La Navidad es una cita con la familia. Son fechas esperadas y deseadas en general, aunque algunos, probablemente por convertirlas en un maratón de viajes y comidas en exceso, están deseando que acaben y volver a la normalidad. De todo hay, y lo sabemos.
Si se celebran conservando su sentido religioso, familiar, alegre, solidario y moderado, se esperan con ilusión; si se asocia a desorden, consumismo, comidas interminables y tiranteces familiares, ya se ve que falla en su origen el planteamiento.
El consumismo hace que se vea inevitable engordar unos kilos en Navidad, las crisis matrimoniales o de otro tipo en las familias pueden darle un tono de distanciamiento o roces en unas fechas que llaman al afecto, a rehacer relaciones familiares a veces tontamente resquebrajadas.
Ir a lo esencial, también en Navidad, facilita conservar la identidad personal y cultural, y por tanto una sensación de paz y concordia que reconforta y anima. El Belén, los adornos navideños, los regalos de Reyes, los brindis y la solidaridad concreta le dan ese sentido.
La Navidad nos retrata como personas, como familias y como sociedad. La alegría no se improvisa, ni siquiera con unas copas de más, que a veces desatan enfados y espontaneidades que ahuyentan.
En familias sólidas y unidas, la alegría rebosa; por el contrario, los grandes vacíos en las familias y las relaciones rotas son un motivo de tristeza en estos días, a la vez que generan una nostalgia de lo que se desea recuperar, con dosis religiosas de pedir al Niño Dios esa recuperación o con deseos de corazón de recomponer lo que se echa en falta.
Son días de solidaridad, empezando por algunas personas de nuestra familia, a veces solas, con problemas. Afecto, cercanía, tender puentes.
Me atrevo a afirmar que la alegría navideña, que deseo para todos, ha de llegar especialmente a niños, enfermos y ancianos. Los niños personifican la ilusión y tal vez sintonizan más con el Nacimiento que muchos adultos.
Los villancicos, oídos o/y cantados nos introducen en un mundo de ilusiones y deseos nobles: no infantilizan, sino que introducen con suavidad en realidades muy profundas, que con los años podemos olvidar.
Los mayores y enfermos tienen derecho a sentirse más atendidos y queridos: ¡se lo merecen! Adaptase a su situación, ir a buscarles o llevarles, horarios que les vengan bien a ellos, protagonistas de las celebraciones. Todo, menos arrinconados u olvidados. De todo hay, y lo sabemos.
Sobre las personas mayores, justo es acordarnos de los que viven en residencias de la tercera edad. Ha llegado a mis manos el programa de Actividades de Navidad de una residencia y me he quedado impresionado de la cantidad y variedad de actos y celebraciones navideños, una veintena, desde el 14 de diciembre hasta el 5 de enero. Un programa que destila esmero, cariño, no un mero elenco obligado, sino que se palpa que hay personas que ponen el corazón, y por tanto la cabeza. Coros de villancicos, talleres de galletas y dulces, meriendas de los mayores con las familias, primer paseo del año y concluye con la visita de los Reyes Magos: lo gastronómico y lo religioso, todo está presente. ¡Ojalá en muchas residencias exista o existiera ese calendario!
Un recuerdo a los mayores en residencias, especialmente en Navidad, es de justicia. Han gastado la vida en sacar adelante una familia y tienen una trayectoria profesional y humana que, llegados a una situación de enfermedad o de una elevada edad, requieren ser cuidados con gran esmero y afecto: lo merecen… y se lo debemos.
Hay muchos modos de vivir la Navidad, también como meras vacaciones. De todo hay, y lo sabemos. Redescubrir el sentido cristiano de la Navidad es una tarea que aconsejo. El resultado anima a hacerlo: se vive en paz y alegría, se estrechan lazos familiares, se ayuda a enfermos y mayores, con una sonrisa -exterior e interior, nunca impostada– y se desearía prolongarlas, sin acabar extenuados por viajes, gastos y excesos gastronómicos, y hasta nuevos enfados familiares. Es cuestión de calibrar y probar. ¡Feliz Navidad a todos los lectores, habituales y ocasionales!
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.