Recientes estudios históricos demuestran que no ha habido cultura y civilización que hayan podido sobrevivir más allá de tres generaciones -40 o 50 años- cuando sus índices de fertilidad se situaban por debajo de 2’3 hijos por pareja.
Europa se encuentra en estos momentos en 1’4 de media y España en 1’19 una cifra ésta que probablemente decaerá aun más después de la reciente ley de aborto que otorga a la mujer no ya la posibilidad sino el derecho a abortar.
La expresión “invierno demográfico” fue acuñada por el filósofo y teólogo belga Michel Schooyans, significando una disminución extrema de la población. El político francés Michel Rocard dramatizó aún más el fenómeno calificándolo de suicidio demográfico.
El proceso no tiene por el momento consecuencias mundiales sino regionales y paradójicamente incide más sobre los países desarrollados que sobre los menos prósperos de ahí que se haya considerado la prosperidad como el mejor método anticonceptivo.
Lo cierto es que en los países ricos, la vida urbana, la incorporación de la mujer al trabajo y la misma riqueza lejos de estimular el aumento de la familia produce el efecto contrario.
A escala mundial, la demografía se mantiene por el momento estable con un índice de 2’5 hijos por mujer aunque con previsiones a corto plazo de situarse en 1’85. Aquella cifra lleva a algunos demógrafos a considerar que la baja mortalidad infantil, la larga esperanza de vida y las migraciones serán razones suficientes para mantener el equilibrio mundial a medio y largo plazo.
Un estudio de la situación en Europa y Norteamérica no permite ser optimistas. Es cierto que la población no decrece pero ello ocurre exclusivamente por las fuertes inmigraciones conocidas en las últimas décadas.
Es evidente que un continente como el europeo o países como los Estados Unidos o Canadá no van a tener nunca problemas de vaciamiento ya que son territorios demasiado fértiles y atractivos en todos los sentidos como para que se despueblen.
Si que existe, por el contrario, un riesgo de que se produzca en ellos, especialmente en Europa una mutación poblacional. De hecho ya se está produciendo.
En 2015 el autor Michel Houllebeq, en su novela “Sumisión” ficcionó la victoria en las elecciones presidenciales francesas, de un político musulmán. Aquello que hace ocho años sonaba a ciencia ficción hoy se está produciendo repetidamente: el Primer Ministro británico es indio, el alcalde de Londres es pakistaní y el PM de Escocia es musulmán.
Las familias inmigrantes en Europa tienen índices de fertilidad de 4 hijos por mujer de media lo que confirma la predicción de Gadafi que el mundo árabe conquistaría Europa sin tener que hacer un solo disparo, bastaría el vientre de sus mujeres.
Por el momento debemos estar agradecidos a los inmigrantes que vienen a suplir en nuestros países los trabajos que los europeos no estamos dispuestos a desempeñar; la agricultura, la construcción, el servicio doméstico. La imagen a medio plazo de nuestro continente es la de un anciano europeo, sentado en una silla de ruedas, conducido por un inmigrante quien con sus contribuciones a la seguridad social ayuda a mantener la caja de pensiones.
Europa cambiará de estilo de vida a muy corto plazo; de hecho ya está cambiando. Ello no debe inquietarnos. Los Estados Unidos hace ya muchos años conoció tal transformación y aquel Melting Pot o Crisol Cultural no le impidió convertirse en una superpotencia y mantenerse como la mayor del mundo durante décadas. Y ello pese a que el multiculturalismo dejara mucho que desear.
La clave estará en lograr que Europa proceda a una ordenada inmigración, una correcta asimilación y una integración equilibrada que permita aprovechar las habilidades de cada persona que habite en nuestro continente previniendo los rencores que hemos conocido en muchos países en que la segunda y tercera generación de inmigrantes se han rebelado contra las rigideces de sistemas que no fueron capaces de asimilarlos. O que ellos no se esforzaron suficientemente en integrarse respetando los usos y costumbres del país de acogida.
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.