“La honrada ambición es noble, útil y necesaria”. Así nos lo explicaba un joven teniente del arma de Infantería a los jóvenes reclutas del Regimiento “España 18” de Bétera. El significado magnífico y excelente de la honradez en la vida de los hombres.
La honrada ambición, para aquel joven teniente experto como el que más en las modernas técnicas de combate, pero escasamente dotado para la erudición filosófica y filológica, significaba de la manera más simple, hacer todas las cosas rematadamente bien (sic) con el fin de conseguir los objetivos profesionales propuestos en nuestras vidas. No valían las zancadillas, ni las trampas, ni los engaños.
Toda ambición respaldada por un trabajo bien hecho, legitimada por la honradez y por la excelencia, expulsaba al trepa de su contexto moral. Ejemplos los tenemos ennoblecedores y abundantes: el bilaureado general Varela –“Varelita” para sus compañeros de armas- ascendió a tan alta distinción militar desde los grados inferiores de su carrera militar y con el aval de su profesionalidad castrense.
Me han venido a la memoria estas reflexiones, cuando atónitos y doloridos, vemos a muchos políticos de variado plumaje, utilizar el navajeo más vil e innoble contra sus mismos correligionarios que puedan cruzarse en sus caminos y entorpecer sus ambiciones políticas o romper sus carreras. Ejemplos abundantes los tenemos durante esto días. Ni siquiera es necesario utilizar nombres y apellidos.
En nuestro Castellón, un empresario llamado Pepe Soriano, desde casi la nada, con su trabajo, su honradez a cuestas, llegó a crear un imperio empresarial.
La vocación política es una vocación noble. A nadie se le pone la pistola en el pecho para que acepte una designación determinada. Es una aceptación libre y voluntaria. El ejercicio de la vocación es para hombres de nervios de acero. Y sin embargo, durante estos días, las navajas se afilan por su uso más intenso.
En todos los grupos sociales o profesionales abundan los navajeos, pero donde es más particularmente rechazable, es en la actividad política por su dimensión de servicio a los demás.
Desgraciadamente, está más extendida y caricaturizada la imagen del político corrompedor y corrompido. El análisis de nuestro contexto social, sin embargo nos indica que son mayoritarios los políticos honestos y que algunos de ellos –los conozco- pierden en sus patrimonios, porque priva en ellos una evidente voluntad de servicio a los demás. No es necesario ser un sinvengüenza para alcanzar altas cotas de brillo social.