Hombres y mujeres con mayoría de edad tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia”. (Art. 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).
El amor y el servicio a los demás son los principales valores en los que se fundamenta la Familia. Sin ellos, sin su esencia peligran su unidad, fuerza y futuro. Decía en otra ocasión, que el amor es el principal motor que mueve al mundo, el espíritu de servicio la fuerza que permite hacer acciones concretas hacia los demás, y al final la solidaridad es el resultado de esas acciones hechas realidad.
La familia, desde sus ancestros, es la organización social más importante de la humanidad, su origen está en el Creador que forma y modela al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza (Génesis I-27) generando la primera pareja, Adán y Eva, nuestros primeros padres de la que procedemos todos; con un cuerpo material limitado y un espíritu trascendente sin final, llamado por los creyentes alma. También, desde el principio de los tiempos, los crea hombre y mujer; iguales y diversos en derechos y funciones; varón y hembra imprescindibles para procrear y multiplicar la especie humana a través del matrimonio y la familia.
Volviendo al amor, al espíritu de servicio y la solidaridad aplicados a la familia, debemos insistir que sin ellos el presente del matrimonio, pareja o binomio -según las estadísticas y realidades sociales actuales- auguran poco futuro. Sin el amor verdadero y duradero de los padres entre sí, pronto o tarde el matrimonio se desvanece en separaciones o divorcios, en intereses personales o egoísmos, en distanciamientos… Solo los que se dieron el sí firme y autentico llegan, después de las Bodas de Oro, a amarse más que cuando fueron novios, aunque sin el vigor físico de su juventud, por supuesto, pero con otro aspecto del amor más entrañable y tierno, más espiritual y duradero. (más adelante, poliedro del amor).
Los padres siempre lo tienen mejor y más fácil de cumplir al amar a sus hijos, pues es inherente a su ser (“parábola del hijo prodigo”. Lucas 15-11). Los hijos están en constante evolución y perfeccionamiento; no obstante tienen la ventaja, además de la fuerza y cohesión que da la familia el crecer con sus hermanos a lo largo de sus vidas; viven también la oportunidad, dentro de sus familias propias y personales cumplir con el IV Mandamiento de la Ley de Dios que siempre les afecta de lleno y ayuda a todo el conjunto familiar, mientras vivan.
El espíritu de servicio en la familia entre padres e hijos es fundamental. Los padres siempre están dispuestos a ayudarles, a veces privándose de necesidades personales, sacrificándose siempre por ellos sin esperar nada a cambio, de día o de noche... Los padres son los primeros maestros, los que les enseñan a hablar, pintar y contar; son los primeros que les educan y corrigen, diciéndoles lo que está bien y lo que está mal. Luchan por sacar la familia adelante con su trabajo y tenacidad, preparando su futuro personal; ríen de gozo con ellos cuando triunfan, y lloran cuando buscan trabajo y no lo encuentran, superando adversidades con ellos hasta el éxito final. ¡Es la gran fiesta familiar! Es el mayor orgullo y satisfacción de esos padres, que después de 50 años de lucha, sacan adelante a sus hijos, y estos a sus nietos, también con éxito, iniciando los caminos de sus vidas gracias a la colaboración de todos, a ese espíritu de servicio mutuo y recíproco que fluye potente en la familia.
La solidaridad en la familia es como el agua de esa fuente que fluye acciones concretas a sus miembros. “Una familia feliz no es sino un paraíso anticipado” decía John Bowring o como dice el refranero: “Obras son amores y no buenas razones”, siempre actual, que los padres e hijos se unen con esa fuerza maravillosa del amor, para dar lugar a acciones reciprocas, también maravillosas, creando nuevas fuentes de felicidad y vida en nuevas familias, para aumentar el nivel del “péndulo moral” de la sociedad en la actualidad evidentemente bajo. Existen dentro de las familias hechos reales entre sus miembros que dan “escalofríos”, que demuestran grandes esfuerzos de solidaridad entre ellos, en especial de madres sobre hijos en comas profundos durante años y rehabilitaciones posteriores con un tesón, fuerza y cariño heroicos. Son ejemplos reales y conocidos que nos hacen fuertes, que nos elevan, acompañadas de muchas y pequeñas acciones diarias que juntas mejoran el nivel de ese péndulo moral citado de nuestra actual sociedad.
En cierta ocasión –al hablar de los múltiples planos diferentes que tenía el concepto de Libertad- decía que la libertad era semejante a un gran poliedro irregular de numerosas caras, aristas y vértices que hacían su aplicación compleja, difícil y confusa. Idéntica comparación geométrica se podría decir del amor (amor de Dios, amor a la Patria, amor espiritual, amor familiar, platónico, físico, a la justicia, a la libertad, a los ancianos, a los enfermos, a las misiones…) Esta extraordinaria virtud (en la actualidad confundida con el instinto de sexualidad) es tan amplia y grandiosa, que muchos filósofos, sociólogos y psiquiatras coinciden en definirla como fuerza poderosa de la mente o del corazón humano, capaz de solucionar acciones y situaciones complejas sin límites, no exentas de esfuerzo y sacrificio para superarlas.
Decía el científico Pierre Teilhard de Chardein en su obra El fenómeno humano (1950): “El amor es el motor del mundo porque en el universo pensante todo se mueve por y hacia la persona y el amor es la atracción espiritual más poderosa entre los seres humanos”. Finalmente el evangelista S. Juan, hace 2000 años, define el amor diciendo: “Dios es amor”. Tres palabras que a los que tienen la fortuna de enamorarse: de sus padres, de su mujer, de su familia, de su trabajo, de los que necesitan ayuda… son felices, y ya están viviendo en ese paraíso anticipado, que decía John Bowring, hace tres siglos.