El primer problema nacional parece haber pasado a Castilla y León, porque su vicepresidente autonómico, Juan García-Gallardo, ha afirmado que “si conseguimos salvar una única vida, todo habrá merecido la pena”, y se ofrece la posibilidad, de modo voluntario, de que las mujeres que vayan a abortar puedan escuchar el latido de su hijo solo si lo desean. Obsérvese: si lo desean pueden escuchar el latido.
Si se defiende la libertad, resulta complicado entender por qué se empeñan, especialmente desde el Gobierno, en tacharlo como una barbaridad. No buscan la libertad, sino la imposición de una ideología abortista a ultranza.
Vivimos en una sociedad trastornada. Hay muchas señales. A raíz de algunas noticias o hechos de estos días, me he acordado de Manolo, un amigo médico que ejerce en Murcia, y que me comentaba que es frecuente entre los murcianos acudir a la consulta alegando: “Tengo un trastorno”. Y Manolo intenta averiguar la dolencia. Trastorno sirve allí para casi cualquier molestia.
Tal vez pocos saben –o no les interesa saber– que el plan de García-Gallardo no es nuevo. En Estados Unidos han puesto en marcha ese protocolo, con diversos matices, los estados de Georgia, Idaho, Indiana, Kansas, Michigan, Missouri, Montana, Nebraska, New Hampshire, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Oklahoma, Texas, Utah y Wisconsin. Y en países de Europa: esto se esconde.
Si hiciéramos una encuesta, prácticamente todos se mostrarían partidarios de la libertad, el pluralismo, la dignidad y la realidad. Lo que sucede es que, si se desmenuza la libertad, algunos no la quieren ni permiten en ciertos ámbitos. Si se analiza el pluralismo, sucede otro tanto: hay dictadores que lo preconizan solamente para llegar al poder, y una vez en él impiden el pluralismo: no sólo hay que mirar a Hitler, basta con analizar algunas declaraciones de Pablo Iglesias y otros líderes de Podemos.
Respecto a la dignidad, no todos entendemos lo mismo. Hay cerrazón para creerse poseedor de la dignidad y de los modos de preservarla y fomentarla. Faltan argumentos y se descarta el diálogo. “Es digno lo que diga yo”, sería la síntesis de estas personas.
Y ya no digamos el rigor, el reconocimiento de la realidad. Sobre el aborto, muchos se ponen un antifaz para no reconocer lo que es, científicamente probado y demostrado: si no se lleva a cabo, nace un niño, un ser humano… o una niña, para que nadie me acuse de machismo hasta por escribir esto. Se evita la reflexión y la información científica.
Se califica como “progresismo” el aborto sin límites, que pretenden inculcar como un derecho, aunque en la realidad se interrumpe el progreso de una vida humana en el seno materno.
Fernando Sánchez Dragó, escandalizado de que se pretenda negar el derecho de una madre a escuchar los latidos del corazón de su hijo: “ese tictac es el redoble de la campanas de la conciencia”, ha dicho.
Resulta que García-Gallardo es de Vox. Algunos han visto la ocasión “ideal” de atacar a Vox y al derecho a la vida, al mismo tiempo, unificando intereses electorales con el sectarismo del aborto, y además desviando la atención de los problemas del país. Tres en uno, a cuatro meses de elecciones municipales y autonómicas en muchos lugares, y a menos de un año de las elecciones generales. O cuatro en uno: asustar al PP y lanzar un mensaje a la sociedad de que, si el PP pacta con Vox, se está alejando del centrismo, de la moderación.
Lo que está sucediendo estos días ha sido resumido por Jano García, director de “El liberal”: “Asaltan el Tribunal Constitucional, liberan violadores, manipulan los datos de desempleados y cada día que pasa los españoles son más pobres, pero la ira se centra en un tipo que ha propuesto que las mujeres puedan escuchar –voluntariamente– los latidos del feto antes de abortar”.
No sé cuánto durará el trastorno en torno al aborto. Asusta y apenan los casi 100.000 abortos anuales.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.