El mismo día que saltó la noticia, desde luego no inesperada, de que Podemos aprobaba un ERE para despedir a más de la mitad de su plantilla, en Navarra saltaban de gozo los podemitas porque van a gobernar cuatro años con los socialistas, Geroa Bai y la previsible abstención –o el voto favorable incluso- de EH Bildu. Presidenta, la socialista María Chivite, con un partido en disolución como Podemos y los filoetarras, ¡vaya alegría! También en política lo honrado es elegir socios de gobierno que tengan algo que aportar, con coherencia, aunque de los pactos maquiavélicos ya nos ha curado Pedro Sánchez: no hay límites de ningún tipo para seguir agarrados a la poltrona. Penoso espectáculo, que al menos yo me resisto a aceptar o ignorar.
El partido que se presentaba como ‘emergente’ ha ido haciendo cabriolas, y ahora nada entre la absorción por parte de Yolanda Díaz y la más que probable desaparición a corto plazo. Ahora Podemos es ya testimonial, residual, reliquia de un populismo engañoso.
El casoplón en Galapagar por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero, con su dispositivo de seguridad aparatoso y desproporcionado, fue como la ruptura de una presa: desde entonces, Podemos tenía una muerte anunciada, por engañar a sus votantes y hacer de la democracia un modo de llegar al poder para enriquecimiento y bienestar de sus líderes, como hacía y declaraba el marxismo, del cual es una burda copia.
Las urnas del 28M y el 23 J han dado la estocada a Podemos. Cierra nueve de sus delegaciones territoriales –una de ellas la de la Comunidad Valenciana- y ha anunciado el despido de, al menos, la mitad de su plantilla por la considerable pérdida de ingresos tras las elecciones. Hablan de un nuevo escenario, cuando en realidad es la debacle de un modo de concebir la política, de gobernar –no hace falta recordar las barbaridades legislativas que Irene Montero ha llevado a cabo desde el Gobierno, con el beneplácito de Pedro Sánchez-, de agarrarse ahora a un poltrona, porque bastantes de sus líderes, incluida Irene Montero, no sabe hacer otra cosa que política, y no precisamente bien.
Algo de dignidad podría tener Podemos. Por ejemplo, plantear reducción de sueldos de algunos para salvar unos pocos puestos de trabajo, aunque sea a tiempo parcial. Eso sonaría algo a pensar en el pueblo, en los compañeros. O que hubieran anunciado una campaña de microdonaciones o crowdfunding, si es que quieren apelar al apoyo social y económico o “morir” junto con sus votantes: sería un hábil funeral. Como en el Titanic, han optado por salvarse los jefes y que se hundan los trabajadores. No tienen futuro.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.