Me ha alegrado la decisión de la Generalitat Valenciana de racionalizar el uso de internet entre los funcionarios. Se pueden y deben ahorrar unos cuantos millones de euros, que pagamos entre todos, de modo que los funcionarios y cargos de la Generalitat utilicen internet sólo para lo que es necesario para su trabajo, tanto en ordenadores como en dispositivos móviles. Tanto los funcionarios como cualquier ciudadano debemos reflexionar ante las facilidades que otorga internet, para el trabajo, pero también para la distracción, el entretenimiento o usos inadecuados para el fin que se ha contratado, en el caso de los funcionarios con el dinero de todos. Si un ciudadano utiliza convulsivamente internet –que los hay-, como se lo paga de su bolsillo, puede decidir en qué se lo gasta, pero no si es un gasto pagado con nuestros impuestos o la empresa. Un ahorro en el trabajo de los funcionarios, y a la vez una exigencia de que se centren en su trabajo y no pierdan tiempo en leer noticias, “navegar” a placer o viendo vídeos de diarios deportivos en tiempo de trabajo, que también es un modo de defraudar.
Internet, las TIC’s y las redes sociales han ido inundando nuestra vida, a veces en exceso. Tienen muchas aplicaciones, utilidades prácticas, que afectan prácticamente a casi todas las facetas profesionales, de relación e información, especialmente entre los que podríamos denominar “nativos digitales”, gente joven –por ejemplo, mis sobrinos– que te cogen el móvil en una reunión familiar y empiezan a “navegar” descubriendo opciones y enseñándonos usos que los de más edad no sabemos, o simplemente no tenemos tiempo. Los jóvenes invierten mucho tiempo, muchas veces demasiado, sobre todo con el móvil: ya no saben lo que es leer un periódico impreso ni casi ver la televisión, porque leen y ven en internet lo que les interesa. Y en ocasiones va en perjuicio del conveniente diálogo en la familia, más pendientes de los mensajes que les llegan o envían que de hablar con el resto de la familia: el trato personal no debe sustituirse por las nuevas tecnologías, han de ocupar su lugar.
Como decía recientemente el profesor Juan Martínez Otero, la revolución digital produce olas gigantescas, ante las que la familia y los educadores han de tomar posición. Cabe la aceptación acrítica o ingenua, que hará de los hijos “náufragos tecnológicos”, decía el citado profesor, o “robinsones cibernéticos” –aislados-. Él anima a “surfear con los hijos en el tsunami digital”, con un discurso animante y positivo, sin mirar hacia otro lado y no siendo un “llorón reactivo”. Estoy de acuerdo.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.