre administraciones.
Entre los afectados, va habiendo una petición constante: “No os olvidéis de nosotros”. Temen que, como ha sucedido en otras catástrofes en España, los primeros días o semanas sean de reacción real, pero que el olvido se instale.
Hay muchas formas de ayudarles. La Navidad va a ser muy dura para ellos. Pasan frío, no pueden descansar, no tienen dinero, la salud va haciendo mella, los niños ven peligrar los regalos de Reyes. He visto varias iniciativas para que los niños de esa zona no se queden sin Reyes, y de nuevo lo afirmo: hay más corazón que vileza.
Un párroco de una localidad cercana a la zona de la DANA acudió a ayudarles. Tenía cierto desaliento pastoral y una percepción negativa de los jóvenes. Ha vuelto transformado. Coincidió con unos jóvenes quitando barro y le abrieron su corazón: rezan, acuden a medios de formación espirituales en un centro del Opus Dei en Valencia, y con gran alegría se están volcando hasta agotarse en ayudar.
Hay múltiples formas de ayudarles: muchos afirman que notan la ayuda de la oración de mucha gente, la ayuda para quitar el barro de garajes y casas, los alimentos que siguen llegando, las ayudas económicas. Oraciones, dinero, ayudas materiales o tiempo: todos podemos y debemos apoyar.
Nadie de nosotros puede resolver todas las necesidades, pero todos podemos y debemos arrimar algo el hombro. Sin complicaciones ni remordimientos, con eficacia. ¿Qué hacer en estas fechas especialmente? El corazón es ingenioso. Las iniciativas se están multiplicando. Si se tiene en estas fechas la mente pendiente de viajes y regalos, en una vorágine que es casi un monumento al consumismo, no surgen iniciativas de ayuda.
El consumismo pretende llenar el vacío interior, o impide tener un corazón generoso, ahoga proyectos solidarios. Es un cáncer silencioso del espíritu humano.
Sara, Diego, Pilar y Goyo con cuatro voluntarios de Zamora. Se han volcado en la zona DANA, en dos estancias. Son de mediana edad. En vez de disfrutar de vacaciones en Navidad, las han adelantado para ayudar allí.
Estos cuatro voluntarios de Zamora han entregado los electrodomésticos, colchones y todo el material que han comprado con los más de 12.000 euros que han recaudado en su ciudad.
Hay una necesidad evidente, que parece que no logra resolverse. La DANA inutilizó unos 10.000 ascensores. Hay mayores y vulnerables que llevan semanas sin poder salir a la calle. Es un problema complejo: hay que reparar los ascensores y garantizar su seguridad. Además, a veces no tienen la persona capaz de bajarles a la calle, o requieren la ayuda de dos personas. El corazón es ingenioso y puede haber voluntarios que los bajen y suban: que les dé el sol y puedan hablar con algunos vecinos, no aislados. Están sufriendo mucho los vulnerables.
Que la Navidad sea ocasión de alegría y servicio, y no nos quede un resabio de culpabilidad por ser comodones o egoístas. Cierto que hay más “Valencias”, pero si no reaccionamos con una catástrofe cercana no parece viable que reaccionemos ante otras catástrofes más lejanas. ¡Feliz Navidad a todos!
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.