Sería una temeridad por mi parte, y en pocas líneas, enmarcar y valorar la figura del Papa Benedicto XVI. Solamente puedo aportar unos apuntes, algún ángulo periodístico, puesto que teólogos e historiadores de la Iglesia pueden analizar un pontificado tan complejo e importante.
He de reconocer mi admiración hacia la persona de Benedicto XVI, por su inteligencia, rigor, sencillez y afán de servir a la Iglesia y a la humanidad. Su capacidad de síntesis me resultaba atractiva y muy útil.
Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005. Benedicto XVI fue elegido a los pocos días, el 19 de abril de 2005. Las comparaciones entre un Papa y otro estaban a la orden del día, a veces con no poca ligereza o abarcando aspectos parciales que se pretendían extender a toda la figura del Papa. La pretensión periodística de resumir en un breve titular algo llamativo nos tentaba una vez más.
Ya estaba convocado el próximo Encuentro Mundial de las Familias con el Papa, en julio de 2006, en Valencia (España). Por mi parte, trabajaba en Canal 9 y era uno más en observar lo que el nuevo Papa decía, digamos que con cierto distanciamiento profesional.
Todo cambió para mí cuando el arzobispo de Valencia, en septiembre de 2005, me propuso ser el Director de Comunicación del Encuentro Mundial con las Familias. Por su parte, era una clara muestra de confianza; por la mía, una sobrecarga de trabajo y, por qué no reconocerlo, un reto ante una oportunidad única en mi trabajo periodístico. Acepté, con alguna matización, y me puse manos a la obra, para montar la Oficina de Comunicación –que ya venía trabajando de modo incipiente– y un calendario de trabajo, donde se alternaban fechas fijas, previsibles e imprevisibles. Empezaba un maratón de 10 meses.
En esos primeros días, recuerdo que formulé a quien debía una pregunta sencilla: “¿Está confirmado que vendrá el Papa Benedicto XVI al Encuentro Mundial de las Familias?”. Una pregunta muy elemental y necesaria, pero que comprobé que incomodaba a quien me escuchaba: simplemente, no estaba confirmado, y había algún temor a que no viniera.
Comprenderá el lector mi difícil tarea en esos primeros meses, contestando a preguntas de diversos medios de comunicación, en televisiones, periódicos y radios, que planteaban la misma pregunta. Había que responderla con veracidad y mano izquierda, sin trasladar los “temores” que teníamos en la organización.
Esos temores eran muy sencillos y lógicos: Juan Pablo II era extrovertido, expansivo, amante de convocar y estar con millones de personas, moviéndose con una soltura proverbial –que ya procedía de sus años de actor de teatro en Polonia-, comunicando con sus gestos y con sus palabras. En definitiva, un gran comunicador. No era imprescindible en esos Encuentros Mundiales de las Familias que el Papa asistiera, aunque Juan Pablo II había asistido.
Benedicto XVI tenía una personalidad muy distinta, Tímido, profesor reconocido, amante de la reflexión y la tranquilidad. Tal vez no se le veía “cómodo” en un Encuentro multitudinario como el de Valencia.
Cómodo o no, Benedicto XVI confirmó que estaría en Valencia los días 8 y 9 de julio, para alegría de todos los medios de comunicación, y de buena parte de la sociedad. De los que más se alegraron, yo mismo, en mi tarea de comunicación: ¡todo adelante!
Al margen de sus gestos y reacciones en esos días, pienso que es útil recordar algunas palabras suyas, “Mi deseo es proponer el papel central, para la Iglesia y la sociedad que tiene la familia fundada en el matrimonio”.
O cuando dijo: “El amor, entrega y fidelidad de los padres, así como la concordia en la familia es el ambiente propicio para que se escuche la llamada divina y se acoja el don de la vocación”. Transcurridos estos años, es evidente que recuperando la identidad de la familia habrá muchas más vocaciones en la Iglesia.
“El tesoro más valioso es fundar una familia”, “transmitir la fe a los hijos es responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente”, “el lenguaje de la fe se aprende en los hogares donde esta fe crece y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana”. Son ideas de vigencia perenne, pero pienso que ahora adquieren una mayor relevancia, para revitalizar la Iglesia desde la familia.
Y casi a punto de despedirse, Benedicto XVI nos dejó esta “perla”: “Para avanzar en el camino de madurez humana, la Iglesia nos enseña a respetar y promover la maravillosa realidad del matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, que es, además, el origen de la familia”.
Ideas en su primer viaje apostólico a España, en 2006, que son un tesoro para nuestros días, cuando la zozobra, los nubarrones y el desconcierto han aumentado en las familias españolas. Volver a considerar esas ideas de Benedicto XVI es uno de los mejores ejercicios de homenaje a un Papa del que se alaba su altura intelectual, capacidad de diálogo y de síntesis, sin cuartear su mensaje por posturas al menos parciales o con miedo a ahondar.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.