No hace tanto tiempo escribíamos, en estas mismas páginas, un artículo que se titulaba “La Valencia que llora” por el accidente de metro que ocurrió en la ciudad de Valencia en 2006 y en el que fallecieron 43 personas… como antes lo habíamos hecho con otras desgracias.
Casi 20 años después, Valencia, y toda España vuelven a llorar por los fallecidos, los desaparecidos y por la duda de cómo transcurrirá el futuro incierto de la Comunitat, con la ayuda de quién y, claro, cómo.
Sin embargo, una pregunta sigue en el aire: ¿se podría haber evitado o mitigado la catástrofe que hemos sufrido? Indudablemente, sí. Y de esta primera pregunta se derivan muchas otras: Nos podíamos remontar al por qué no se llevó acabo, cuando estaba prevista, la presa de Cheste para, precisamente, evitar estos efectos, ¿por qué no se canalizaron las obras de los barrancos como aconsejaban los técnicos desde hacía décadas hacia desembocaduras más seguras?, ¿por qué siguen marcando la agenda medioambiental y la política pseudoprogre que imposibilita la limpieza de cauces, barrancos y montes y cuyas consecuencias, ante estas circunstancias son, como se ha demostrado, desbastadoras?, ¿por qué han fallado todos los mecanismos y resortes que habrían permitido minimizar los daños?, ¿por qué todavía hoy hay gente que no tiene cubiertas sus necesidades básicas?, ¿es este un Estado del bienestar o merece la calificación de “tercermundista”, sin capacidad para atender dignamente a los ciudadanos que viven en él?
Habrá tiempo para pedir responsabilidades. Este no es el momento porque, por encima de las discusiones pseudopolíticas, el pueblo sufre y habla a través del lodo y de su indignación.
En este preciso momento, no sólo las más de 300.000 personas afectadas directamente, sino también el resto de ciudadanos de la Comunitat Valenciana y del resto de España miran al Estado. Y la última noticia que hemos recibido todos nosotros es que, después del despilfarrado de sus impuestos en cuestiones superfluas no necesarias que no vienen al caso, tenemos que abonar 320.000 euros al CSIC, dependiente del ministerio de Ciencias y Universidades liderado por la valenciana Diana Morant, para analizar los vertidos de la última dana. Sólo le ha faltado decir: Si queréis ayuda pagarla. Sin palabras.
¿Acaso los valencianos no nos merecemos el mismo respeto y dedicación que el resto de (algunos) españoles? ¿Somos ciudadanos de segunda o quizás estemos pagando nuestro letargo y docilidad frente al chantaje de otros pueblos? Y, por último, ¿habría dicho Sánchez, en referencia a la petición de la Generalitat para gestionar la dana la lapidaria frase: “Si quieren ayuda, que la pidan” a otras comunidades que le mantienen en la presidencia? Por el contrario, en mi opinión, frente a sus “aliados” de escaño y palacio, el mismo día de la tragedia habría puesto todos los medios técnicos y humanos para minimizar muertes y daños, y decretado el estado de alarma.
Una tragedia funesta como la vivida en Valencia no puede estar condicionada por la política o por el carné de afiliación; afecta a todos por igual. Nadie entiende que no sea así.
Pero dentro de las lágrimas del barro, hay otras lágrimas que nos llenan de orgullo: las de miles de voluntarios que se han volcado en ayudar a los damnificados o desamparados. La inmensa mayoría eran jóvenes, denominados “la generación de cristal”. Ellos nos han mostrado cómo, en situaciones extremas como esta, con escobas, cepillos, cubos, agua y alimentos básicos, han dado y dan, esa respuesta que los políticos no han sabido ofrecerles, incluso saltándose prohibiciones y desgastando las suelas de su calzado para llegar donde los necesitaban con una sonrisa, aliento y generosidad. Ese es nuestro verdadero Estado, “real” dirían otros.
Cuando los ves, sea en persona o en los medios de comunicación, te emociona pensar que esta sociedad, pese a todos, tiene un futuro en el que depositar su esperanza. Y aquí también tenemos que destacar, y agradecer, la enorme solidaridad de todos los rincones de España y otros países, que se han volcado en este drama.
Cuesta mucho imaginar que, esta vez, la política salve Valencia (no lo ha hecho nunca), pero sigo confiando en que el pueblo valenciano resurja del barro, pese a todo y todos, y que, como siempre, el poble salva al poble.