El presidente de Francia, Emmanuel Macron, tiene poco con haber promovido que la libertad de las mujeres para abortar esté recogida en la Constitución. En su más que sospechosa carrera por erigirse en líder mundial de “nuevos derechos”, o nueva configuración de la “libertad”, ha anunciado que prepara un proyecto de ley para legalizar la eutanasia, que quiere presentar en abril.
Francia, que consagró los principios de “libertad, igualdad y fraternidad” con la Revolución Francesa y que definen la vida democrática en general, es ahora la punta de ataque de una revolución, que no es una propuesta mayoritaria de la sociedad ni de los médicos, pero que se quiere extender a la humanidad desde Francia.
Quien crea en el azar en estas materias, que siga instalado en su burbuja, pero no hay azar. Hay un plan mundial orquestado, mientras nos preocupan el empleo, las guerras, o tal vez por eso mismo Macron –y otros– han visto que es el momento de imponer lo que no pide la sociedad.
Macron pretende que no se le llame ni ley de eutanasia ni ley de suicidio asistido, sino una “ayuda para morir”. A la vez ha prometido 1.000 millones de euros a lo largo de 10 años y crear unidades de cuidados paliativos en los 21 departamentos franceses que no las tienen.
Hace unos días, asistí a una charla-coloquio del psiquiatra castellonense Ramón Palmer sobre la eutanasia. Entre el público, médicos, psicólogos y trabajadores sociales. Analizó con profundidad y amenidad esta cultura de la muerte –junto con el aborto- que supone la eutanasia, en España ya aprobada en 2021 –sin debate médico ni social, ¡asombroso!-, y que en otros países se comprueba que supone una “pendiente resbaladiza”, para matar a más personas de las que en teoría tienen “derecho”, como sucede con las conocidas cifras de eutanasia en Holanda.
Ramón Palmer aportó datos, y también soluciones para una cultura de la vida. Me interesó su análisis de porqué los Estados promueven la eutanasia. Citó el envejecimiento de la población, que complica y exige mayor cuidado médico de pacientes dementes, en coma y terminales. La mayoría queremos mejorar los cuidados paliativos, pero es mucho más “barata” para el Estado la eutanasia. También, entre otras causas, aludió a la “cultura del narcisismo”, que está en auge: un egocentrismo placentero, en el que el envejecimiento y la muerte son difíciles de llevar ¡también de los familiares!
Palmer subrayó que el narcisismo lleva a muchos a creer que todo vale si es elegido libremente. La invocación a la autonomía para justificar la eutanasia es un eufemismo narcisista, no es un valor nuevo –afirmó-, y me parece que acierta.
Así, la sociedad narcisista no es capaz de justificar una existencia dependiente, haciendo que el enfermo terminal sienta que es una carga psicológica y económica para la familia y la sociedad. Si esos enfermos sienten de verdad el afecto, la comprensión y el cariño, lo que de verdad quieren es vivir junto a los seres queridos, quitándoles el dolor que, con los avances actuales, se puede eliminar totalmente y esos pacientes pueden tener una calidad de vida aceptable. Nada tienen que ver los cuidados paliativo con el “encarnizamiento” médico ni con alargar artificialmente la vida: son confusiones que hay que en el ambiente deliberadamente introducidas.
Un diagnóstico profundo y certero el del psiquiatra Ramón Palmer, y a la vez de enorme dificultad para afrontar, porque la aceptación social de la eutanasia señala una gran enfermedad de la civilización, una raíz cultural que requiere valentía y lucidez para afrontarla, mientras otros la inculcan ante la pasividad de la mayoría.
Los Estados promueven la eutanasia por ahorro económico en vez de invertir más en cuidados paliativos, y para ello cuentan con el caldo de cultivo propicio, que es una sociedad narcisista.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.