Para que el lector no se confunda, no me refiero a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que ya es algo frecuente que se enzarzen día sí y día también, y eso que forman parte del Gobierno los dos. Por desgracia, me parece que en lo referente a la Navidad tienen una posición muy similar, que es intentar vaciar su único sentido, el originario, que es el cristiano.
Aunque tengo mis dudas: probablemente, en un diálogo distendido, puede ser que Pablo Iglesias, como una más de sus posturas radicales, fuera partidario hasta de cambiar el nombre a las fiestas navideñas, llamándolas por ejemplo “Fiestas de Fin de Año”, o “Fiestas de invierno”, para concluir –como hace el ayuntamiento de Valencia –con una Cabalgata de Magas, que pretende ir relegando a la Cabalgata de Reyes, sin ningún éxito, por cierto, y el alcalde, Joan Ribó, sigue empeñado pese a todo.
Hay quienes piensan que el nombre no importa, que es lo de menos. Me permito discrepar, pues el nombre atiende al significado, origen y desarrollo, o puede estar vinculado, como es el caso de la Navidad, que conmemora el Nacimiento de Jesucristo, y así hemos llegado al siglo XXI, con belenes por doquier.
En todo caso, los intentos de cambiar el nombre u orillarlo suelen ir unidos a un afán de cambiar el significado, o simplemente diluirlo para, con el paso del tiempo, cambiar el nombre.
Ayer, en el Congreso de los Diputados, Pedro Sánchez dijo que las Navidades “son las fiestas del afecto”, apostillando que “más allá de las creencias de cada cual, las Navidades tienen un significado en nuestra cultura”.
Sí, es cierto que las Navidades tienen un significado en nuestra cultura, que incluye el afecto humano, pero como una manifestación de la Navidad y la Epifanía en que la figura central es Jesucristo. Otra cosa distinta es que, subjetivamente, algunos no quieran celebrar ese sentido de la Navidad, y prefieran reducirla a reuniones familiares, celebraciones, viajes y regalos, de modo que hasta evitan poner un belén en su casa o en su despacho.
Las Fallas de Valencia, por ejemplo, tienen un sentido histórico arraigado, vinculado a la tradición artesanal, y tienen como patrón a San José: es algo objetivo, cultural, con independencia de que algunos prefieran sólo comerse una buena paella en la Malvarrosa…, que no es incompatible con las fiestas de Fallas, pero nadie se atreve –por ahora– a llamarlas fiestas de las Paellas.
Estuvo ágil Pablo Casado ayer, tal vez porque ha comprobado que Isabel Díaz Ayuso, la presidente de la Comunidad de Madrid, tuvo un éxito notable al hablar con claridad, hace unos días, del sentido de la Navidad, y su intervención se convirtió en viral. Y como la figura de Ayuso va creciendo, Pablo Casado no quiere perder el paso.
Sea como fuere, Casado estuvo acertado y le echó en cara a Sánchez lo de “fiestas del afecto”, con las palabras: “¿Tanto les cuesta celebrar las Navidades, que es el nacimiento de Jesús en un país cristiano, en una civilización occidental, que podemos reivindicar esta fiestas históricamente sin ningún problema?”.
No se quedó ahí Pablo Casado, que vio una ocasión de retratar a Sánchez y sus posturas anticristianas. Le recordó que felicita por Twitter a otras confesiones religiosas, por ejemplo el Ramadán a los musulmanes, y que “en España hay que felicitar la Navidad sin problemas”.
Precisamente en esta Navidad de 2020, la de la pandemia mundial, salvaguardar el nombre de Navidad puede llevar a unas decisiones u otras en cuanto a las restricciones, relegando este Gobierno en lo posible cuanto se refiera al culto cristiano.
Estemos al tanto, porque se puede vivir cristianamente la Navidad y ser prudentes por el virus. Es más: el sentido religioso y trascendente de estos días aporta paz y sosiego, frente a la tensión y dificultades que estamos viviendo. Lo religioso es muy cultural, señor Presidente del Gobierno, y es esencial, aunque ya en el Estado de Alarma se cerraron las iglesias.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.