Ya lo dijo Kissinger, si quieres controlar las naciones controla el petróleo, si quieres controlar la población, controla los alimentos. Las élites globalistas, en sus afanes de dominio mundial, con toda la progresía, en bloque como cómplice necesario, van por ese camino. Y para ello, lo primero que están intentando es acabar con los agricultores europeos.
Un agricultor es un peligro para el sistema por varias razones: en primer lugar, es una persona que vive en la naturaleza y sabe de sus leyes. Es un mal alumno para cualquier ingeniería social artificial que se le intente inocular. Rechaza de plano los inventos y excentricidades de esa supuesta progresía que pretende convencernos de la manipulaciones que todos los días vemos por televisión, ya sea sobre la imposición de la cultura gay, la violencia de género, la guerra de género, la ideología de género….
En segundo lugar, el agricultor puede disponer de dinero, si va bien la cosecha y consigue venderla a tiempo. Es evidente que esa disponibilidad monetaria en los bolsillos de alumnos rebeldes, y poco dispuestos a someterse a los dictados de los grandes profesores, no gusta en las alturas del poder; piensan que se les puede volver en contra. Es mucho más sencillo gobernar si todos están famélicos, arruinados y genuflexos a los mandatos de los jefes.
Y en tercer lugar, es demasiado claro un hecho: el agricultor maneja el bien más estratégico que existe: los alimentos de los que se abastece la población y de los que vive.
Demasiados factores y demasiado importantes como para pasarlos por alto, para que los de arriba les dejen vivir en paz. Y de hecho, no lo hacen.
Stalin ya lo entendió así en los años 20. No hay más que revisar la historia para darnos cuenta de su plan para asesinar a los campesinos ucranianos en el genocidio que luego se dio en llamar el holodomor, un drama en el que Stalin asesinó a seis millones de personas en Ucrania sólo porque tenían la capacidad de generar el trigo que abastecía a la URSS. Stalin necesitaba ese trigo, pero no los quería a ellos, así que los asesinó por hambre, les robó sus cosechas y les obligó a comerse a sus hijos. En las hemerotecas hay demasiadas fotos de ucranianos muertos en las calles durante ese periodo, o niños encerrados, desnudos, esperando la muerte en graneros vacíos de trigo. La historia es tan terrible que hoy día los ucranianos sienten vergüenza de aquel drama que occidente ocultó y nunca mencionó, en esa especie de censura oficial que ya conocemos por la que sólo se conocen y persiguen los desmanes de la “derecha”, pero nunca los del glorioso partido comunista.
No seamos ingenuos, en Europa, ahora mismo se está en pleno proceso de liquidación de sus agricultores. No tienen el hambre de Stalin como mecanismo de eliminación, pero si otros igualmente destructivos como los acuerdos de libre comercio internacional, en virtud de los cuales, países terceros proceden a vender en Europa productos que ya producimos aquí en España, por debajo del precio de mercado, consiguiendo arruinar a todos los agricultores de ese sector.
Esta técnica comercial para destrozar a la gente, conocida como “dumping”, está siendo utilizada con la naranja valenciana mediante la introducción de la sudafricana, la marroquí o la egipcia, toda ella a precios inferiores de lo que cuesta producir la autóctona. Curiosamente, cuando ya no queda naranja valenciana por vender, ya sin competencia, entonces se permiten subir los precios de la suya, hasta cinco veces ahora mismo la sudafricana respecto de los precios que tenía cuando competía con la valenciana.
Todo ello por no hablar de la introducción de plagas desconocidas en nuestro país y cuya expansión se permite de forma descontrolada, provocando pérdidas y más pérdidas a los agricultores.
Los efectos de estas políticas están siendo notorios, aunque no se hable de ello, es un drama el que todos los años se suiciden cuatro mil personas en España, que haya zonas donde está desapareciendo la población, lo que se llama la España vaciada, o que la tercera parte de la población esté bajo el umbral de la pobreza, según Intermón Oxfam.
Y todo ello, mientras se tapa el hecho del desastre medioambiental que acarrea el tener que transportar naranjas desde 20.000 o 30.000 kilómetros de distancia desde Sudáfrica, o Kiwis de Nueva Zelanda, destrozando el medio marino, con buques que utilizan alquitrán como combustible, provocando lluvias ácidas y el calentamiento global.
Para que nos hagamos una idea del problema que esto supone, tan sólo 15 de estos buques contaminan tanto más que todos los coches que existen en Europa juntos, 750 millones de coches. Ante la gravedad de este problema, escama que los “verdes” guarden silencio. Inquieta que tanto ecologista de salón calle y mire hacia otro lado; mientras, oficialmente, Bruselas se propugna y se envanece de ser el más grande paladín del mundo en la lucha contra el cambio climático.
Oficialmente no importa nada de todo esto, la televisión lo oculta, los periódicos lo ocultan, la radio lo oculta, y las noticias solo hablan del incremento de las hipotecas, del incremento de la venta de coches, del descenso del paro, y de lo bien que le va al Barsa.
De continuar el proceso al que nos someten, muy pronto tendremos que alimentarnos de los productos que Bruselas decida, y cómo lo decida. Pagando el precio que Bruselas establezca, si es que podemos, claro. No sólo nos habrán arruinado, también nos habrán privado de nuestra capacidad para producir y abastecernos, estaremos tan esclavos de la hipoteca como de los alimentos que Bruselas se le ocurra suministrarnos, ya sea de Sudáfrica, Australia, Taiwan, o de donde sea; podrán seleccionar qué vitaminas son aconsejables y cuáles no, dependiendo de lo adormecidos que deseen que estemos; y si nos quieren introducir algún elemento contaminante no tendrán ningún obstáculo para ello. Estaremos a sus pies, condenados a una esclavitud invisible y miserable.