En el mes de febrero del año 1949 participé en un curso nacional del Frente de Juventudes celebrado en el albergue de Montañana (Zaragoza). Allí acudimos unos doscientos jóvenes cuyas edades podrían oscilar entre los quince y los diecisiete años. Recuerdo con particular agrado a un afiliado de Sabadell que se distinguía por su elegante uniformidad, su carácter afable y reposado y por las polémicas que manteníamos con él acerca de la categoría filológica del catalán. (¿el Catalán, una lengua ó el catalán, un dialecto? Todo lo más un simple dialecto). Pobres de nosotros, con el cortito bagaje intelectual de unos estudios primarios recién terminados, en la mayoría de los casos y ya nos gustaba polemizar con cierta osadía sobre la naturaleza filológica de tan bella lengua. En mi primer contacto con los catalanes me llamó la atención el exquisito y elegante acento de los gerundenses y especialmente el catalán hablado en el Ampurdán.
La polémica no era obstáculo para que después, todos juntos, prietas las filas, desfiláramos por las calles de Zaragoza cantando aquella bonita marcha:
“De Isabel y Fernando el espíritu impera
moriremos besando la sagrada bandera”
Al llegar destinado a Gerona allá por año 1958 tuve la suerte de presenciar los actos conmemorativos del CL Aniversario de los heroicos Sitios y la masiva participación popular. En la procesión cívica participaron los descendientes de los gremios con un papel destacado en la defensa de la ciudad. A las 6´30 de la tarde salió la comitiva presidida por el general Camilo Alonso Vega. Entre las autoridades se encontraba el embajador de España Miguel Mateu. Al aparecer las banderas del Regimiento Ultonia, la bandera de la Cruzada de la Independencia (sic) y la del Tercio de Migueletes conservadas en el Museo Provincial y los estandartes de los Gremios, el público prorrumpió en aplausos. Aquello fue una explosión de patriotismo. Inenarrable. Los mejores historiadores pronunciaron sendas conferencias exaltando al granadino general Alvarez de Castro, cuyos restos estaban enterrados en la Basílica de San Félix y al valiente y patriota pueblo de Gerona. Las conferencias se impartieron en el Salón de Pergaminos de la Biblioteca Provincial. Las Fuerzas Armadas francesas y una representación de las autoridades de Perpiñán se incorporaron a la conmemoración.
Alguno de los conferenciantes ilustró sus palabras con un bonito pasaje de la séptima novela de los “Episodios Nacionales” de don Benito Pérez Galdós:
Cuando Andresillo Marí Juan llega a la ciudad sitiada oye cantar:
“Digas-me tu Girona
si te m'arrendiras
com vols que me arrendisca
si Espanya no ho vol pás."
Cincuenta años más tarde, con la presencia de Puigdemont en el Ayuntamiento como concejal, la corporación municipal eludió celebrar los actos conmemorativos del CC Aniversario. Para los catalanistas estos actos son molestos porque les pone cara a cara con su verdadera identidad. No quieren reconocer sus vínculos con España por muy gloriosos que sean. Salvó la efemérides de Los Sitios, para vergüenza de los nacionalistas, un reducido grupo de intelectuales catalanes que organizaron un ciclo de conferencias en un modesto local alquilado o prestado. Allí estuvieron el periodista Juan Carlos Girauta, actual diputado de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados; el filósofo barcelonés y profesor universitario Francisco Caja, hijo de un médico de Calamocha; el abogado Santiago Abascal, presidente nacional de la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES) y como anfitrión e impulsor en aquel medio tan hostil el abogado gerundense Jaime Serrano de Quintana (su padre a quien conocí fue el coronel del Regimiento “Ultonia” Jaime desde siempre en su casa del Grupo “San Narciso” ondea orgullosa la bandera rojo y gualda). Sobrecoge el ánimo comprobar que una política nacionalista de tierra quemada ha intentado y sigue intentando borrar cualquier atisbo hispánico de la historia de Gerona y de toda Cataluña en general. Se niegan a reconocer una historia compartida. Y les daña el oído que generales tan relevantes como Prim arengara a sus soldados, la mayoría catalanes, en la batalla de los Castillejos, en cuya uniformidad no faltaban las correspondientes barretinas:
“¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas que son vuestras pero no abandonar esta bandera que es de la Patria”
A veces resulta increíble comprobar que un pueblo tan culto como el catalán asimile con tanta facilidad esas píldoras tóxicas y falsificadas que le ofrecen. Hace poco me regalaron el texto de una conferencia pronunciada por uno de estos llamados historiadores. Para este buen hombre la batalla de Lepanto fue una exclusiva gesta naval catalana por la presencia en la misma de Recasens, un competente marino catalàn. El Duque de Alba, Alvaro de Bazán, don Juan de Austria, la Republica de Venecia, el Rey de España, la Santa Liga, no aparecía por ninguna parte. Así no nos extraña que quieran atribuirse el descubrimiento de América (por la naturaleza catalana de Colón, etc.) o apropiarse de la figura de Cervantes.
Para ciertos catalanes la guerra civil fue una guerra de España contra Cataluña. Eliminan cualquier referencia a los miles de catalanes que lucharon en las filas nacionales, como el Tercio Nuestra Señora de Montserrat” o como agentes financieros en el caso de Cambó.
Ciertos desencuentros, no estudiados en profundidad, enrarecieron el conflicto lingüístico en los mismos momentos terminales de la guerra civil. Cuando las tropas nacionales entraron en Gerona modificaron parcialmente el callejero de la ciudad. La tradicional calle de la Forca se llamaría de “La Fuerza”. La protesta de los mismos oficiales catalanes del ejército nacional consiguió que la calle recobrara su nombre tradicional. Tuvo más resonancia las proclamas que según algunas fuentes, oficiales del ejército lanzaban a la población “Español, habla la lengua del Imperio”. Aquello tuvo muy poca entidad. En algunas partes del Imperio, como Cuba, el catalán fue una lengua mayoritaria. Durante la etapa colonial los catalanes llegaron a constituir el 72% de los españoles asentados en Cuba y controlaron el negocio de la esclavitud abolida por el rey Alfonso XII en el año 1884 y el de la industria azucarera, por ejemplo. En el Tercio de Requetés “Nuestra Señora de Monserrat”, integrado por muchachos catalanes, habitualmente se hablaba el catalán, se bailaba la sardana y se cantaba el “Virolai” cuya letra era de Mosén Jacinto Verdaguer, entre cuyas estrofas se decía “Dels catalans sempre sereu Princesa/ Dels espanyols estrella d´Orient”.
En este punto recuerdo a un espabilado muchacho de unos catorce o quince años, llamado Jaume Sobrequés. Jaume polemizaba conmigo en el Colegio de los Maristas de Gerona. Madrit era el opresor de Cataluña. Eran inútiles todos los argumentos históricos que yo podría aducirle sobre la historia compartida de Cataluña con el resto de España. Para su corta edad sus afirmaciones eran dogmas de fe. Todos los males de Cataluña procedían de España. Aquel muchacho cuyo padre era el director del Instituto con el que me unía un buena amistad. Brillante estudiante, con el tiempo ha sido un historiador muy comprometido con la Historia de Cataluña. En el año 2014, no hace tanto tiempo organizó y dirigió un simposio con el título significativo de “España contra Cataluña”. En el prologo del libro, con las actas del simposio, el bueno de Jaume defiende que el objetivo del simposio era “analizar los 300 años de la represión política, cultural, lingüística, mediática, y económica de España contra Cataluña” El ejemplo paradigmático de Jaime me ha hecho pensar mucho. ¿Cómo un intelectual como Jaume podía defender sin rubor sus posiciones abiertamente independentistas sin fundamentos serios que lo justificasen?. En aquellos años militaba en los boys scouts diocesanos. Esta organización tenía fama de estar muy influida por sacerdotes muy catalanistas. No podría asegurar que por ahí se encontraba el venero ideológico que tanto influyó en un muchacho de tan corta edad.
Joan Maragall en su “Oda a España” publicada en el año 1898 ya nos daba algunas pistas sobre un problema que todavía sigue latente. La difícil coexistencia entre la lengua castellana y la lengua catalana.
“Escolta, Espanya
la veu d‘un fill
que et parla en llengua no castellana
parlo en la llengua
que me ha donat la terra aspra
en questa llengua pocs
te han parlat
en l'altra, massa"
Mi llegada a Gerona me deparó algunas sorpresas. Los gerundenses valoraban los precios en centimos y en las rondas de los bares cada uno pagaba su propia consumición. No toleraban las invitaciones. Era una costumbre ancestral que a los recién llegados nos costaba aceptar. Costumbres que trataban de valorar y apreciar el justo valor de las cosas y de la peseta. En el año 1961 continuaba mi estancia en Gerona. Por aquellas fechas se publicó la novela del ampurdanés José Mª Gironella titulada “Los cipreses creen en Dios”. La edición constituyó un éxito editorial (se han publicado doce millones de ejemplares). Su lectura me sirvió para conocer mejor a Gerona, en aquel entonces una pequeña capital de provincia de unos 33.000 habitantes, con un fuerte ascendiente clerical. La novela de Gironella reflejaba muy bien la adaptación de una familia de clase media y charnega por su origen. Matías, el padre, era andaluz y su esposa una vasca muy recia y profundamente religiosa. Tenían tres hijos y el pequeño César ingresaría en el seminario del Collel (por cierto en este seminario estudió también nuestro famoso Puigdemont no sé si como seminarista o como simple estudiante de bachiller). César moriría asesinado por los anarquistas en los primeros días de la guerra civil.
Me llamó la atención la calidad y extensión ciudadana de la actividad cultural. Las exposiciones eran frecuentes Tampoco faltaban las numerosas conferencias impartidas en las numerosas asociaciones culturales. Mi estancia en Gerona me sirvió para conocer a muchas personas muy destacadas en la ciudad. Una de ellas fue don Fernando Fonseca, capellán del Frente de Juventudes. Don Fernando había tenido, como muchos sacerdotes de Gerona, una juventud muy escorada hacía el nacionalismo. Esta actitud no le sirvió para librarse de la cruenta persecución religiosa. Esta pesadilla que terminó con la entrada de las tropas nacionales el día cinco de febrero del año 1939.
Los sábados junto con mis amigos íbamos a las Ramblas a presenciar las numerosas collas sadanísticas. que un poeta definió como “la dansa mès bella de totes les danses que es fans i desfans". Una danza en anillo que simboliza muy bien el alma catalana.
En Gerona frecuentábamos un conocido restaurante regentado por la familia Pujolras de la que guardo un buen recuerdo. Compartíamos mesa y mantel con un conocido notario llamado Planas. Un buen conocedor de la historia de Cataluña. Con toda sinceridad reconocía que eran un pueblo muy trabajador y emprendedor pero que políticamente eran un desastre, un fracaso. Analizaba con mucha sorna la mitificación dels Segadors o la proclamación del Estat Catalá del presidente Companys.
En el año 1985, el catalán Marcelo Capdeferro, historiador, muy en la línea de Jaime Vicens Vives, publicó un libro, cuya lectura recomiendo, titulado “Otra historia de Cataluña” con el noble objetivo de esclarecer los deslices, más sentimentales que reales, de ciertos investigadores catalanes. En sus páginas alejado de la leyenda y del mito, Capdeferro demuestra la profunda entidad hispánica de Cataluña. La inesperada proclamación de la República el 14 de abril de 1931 fue aprovechada por el teniente coronel Francesc Maciá para proclamar la República Catalana siguiendo los pasos de Pau Claris en 1641 y del Pacto de Tortosa en 1733. El Gobierno Provisional de la República se alarmó ante la declaración unilateral de la República de Maciá y delegaron en Marcelino Domingo, Olwer y Fernando de los Ríos para que negociaran con Maciá. El resultado de esta negociación fue el Estatuto de Nuria del año 1932. En el debate parlamentario, Azaña defendió la tesis de que el problema tenía el arreglo adecuado con la concesión de un Estatuto que otorgase amplia autonomía. Ortega y Gasset, más pesimista aseguro que no había ninguna fórmula milagrera en esta cuestión y que sencillamente lo único razonable era conllevar el problema. Ochenta y cinco años más tarde Puigdemont trata de ser el nuevo Companys.
El enfrentamiento tiene tal nivel de agresividad que cualquier arreglo es muy difícil. Cuando el debate se instala en los sentimientos la subjetividad aumenta. Tenemos una generación educada en el pujolismo que de buena fe, como mi amigo Sobreques, estima que España les roba. Creo que el catalán es una forma de ser español. Por ese camino tenemos que encontrar los cauces adecuados para entendernos unos y otros
En Valencia tenemos la desgracia de ser victimas de un catalanismo imperialista y expansivo que se considera miembro nato de los llamados Paises Catalanes. Pero de esto ya hablaremos otro día. Tiempo al tiempo.