“El Bigotes” nos ha llamado “tontulianos” a los que intervenimos en tertulias periodísticas. Voy a concederle unos minutos a tal insulto.
Álvaro Pérez, “El Bigotes”, compareció el pasado martes ante comisión parlamentaria con motivo del “caso Gürtel”. Como contertulio, he de decir que estuvo maleducado. No voy a detallar las “lindezas” que expresó, porque no se merece la repetición.
“El Bigotes” no tiene cualificación para juzgarnos a los periodistas. Pero no sólo él es culpable de la retahíla de insultos: Pedro Quevedo, el presidente de la comisión, debía haberle cortado y que se ciñera al motivo por el que fue convocado. Muchas cosas suceden porque unos quieren hacer daño o insultan, y otros lo permiten: y eso nada tiene que ver con la censura, sino con el rigor, la buena educación y el cumplimiento de los propios deberes, en lo que suspendió Quevedo.
Por supuesto que las tertulias periodísticas – en televisión, radio o internet – tienen no pocos defectos, y constantemente hemos de hacer autocrítica: quien no lo hace en su profesión es que, con mucha probabilidad, no es un buen profesional. Sin embargo, lejos de mí descalificar a ningún sector profesional, como ha hecho Álvaro Pérez.
Las tertulias periodísticas son de diverso tipo: con invitado o no, comentando algunas cuestiones de actualidad que el moderador ha seleccionado, de cariz político o no.
Una primera crítica es que los periodistas invitados deberíamos serlo por su preparación o valía personal, no por el medio en que trabajan: más que peligrosa es la técnica de invitar a periodistas por “quedar bien” con un medio de comunicación, una especie de cuota que está pactada en algunos casos, explícita o implícitamente, decidiendo el director de cada medio quién acude.
Hay periodistas más preparados en asuntos económicos o judiciales, otros en política internacional. Según el tema o el invitado, a ellos se debería acudir, y no ampararse en la mencionada “cuota” de medios.
A veces, nos creemos que somos un “sabelotodo”, y eso es origen de poco estudio y reflexión, de repetición acrítica de tópicos o titulares simples. He de reconocer que muchos colegas dan ejemplo de humildad y, cuando se comentan materias que dominan menos, saben ceder la palabra a quienes están más preparados, y eso solemos saberlo.
Tampoco hemos de creernos lo que el público nos dice o deja entrever: no podemos dominar todos los temas, hay que saber rectificar – incluso en la propia tertulia – y, cuando los temas son conocidos o el invitado, acudir documentados, prepararnos la tertulia, por respeto a la audiencia y a la propia profesión.
Otro error es pensar que cuanto más se interviene, más peso se adquiere, más prestigio. Saber escuchar brilla por su ausencia en ocasiones, porque se está esperando que otro contertulio “respire” y deje de hablar, para colocar nuestra opinión o perspectiva.
Mucho hemos de mejorar en España en ese saber escuchar: no sólo es cuestión de educación – que lo es -, sino también de estar convencidos de que todos aportamos: saber escuchar es un auténtico multiplicador para todos. Y no digamos del lamentable espectáculo de que hablen varios a la vez o las interrupciones continuas: el moderador tiene gran parte de responsabilidad, como la tiene Pedro Quevedo por las barbaridades reiteradas que expresó “El Bigotes”.
Algunos pretenden asignar a las tertulias una función que no les corresponde: como si fuera una lección magistral. Es una tertulia, un intercambio de opiniones, pero es cierto que hay opiniones superficiales o ligeras, y las hay fruto de la experiencia y la reflexión.
Si la audiencia opinara de verdad respecto a los contertulios, y los medios tomaran nota, sería muy interesante: hay en ocasiones ausencias llamativas en las tertulias, y también repetición de contertulios que los oyentes no dudan en preguntarse por qué están ahí. Un juego de intereses parece justificar lo que constituye una falta de profesionalidad.
A veces se habla de tertulias periodísticas “abiertas”, con periodistas variopintos, y en otras ocasiones de tertulias “cerradas”. Siempre está la responsabilidad personal de prestarse al juego o no de las llamadas tertulias-encerrona: a mí me repelen.
En definitiva, debemos mejorar la calidad de las tertulias periodísticas, sabiendo que es responsabilidad de los periodistas, de los medios de comunicación que las organizan, y también de los oyentes.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.