Todos sufrimos con Ucrania

Putin fue negando a todos que tuviera la intención de invadir Ucrania. Engañó a todos los líderes y gobernantes que hablaron con él. El 24 de febrero inició una invasión que nos cogió desprevenidos, confiados, engañados, pese a que el inmenso ejército ruso posicionado desde hacía semanas en la frontera lo hacía temer.

Había otras guerras ya declaradas, hay otras guerras, en continentes diversos. Sin embargo, la de Ucrania la ha comenzado un dictador de una potencia mundial, que previamente pactó con China un “manos libres” para ambas potencias, de apoyo o respeto mutuo, que de todo hay. Y Rusia, potencia mundial venida a menos, inició la locura bélica, con afán expansionista, que había iniciado en 2014 con la anexión de Crimea y la comunidad internacional se mantuvo pasiva.

Todos sufrimos con Ucrania. Es una guerra en Europa, con un balance ya estremecedor: 6 millones de refugiados, ciudades y pueblos arrasados, tal vez un millón de ucranianos deportados a Rusia, decenas de miles de muertos, crímenes de todo tipo contra la población civil -con un ensañamiento, crueldad y torturas que inundan diariamente, por desgracia, las noticias que recibimos-, una Ucrania devastada para la que harán falta 600.000 millones (calculada por los daños actuales).

¿Bajas rusas? Se habla de más de 20.000 soldados muertos, ingente material bélico destrozado. Somos conscientes de que la desinformación y la propaganda de Rusia siempre ha sido una seña de identidad desde que llegó el comunismo…  y sigue ahora, cuando un exKGB como Putin lleva las riendas del país.  Las cifras que ofrece Ucrania también admiten reservas pero menos, porque la comunidad internacional visita las ciudades de las atrocidades, viaja a Kiev, y está ayudando a Ucrania.

Todos sufrimos con Ucrania. La solidaridad en el mundo es, muchas veces, ejemplar. Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, es un presidente valiente, que no ha dejado de estar al frente de su país, que está dominando la “batalla de la comunicación” con iniciativa y medios apropiados, y, de no haber estado él de presidente sino alguien acomodaticio o cobarde ante las exigencias de Rusia, Putin hubiera logrado su objetivo de en tres días conquistar Kiev, poner un gobierno títere o la anexión total del país, no solo el sur y sureste, que parecen ser los objetivos actuales de Putin.

Todos sufrimos con Ucrania, porque nadie puede descartar que Putin siga con su locura bélica en otros países. Todos sufrimos porque la guerra de Ucrania tiene un final imprevisible: a fecha de hoy, Rusia no gana, Ucrania tampoco, aunque resiste mucho más de lo que Rusia esperaba. La resistencia ucraniana es a prueba de acero y bombas, con la imagen actual de Mariúpol y la acería Azovstal como focos de admiración y horror, sin saber todavía los miles de muertos que ha habido o hay en esa ciudad, y los cientos de muertos en la acería.

Todos sufrimos, por solidaridad, por repercusiones evidentes en la economía de todos los países europeos, por los 6 millones de refugiados –con Polonia de modo especial en esa labor de acogida-, y porque las locuras de Putin pueden ser mayores, a la vista de esta invasión injustificada y cuyo final es muy imprevisible. Al escuchar a Zelenski que no cederán ni un palmo de terreno de Ucrania, quienes pensaban que a Putin se le podía dar una salida a este fracaso militar en que se ha convertido para Rusia esta invasión militar ya no saben a qué atenerse. Con los locos y dictadores megalómanos es imposible hacer cálculos.

El Papa Francisco, desde el primer momento, está intentando lo indecible para lograr la paz.  No le dejan hablar con Putin. La iglesia ortodoxa rusa, pidiendo oraciones por el éxito de la invasión, está obstaculizando esa vía. Interesante indagar las relaciones entre la iglesia ortodoxa rusa y el poder político en la antigua URSS, y ahora con Putin.

Todos sufrimos y todos tenemos que ayudar del modo que seamos capaces. El cantante Bono acudió el pasado fin de semana a Kiev, para apoyar a los ucranianos. Llevó a cabo un peculiar y reducido concierto en el metro, pero emotivo y simbólico de un cantante caracterizado por su apoyo a los derechos humanos.

Bono, en Kiev, dijo con naturalidad que rezaba por la paz. Muchos líderes políticos, intelectuales, cantantes o artistas no tienen inconveniente en aludir a que rezan, y me parece bien, porque es propio del hombre tener una relación con Dios, una existencia que la sola razón –si no se deforma– descubre, y la oración es dirigirse a Él. No es algo exclusivo de tener fe.  Seguro que el alcalde de Valencia, Joan Ribó, no lo entiende, y hasta lo niega: escribió un ‘tuit’ poco antes de comenzar el traslado de la Virgen de los Desamparados en Valencia, el pasado domingo, por supuesto no estando él presente, animando a los valencianos a ir a la Feria del Libro: ciertas cosas parece que son exclusivas de la izquierda española.

  • Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
    Escribe, también, en su web personal.