“Nada hay cubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse.…”
Lucas, 12:2.3
Todos sabemos y estamos muy concienciados, y la política de Bruselas se dirige de forma diaria, persistente y tenaz a luchar contra el cambio climático y la contaminación.
Este es un hecho que constatamos a diario en los mass media. Existen incluso campañas inquisitoriales recientes frente a los motores diésel como la que se emprendió hace sólo unos años frente a Wolskwagen, sosteniendo que había instalado ilegalmente un software para alterar los resultados de los controles técnicos de emisiones contaminantes en 11 millones de automóviles con motor diésel, vendidos entre 2009 y 2015.
Sin embargo, como en tantas cosas, hay datos que no se publicitan, que, al contrario, se ocultan, y, que cuando son conocidos, nos llevan a la conclusión evidente de que somos víctimas, nuevamente, del más burdo engaño.
Para ello, tengamos solo en cuenta la siguiente noticia:
“15 barcos mercantes intercontinentales contaminan tanto como 750 millones de coches….”
Este hecho, mucho nos tememos, no es, ni mucho menos, una noticia falsa, una fake; al contrario, es completamente cierto, y cualquier lector con la suficiente curiosidad la puede comprobar en el Google.
La realidad es que mediante transporte marítimo intercontinental Europa pretende abastecerse de todo lo que necesita, incluyendo productos perecederos. Recordemos que en estos momentos, solo por poner un par de ejemplos: los Kiwis son importados de Nueva Zelanda, un viaje de “solo” 30.000 km de distancia; las naranjas, de Sudáfrica, otro viaje de “solo” 20.000 km, y así todo.
Con la diferencia de que no es lo mismo importar perecederos que por ejemplo, ordenadores; puesto que un Europeo puede que compre un ordenador cada cinco o diez años, pero necesita kilos y kilos de naranjas, limones y kiwis, y otras frutas para vivir.
El problema es real y existe, en realidad, en el sector, todo el mundo lo sabe y calla. Los grandes cargueros intercontinentales (de nacionalidad holandesa o británica, mayormente) que realizan este transporte utilizan un combustible altamente tóxico (bunker fuel), un combustible muy denso, semejante al alquitrán, con un poder contaminante sobre la atmósfera y el mar devastador. Tengamos en cuenta que los consumos son gigantescos, pues pensemos que uno sólo de estos cargueros consume diariamente 100.000 litros de bunker fuel. No sólo es el CO2 que origina a la atmósfera, contribuyendo al cambio climático directamente, además está el poder contaminante por emisión de óxidos de nitrógeno y de azufre. Se estima que toda la contaminación por óxidos de nitrógeno procede del transporte marítimo y un 10% de los óxidos de azufre. Estos compuestos, vertidos indiscriminadamente a la atmósfera, contribuyen muy activamente a la aceleración del cambio climático, provocando la lluvia ácida que lleva a la incapacidad de los océanos para absorber el CO2 que se emite a la atmósfera, ya que destruye y daña gravemente a los grandes fijadores de CO2, sobre todo el placton marino, además de las algas y fanerógamas marinas.
De forma que, nos encontramos con la paradoja de que, por un lado, diariamente se nos genera a todos los ciudadanos mala conciencia por utilizar nuestro automóvil, por ejemplo, pero también diariamente, de forma clandestina, la UE promueve, incesantemente, viajes intercontinentales, sin utilidad real alguna, arrojando toneladas y toneladas de alquitrán por todos los océanos, que destruyen nuestro medio ambiente y provocan el cambio climático que luego presumen de combatir.
Dado que todos sabemos que los productos perecederos que se importan desde el exterior de la UE, son producidos también dentro de la UE, sería más lógico, sostenible y respetuoso con el medio ambiente, que Europa se abasteciera de sus propios productos autóctonos, evitando los costosísimos viajes intercontinentales y los daños a nuestro planeta, máxime en una situación en la que la agricultura europea respiraría de nuevo, promocionando nuestro campo y propiciando una mejora económica para el conjunto de la UE.
Que la UE oculte lo que está sucediendo, cómo se destrozan los océanos y el planeta, como se arrojan auténticas autopistas de alquitrán a cada momento por los océanos; propiciando, al contrario, estos nocivos desplazamientos masivos, no evita que se acabe conociendo finalmente el engaño y la triste realidad de lo que está sucediendo; que se generen dudas sobre qué intereses ocultos existen en dichas políticas, y que este conocimiento lleve, finalmente, a la destrucción de cualquier atisbo de credibilidad de las políticas de Bruselas.