En la segunda mitad del siglo IV, fundado por el filosofo Antístines, apareció en Grecia un movimiento de protesta llamado los cínicos. Para este filósofo el cínico equivalía, por la sencillez de su vida, a un perro, a una contracultura. Los miembros de este movimiento de protesta se sublevaban contra una sociedad sofisticada –la casta que diría Pablo Iglesias-, amante de la buena vida y de la elegante túnica, en contraste con la pobreza de otros sectores sociales menos afortunados.
Los cínicos vestían de una manera extravagante. Solían dormir debajo de los puentes, a modo de protesta social contra una sociedad cuyo mántra sagrado era el lujo. Vestían con andrajos, lo más sucios posibles, a modo de estandarte, para distinguirse del refinamiento de aquellos helenos detestados que buscaban la felicidad en el lujo, en la buena mesa y en las elegantes hechuras de los sastres más demandados.
En el correr de los tiempos, han tenido presencia fenómenos sociales parecidos. Acordémonos, por ejemplo, del movimiento hippie. Hizo acto de presencia en los Estados Unidos en la década se los años sesenta del pasado siglo. Primos hermanos de los cínicos en su actitud contracultural.
Hace dos veranos, aquí al lado de mi casa, en la céntrica Plaza María Agustina, y en otras plazas de Castellón, unos grupos de jóvenes desaliñados en la vestimentas, melenas largas, sentados en el suelo, formando círculos, debatían sobre temas de protesta social propuestos por unos monitores que sentados delante de unas mesas, marcaban las pautas ideológicas de los temas. Aparentemente todo aquello presentaba el atractivo de un movimiento de protesta, original, contestatario y atrevido, que como los cínicos hace más de veinticuatro siglos y medio, se enfrentaban a una sociedad que no les gustaba, con una grave crisis económica y social de por medio.
Quizás aquel movimiento, no tan espontáneo como entonces creímos adivinar ni los setecientos mil euros de la fortuna del profesor Monedero estaban incubando con alpiste o euros venezolanos o bolivianos, el atrevido intento de extender la revolución chavista por el corrompido continente europeo.
El terreno estaba perfectamente abonado. Numerosos grupos de jóvenes, que como los cínicos en su tiempo, estaban asqueados por la corrupción de los más poderosos, que deseaban destruir aquella sociedad que no les gustaba, pero que tampoco aportaban soluciones adecuadas ni originales salvo las recetas amarillentas de un comunismo erosionado y desgastado. En cuanto a los grupos dirigentes, ahora descubrimos –con el debido respeto a las opciones personales- que el comunismo ha sido la incubadora donde se han formado algunos de los dirigentes de estos movimientos: el padre de Pablo Iglesias fue un destacado dirigente del sangriento FRAP, los padres de la famosa Tania Sánchez, destacados dirigentes comunistas; y la misma secuencia podríamos aplicar a los ancestros de Monedero, de Errejón, etc.
La historia es muy difícil que de marcha atrás. Así sucederá con PODEMOS. Tiempo al tiempo. Otro tema es la consecuencia que dentro de los movimientos de izquierda pueda tener este fenómeno. Se admiten apuestas.