La familia de Canet de Mar que sufre la ira del independentismo catalán ha escrito una carta que no tiene desperdicio. Son dos folios, con fecha 12 de diciembre. Por exigir que se enseñe un 25% en castellano a su hijo de 5 años, no han cesado las amenazas e insultos, aunque también muchos apoyos, apoyos que en la carta se pide que hagan en público los que se hacen en privado. Cuesta poco leerla: vale la pena leerla y prescindir de esos dos minutos dejando de ver la televisión, navegando por internet visualizando el vídeo más original, o enviar menos whatsapps. Son dos minutos, que convendría que leyeran jóvenes y mayores, de cualquier lugar de España, pues es un monumento a la libertad y al derecho, estén o no de moda en un lugar.
Esa carta destila una admirable dosis de respeto, sentido común y valentía. Sí, valentía, y por ello anima esta familia a “dejar de tragar”. Lo que está sucediendo en Cataluña se ha fraguado durante décadas. Me viene a la memoria una votación que se hizo en mi aula universitaria, en 1975, para que las clases se impartieran en catalán, y el argumento era que “si alguien va a Alemania, aprende el alemán: pues lo mismo en Cataluña”. El resultado es que ganamos los que queríamos las clases en castellano. Yo había llegado a Barcelona en 1967 por razones familiares y académicas, y me apunté en el Instituto voluntariamente a clases de catalán, porque me parecía razonable conocer el idioma de una región que entonces era acogedora. De 1967 a 1975 hubo muchos cambios. Del estudio voluntario a la imposición hay un abismo, que ya entonces no quería aceptar.
En la época de lo inmediato y del reino de la ansiedad, la paciencia parece tener poca cabida. Sin embargo, en lo profesional y en lo social los cambios requieren tiempo, paciencia, pelear en la consecución de objetivos que valen la pena, sin pasividades. Esta familia de Canet es admirable, pero no debe ser un islote, sino un acicate para todos.
En Cataluña y fuera de Cataluña, tragamos lo que no deberíamos tragar, basándonos en el derecho y la justicia. En la Comunidad Valenciana estamos tragando demasiado respecto a la imposición del valenciano, pese a la libertad y cooficialidad que protegen leyes y sentencias. Se impone la ideología de género como un “dogma”. Se ataca la enseñanza concertada. Estamos tragando demasiado en los recortes a la dependencia: cada día mueren sin cobrar 15 dependientes que tienen reconocido el derecho, mientras 350 altos cargos se suben el sueldo un 2% para 2022 ¡y se reduce un 15% el presupuesto de Dependencia! ¿No es tragar? Que opine o añada el lector.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.