La sutil distinción procede del derecho romano. Aunque en el sentido actual sería un poco difícil de traducir con cierta aproximación, por ejemplo, la palabra AUTORICTAS. De momento, nos sirve como punto de referencia conceptual.
De una manera general, era y es, una cualidad moral que proporciona legitimidad y autoridad a las instituciones y a determinadas personas. Por ejemplo, en nuestro sistema constitucional, de acuerdo con el artículo 1, 2, la autorictas procede de la soberanía nacional y está residenciada en el pueblo español del que emanan todos los poderes del Estado. En el sistema comunista, por ejemplo, la autoridad procedía del proletariado y el poder (la potestas) era ejercido por la Dictadura del Partido Comunista.
Una vez proclamado Rey Felipe VI, asumió por la voluntad del pueblo español, según la Constitución de 1978 y por medio de la monarquía parlamentaria, la autorictas necesaria para moderar y arbitrar los poderes del Estado y se convirtió en el símbolo de su unidad y permanencia.
Algunas repúblicas (por ejemplo, la alemana o la italiana) también poseen este carácter. En el presidente recae la autorictas de la República y en sus jefes de gobierno, los poderes y la gobernancia de la nación. También hay repúblicas presidencialistas (los Estados Unidos), donde la autorictas y la potestas se confunden en la misma presidencia.
Valgan estas breves reflexiones, porque observo que algunos comentaristas creen ver en el Rey una especie de Rey Mago o de Rey Midas, que de la noche a la mañana solucionará todos nuestros males. Los nacionalistas canarios han declarado que le pedirán al Rey que se paralicen las prospecciones petrolíferas. Otros nacionalistas, vascos y catalanes, ya han dicho que intervenga para que se reconozca el derecho a decidir que es lo mismo que reconocer el derecho de autodeterminación.
En ningún caso, el Rey podrá ejercer estos poderes. La misma Constitución no se lo permite.
El Rey podrá alentar, estimular, y darnos el don inapreciable de la ejemplaridad. Y si difícil y complejo es gobernar, más difícil es ejercer la autoridad y saber imponerse moralmente, arbitrar y moderar la complejidad de ambiciones e intereses de todo tipo que alientan en un país como el nuestro.
Estos días hemos presenciado en la televisión los fastos organizadoscon motivo del noventa cumpleaños de la soberana británica (¡un simple cumpleaños, señor!). La Reina con su corona imperial de piedras preciosas y su manto de armiño, escoltada por la caballería real. Casi una estampa de las Mil y una Noches, en pleno siglo XXI.Entre nosotros, alguno de los auto llamados, con cierta petulancia, progresistas, incluso protestarían si la proclamación de Felipe VI hubiera rebasado el protocolo de la toma de posesión de los alguaciles rurales.
El pueblo británico ha sabido armonizar sabiamente la tradición con la revolución y la conquista de las libertades y de los derechos sociales. Por supuesto, ningún británico, a la vista del espectáculo, se ha sentido mermado en sus derechos. Aquí una cierta izquierda rencorosa y vengativa, que se complace en reabrir viejas heridas sangrantes en nuestra convivencia, habría utilizado la guillotina contra la nonagenaria majestad. ¿o no?