Jesús Cotta acaba de publicar el libro titulado ROSAS DE PLOMO(“Amistad y muerte de Federico y José Antonio”), que ha merecido el premio STELLA MARIS de Biografía Histórica.
El libro es el fruto de una impresionante tarea de investigación. Acaba con no pocos de los mitos levantados por una izquierda muy interesada en aprovecharse políticamente de la trágica muerte del gran poeta español. Pone los puntos sobre las íes, objetiva e imparcialmente.
Para muchos lectores no será novedad alguna descubrir la amistad entre Federico y José Antonio. Es sabido que en algún momento el jefe falangista pensó en el poeta de Granada para escribir la letra del himno de la Falange o de un himno dedicado a todos los muertos por España. La conocida homosexualidad de Federico no suponía ningún obstáculo para que aquel joven de treinta y tres años, admirase su fecunda calidad poética y literaria. Ya había dicho José Antonio, alertando a los pueblos sobre los peligros de las tecnocracias “A los pueblos solamente los mueven los poetas y ay de aquellos que frente a la poesía que destruye no opongan la poesía que promete.”
No sé si este lenguaje nuevo, “la poesía que promete”, sería captado en toda su profundidad por aquellos miles de sus jóvenes seguidores de quienes ya temía que su ardorosa ingenuidad no fuera utilizada en otra cosa que “en la gran España que sueña la Falange”.
Jesús Cotta nos revela los puntos de afinidad entre José Antonio y Federico: la gran admiración que sentía aquel joven abogado por la calidad poética de Federico; los dos eran profundamente devotos de la Virgen María y cristianos (Cotta nos revela que durante el tiempo que permaneció Federico escondido en la casa de los falangistas Rosales, por las tardes solía rezar el santo Rosario junto con la tía de los conocidos hermanos falangistas); los dos eran hondamente españoles y amaban la unidad de España. Los dos eran liberales.
Cotta nos regala un libro desmitificador. A los de la memoria histórica les será difícil rebatir sus tesis, tan aficionados ellos a una cosmovisión maniquea de la historia; los buenos siempre serán los de las izquierdas y los malos, siempre los de la derecha. Pero aquí se equivocan. Federico nunca fue de izquierdas. Ni de derechas. Él solo quería escribir y que lo dejaran en paz, a su aire. Admiraba a José Antonio por su calidad humana y por su entereza y valentía, aunque era consciente de que esta admiración por un jefe fascista, podría ocasionarle más de un problema. Por parte de José Antonio, su admiración innegable por la poesía de un homosexual –aunque este homosexual fuese dueño de una belleza literaria universal- tampoco debía ser muy del agrado de sus jóvenes y ardientes seguidores, émulos de actitudes estéticas viriles, muy distantes de todo lo que representaba Federico.