Cuando leí el texto de esta noticia: “El nombramiento de María Elósegui como primera mujer que España aporta al Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha llegado envuelto de polémica. Por una parte, el colectivo LGTBI le acusa de homófoba por algunos de sus escritos “sacados de contexto” como ella asegura. Por otra el PSOE está estudiando como recurrir su nombramiento por falsear su curriculum.
Así lo anunció el 30 de enero desde el Senado el portavoz socialista, Ander Gil, que ha reiterado que Elósegui no colaboró en la elaboración de la Ley de Igualdad impulsada por el Gobierno de Zapatero, en contra de lo que ella sostiene en el curriculum que remitió para optar a este puesto.
María que está al día de las noticias que se están publicando en torno a ella, no quiere entrar en polémicas sobre su curriculum y sus investigaciones a través de los medios de comunicación. Está tranquila puesto que la Asamblea del Consejo de Europa, compuesta por 324 miembros, la han elegido por unanimidad, entre otras razones, por el trabajo desempeñado en estos últimos años a favor de la igualdad, de la mujer y de la inmigración.
La primera jueza española en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo está ya ratificada por la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa y tomará posesión en marzo.
Elósegui pide que la dejen trabajar, en la misma línea que ha venido haciendo a lo largo de su carrera profesional a favor de los derechos humanos y de la dignidad de toda persona, razones por las cuales, entre otras , ha sido elegida en Europa , sin ser además la candidata del gobierno de Rajoy. Sentí una gran curiosidad por conocer su trabajo y voy a intentar resumirlo.
María Elósegui Itxaso (San Sebastián, 1957), es una jurista que ha investigado la protección a la persona y sus libertades en las modernas sociedades occidentales. En un escenario caracterizado por la creciente diversidad, las garantías de igualdad han de atender cuidadosamente a las diferencias. Por eso se ha ocupado en particular del encaje de las minorías. Este interés aparece ya en una de sus primeras monografías, El derecho a la igualdad y a la diferencia (1998), y se mantiene en las de época más reciente, como Derechos humanos y pluralismo cultural (2009) Doctora en Derecho y en Filosofía, aúna las dos disciplinas como catedrática de Filosofía del Derecho en la Universidad de Zaragoza. Allí, además de la docencia a los estudiantes de grado, ha coordinado durante años el programa de doctorado en Derechos Fundamentales y Libertades Públicas. También ha sido profesora de máster en la Universidades de Glasgow y en la Católica de Bruselas, y profesora visitante en otras de Norteamérica (Dartmouth, Chicago, Toronto y otras). A partir de su trabajo académico ha podido contribuir a la búsqueda de soluciones prácticas. Trabajó, por encargo del gobierno español, en la elaboración del borrador de la Ley Orgánica de Igualdad entre mujeres y hombres, que luego se aprobó y entró en vigor en 2007. El Parlamento Europeo le encomendó un “Informe sobre las consecuencias de la globalización para las mujeres inmigrantes de los países mediterráneos”.
Estos y otros temas a los que ha dedicado atención se reflejan en sus publicaciones.
En Diez temas de género (2002) reúne un conjunto de artículos sobre la relación entre sexo y género en los documentos de la ONU y de la Unión Europea. La elaboración de estos documentos ha provocado polémicas acerca de términos llenos de implicaciones (derechos reproductivos, maternidad segura, modelos de familia…). El cuerpo central de este conjunto de artículos aborda el concepto de género que subyace en esos documentos y su influencia en la legislación internacional. María Elósegui, que ha asistido como observadora y experta a varias conferencias de la ONU, sabe desvelar los motivos expresos y ocultos de cada postura, las manipulaciones terminológicas, los silencios y reservas.
La autora expone los diversos temas del libro conforme a un modelo de relaciones entre hombres y mujeres basado en la corresponsabilidad y la interdependencia, tanto en el ámbito familiar, compartiendo la crianza de los hijos y las tareas domésticas, como en el espacio público. Desde esta perspectiva, sostiene que no hay un solo feminismo, sino distintos tipos.
Por eso, sale al paso de los intentos de algunas feministas por apropiarse del término “género”, sobre el que no hay una interpretación unánime, como comprobó en una reunión preparatoria de la Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín (1995).
En el artículo “Dos sexos, ¿cuántos géneros? “publicado en Aceprensa, esboza cuatro formas de entender las relaciones entre sexo y género. Cada uno de esos enfoques trata de dilucidar el peso que tienen la biología y la cultura en el reparto de funciones entre mujeres y hombres. Esto es lo que expone en el citado artículo:
“Calibrar hasta qué punto el reparto de funciones entre hombres y mujeres está basado sobre todo en la biología o en la cultura ha sido un debate clásico en el movimiento feminista. Con este fin, se ha acuñado la distinción entre sexo y género. Pero las connotaciones de esta distinción van más allá de la lingüística. Hasta el punto que el término inglés gender se ha convertido en uno de los caballos de batalla de la Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín. “
¿Cómo ponerse de acuerdo sobre un documento cuando unos y otros no entienden del mismo modo las palabras que se utilizan? Esto es lo que ocurre con el término gender empleado en el borrador del documento para la Conferencia de Pekín. Dice: “Fui testigo directo de la discusión que provocó en la reunión preparatoria de la Conferencia celebrada en Nueva York… En las discusiones, algunos países de habla hispana exigieron que en el borrador se ofreciera una definición de ese concepto.”
¿Por qué es tan difícil llegar a un acuerdo? El término género está tomado de la lingüística, que distingue entre masculino, femenino y neutro. La novedad es su aplicación a la psicología y antropología. Se empezó a utilizar en el feminismo francés hacia los años 60 a raíz de la obra de Simone de Beauvoir, El segundo sexo. Pero fue Gayle Rubin quien a partir de 1975 acuñó la distinción sexo-género.
Mientras que el sexo es biológico, el género sería una construcción cultural: es decir, los papeles o estereotipos que cada sociedad asigna a los distintos sexos. Esta distinción se ha mostrado muy adecuada para discernir entre los aspectos biológicos de la sexualidad (lo dado) y los factores culturales (lo construido).
Pero recientemente – explica en ese artículo María Elósegui “... algunos sectores de feministas radicales han manipulado este concepto entendiéndolo de un modo peculiar. Esto es lo que ha provocado que en el debate sobre el borrador de Pekín haya habido una viva polémica en torno al significado conceptual de la palabra inglesa gender, así como del modo correcto en que debía traducirse, especialmente al castellano.”
En el trasfondo de las discusiones aparecen distintos modelos de entender las relaciones entre sexo y género.
Un primer modelo, que hoy consideramos falso y superado, afirmaba que a cada sexo le correspondían por necesidades biológicas unas funciones sociales, invariables a lo largo de la historia. Esto iba unido a la justificación biológica y cultural de la subordinación de la mujer al hombre. La masculinidad y la feminidad serían el correlato psicológico natural de la diferenciación biológica.
Un segundo modelo admite que la perspectiva de género es adecuada para describir los aspectos culturales relativos a la distribución de funciones del hombre y de la mujer. Si los sexos son necesariamente varón o mujer, las funciones atribuidas culturalmente a cada sexo pueden ser intercambiables en ciertos aspectos. En alguna de sus dimensiones, el género se fundamenta en el sexo biológico: pero mucho del reparto de tareas consideradas en una época u otra propias de la mujer o del hombre es algo absolutamente arbitrario y sin base biológica. Simplemente, es un reflejo de los estereotipos formados por el grupo social, por las costumbres o por la educación.
A diferencia de los anteriores, el tercer y el cuarto modelo afirman que lo cultural no tiene ninguna base en lo biológico. En esta línea, se acaba diciendo que la masculinidad y la feminidad constituyen dos conceptos independientes que apenas guardan relación con el sexo.
De acuerdo con el tercer modelo, los individuos -con independencia de su sexo- pueden vivir y manifestarse como seres masculinos, femeninos, andróginos o indiferenciados, sin que de ello se puedan inferir a priori indicios de disfuncionalidad.
A juicio de María Elósegui “una cosa es que haya tareas que pueden desarrollar indistintamente el hombre o la mujer, y otra que existan identidades sexuales y personalidades andróginas o neutras. Pues la persona es inseparable de su cuerpo y, por tanto es un ser sexuado, que siempre desarrolla sus cualidades con matices propios de su sexo.”
Para defender el enfoque propio del tercer modelo, se afirma que no hay sólo dos sexos biológicos, pues también existen hermafroditas. Pero aquí se pasa indebidamente del terreno biológico al cultural. Aparte de la escasa frecuencia de estos casos, también en el hermafrodita se da un predominio de lo masculino o de lo femenino, sin que pueda hablarse de un comportamiento sexual andrógino.
La anulación de la diferencia entre los géneros masculino y femenino es lo característico del cuarto modelo. Como propuso el primer feminismo radical, se trata de conseguir la absoluta igualdad entre varón y mujer. Para lo cual no basta sólo con eliminar el privilegio masculino, sino que hace falta dominar los condicionamientos biológicos. Esto se lograría cuando la mujer tuviera el control absoluto de la reproducción, incluyendo el aborto a petición. Y supondría una total liberación sexual, que implicaría el derecho del individuo a tener relaciones sexuales con otros, sin que importara su sexo o condición.
Y afirma la autora del artículo citado “Entre los distintos enfoques de las relaciones entre sexo y género, parece que el segundo es el que hace más justicia a la realidad biológica y a la social. Si, por una parte, este modelo no identifica sexo con género, también reconoce que no todos los estereotipos sociales atribuidos a uno u otro sexo son una mera construcción cultural cambiable. Algunos de ellos tienen una mayor raigambre biológica, de manera que están inexorablemente unidos a la diferenciación sexual.”
En definitiva, el concepto de gender no es neutro en este contexto. Unos están dispuestos a aceptarlo siempre que su significado no se desvincule del sexo biológico. Otros desean emplearlo para dar el mismo estatuto de normalidad a las distintas “orientaciones sexuales” y “pluralidad de formas familiares”, categorías que incluirían a gays y lesbianas. Una polémica que ya se suscitó en la Conferencia de El Cairo y en la de Pekín.
Elósegui defiende lo que llama el republicanismo intercultural, un modo concreto de entender la tolerancia, que tiene como coordenadas un núcleo común de derechos humanos universales, junto con el respeto a la diversidad cultural. Esto supone rechazar el fundamentalismo religioso, el fundamentalismo político y el fundamentalismo laicista, y defender que “las diversas morales encuentren la posibilidad de compartir racionalmente contenidos éticos sustantivos, también en la vida pública”.
En su nuevo cometido en un organismo internacional, a María Elósegui le será muy útil este bagaje intelectual y su fluidez en tres de los idiomas más hablados en Europa: alemán, francés e inglés
Mª Ángeles Bou Escriche es madre de familia, Orientadora Familiar, Lda. en Ciencias Empresariales y profesora