La cobertura mediática, la trascendencia de los hechos y el afecto al Papa de millones de católicos del mundo se han puesto de manifiesto ante la muerte del Papa Francisco y la elección de León XIV.
El Papa, sea quien sea, suscita una generalizada reacción, un interés enorme. Tiene su explicación, aunque es polifacética, pues a algunos les atrae el fondo, a otros la belleza del Vaticano, a otros la curiosidad.
Sin lugar a dudas, la figura del Papa en el panorama cultural mundial se tiene muy en cuenta e influye mucho. Su prestigio moral le avala. Basta ver estos días cómo se abre la posibilidad de que el Vaticano sea sede de las conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania, que ojalá se produzcan pronto, y sean justas y estables.
Si Juan Pablo II logró que cayera el telón de acero –no es momento de recordar ese hito de su pontificado –ojalá León XIV pueda ayudar a conseguir la paz en la Europa del Este ahora. Difícil, pero tal vez era más complejo e impensable que el muro cayera como derretido, sin violencia, tras décadas de dictaduras y violencia.