Estoy cansado.
Sé poco de algunas cosas y menos aún de otras muchas. Me han hecho mayor –o viejo, sin que lo haya pedido, y mi parecer no es importante. En fin, soy un español medio, soy … un jubilado que goza de razonable buena salud. A D g.
Digo que a Dios gracias porque nuestros indirigentes políticos ya hacen todo lo posible para aligerar la carga social que representamos, sin recordar lo que conseguimos.
Pues eso. Estoy cansado de estar en una prisión, aunque sea la mía, sin saber por qué; sin tener derechos, aunque sean inferiores, como los presos políticos; contentándome con ver en los medios la zanahoria de que, a lo mejor, un día, o dentro de unos días, o de unas semanas, si me porto bien, me dejen enseñar la patita por donde y cuando me digan las voces de unas gentes que, como no piensan en LA nación, lo mismo pueden ir hacia adelante como hacia atrás; aunque ellos puedan saltarse impunemente sus estrictas normas sin que nadie se inquiete ni les pida esa responsabilidad que ellos exigen a los demás.
Mucho debo a la Sanidad, en todos sus escalones. Les estoy agradecido y no me han dolido prendas en manifestarlo públicamente y por escrito ante sus superiores. Sé de su valer y de su valor, por eso no me duele ser agradecido. Este agradecimiento lo hago extensivo a todos aquellos profesionales vocacionales, que arriesgan su salud y la de los suyos en beneficio de los demás sin el apoyo logístico, ya que no personal, de quienes deberían tener el honor de mandarlos; y a todos los demás trabajadores y profesionales que diariamente luchan por continuar manteniendo viva la vida en España.
Pero, decía, estoy cansado. De los aplausos de las ocho de la tarde; de ver a la gente reír porque pasan unos coches de policía, bomberos y otros, con sus sirenas a todo trapo –en el resto del día no se las oye; de los paseantes de mascotas que, algunos, muchos, continúan dejando sus insolidarios recuerdos sobre las aceras; de cantar una canción –que me gusta, sin pensar que está olvidando lo más importante: su libertad.
Estoy cansado de que olvidemos, en primer lugar, los miles de muertos a los que no hemos despedido ni llorado; después a los enfermos y a las familias de ambos, que no han podido ni pueden acompañarlos y despedirlos; nuestras familias, injustamente separadas; y, en fin, nuestra dignidad, a la que hemos dejado abandonada en beneficio de un miedo irracional a no estar a la altura de lo políticamente correcto, de un miedo terrible a tener criterio propio y mantenerlo.
Amo a mi familia y me duele su lejanía absoluta en la proximidad del teléfono.
No veo una solución buena y la que veo no me gusta.
Por todo esto, y por mucho más que no digo, estoy muy cansado.